Columna de César Barros: Crying for Argentina

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Cerraron un local del Jumbo de Buenos Aires -y varios más, de Carrefour, Coto, entre otros- por no adherir a la política de fijación de precios del peronismo, dirigido por ese genio de Presidente que tienen.

¿Recuerdan el tiempo de la UP en Chile? Más de 5.000 productos con precios fijados por la entonces Dirinco. Con inflaciones ni tan altas como las actuales de Argentina, las cosas desaparecían con la velocidad del rayo de los anaqueles. La gente no es lesa -como creen los dirigentes peronistas en el país “Che”, y los “progres” de Chile en la UP- y saben que los precios fijos en inflaciones altas duran lo que el agua en un canasto, de modo que el mejor negocio es comprar lo más posible. Y las empresas, que son aún menos lesas, saben que a poco andar se irán a rojo a precio fijo, por lo que producen menos y guardan lo que más puedan para recuperarse cuando venga la nueva fijación a un nivel más alto. También aparece “el mercado negro”; lo recuerdo con el aceite, los pollos y la pasta de dientes. La verdad es que, con esa inflación, deshacerse del efectivo es una misión importante, realista y rentable, dentro del caos. Y comprar, mientras más, mejor, también.

Que la fijación de precios no resulta, no solo lo aprendió la UP, también el Banco Central en Chile con los dólares (ya nadie se acuerda del dólar a $39); hasta Nixon trató en la crisis del petróleo a inicios de los 70. Y ya nadie se acuerda cómo es la cosa en Cuba, como era en la URSS, y en Chile de los 70.

Pero el peronismo cree que se la puede. Y culpa a los supermercados (la última milla de la cadena de distribución) y a las empresas, por la inflación de precios. Recuerdo una anécdota de “illo tempore” en que los productores de pastas fueron a la Dirinco a pedir un nuevo precio, porque había subido el valor de la harina y los huevos. La solución del jefe de la Dirinco fue genial: no le pongan huevos, y en vez de harina, le meten harinilla. Claro, no serían tallarines propiamente tales, pero serían más baratos. Y así fue como tuvimos que comer tallarines morenos y de otro sabor, tomar café de chancaca - tampoco había azúcar- y con semillas tostadas de dudoso origen.

Ahora, un país que fue de los principales productores de alimentos del mundo, está con sus supermercados desabastecidos. Los que tienen plata acaparan, o van al mercado negro que florece (tallarines y salchichas “blue”), con -por supuesto- otros precios. Y los más pobres, los más viejos y los más vulnerables, simplemente no compran, porque “no hay”.

El origen de todo esto está en un Estado con un déficit monstruoso, que lo financia emitiendo papeles que cada vez son más abundantes y de menor valor. El problema es cómo dar vuelta la situación, porque ya no les prestan dólares (ni dracmas). No pagar el déficit en un país en que la gente depende tanto del Estado es una bomba política. Liberar el tipo de cambio, una locura en un país inestable. Y ya probaron dictaduras militares, peronismos de derecha (Menem), de izquierdas (Kirchner y Fernández), grupos de derecha liberal (Macri). Nada resultó.

Por César Barros, economista

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