Opinión

Columna de David Altman: Más allá de lo que votaste, votaste

Andres Perez

Mucho se ha escrito sobre el desenlace de la elección del 4 de septiembre. Sin embargo, uno de los aspectos más notables tuvo que ver con el hecho que el voto fuera obligatorio. Independiente de donde estuvo el voto de cada persona, hicimos gala de “lo mejor de lo nuestro”. Podemos acordar que vivimos una elección extraordinaria: las colas fueron muy cortas; el sistema de transporte eficiente; los resultados, rápidos y confiables. La ciudadanía se expresó de forma directa, simple y clara.

La participación de más del 85% del electorado dio la tranquilidad de una ciudadanía empoderada. Se mostró el lado más positivo del voto obligatorio-o mejor dicho, de la participación obligatoria. Digo participación y no voto porque técnicamente no era necesario optar por alguna de las dos opciones; uno siempre puede votar en blanco o anular. A lo más, nos podemos forzar a ir a un lugar, firmar un cuadernillo de asistencia, pero lo que hagamos en la cámara secreta, es nuestro más sagrado secreto.

Es interesante que lo que se estableció como una norma transitoria, hoy día goza de más legitimidad que nunca. Más aún, posiblemente, es el lugar de encuentro más obvio entre el borrador constitucional y la Constitución vigente. Y me pone feliz que su reinauguración haya sido tan elegante y vistosa.

La participación obligatoria es un bien democrático sobre el que debemos velar. Nos asegura que el sistema político le hable a grandes segmentos de población que de otra forma se quedarían en casa y evita potenciales campañas de desmovilización. En pocas palabras, la participación obligatoria fuerza a la política a tener los pies en la tierra y posiblemente con su presencia esquivaremos algunos de los males que tuvimos en estos 30 años (desconexión de los tomadores de decisiones políticas, desafección de importantes segmentos de la ciudadanía, etc).

En su momento, cuando se cambió el sistema anterior al vigente -una perversión donde la inscripción era voluntaria y el voto obligatorio- se quiso edulcorar el voto voluntario. Se lo quiso vestir de progresista, pero quedó en evidencia que dista mucho de eso. En la ciencia política contemporánea tenemos muy pocas certezas absolutas. Pero si hay algo que se aproxima a aquello, es que el voto voluntario tiene un fuerte componente clasista. Donde existe, en la medida que nos acercamos a los sectores con menos recursos económicos y sociales, menos se participa. Así de brutal, así de simple. Y esto se ha testeado en muchísimas latitudes con una fortísima robustez estadística en la asociación.

El costo de la participación obligatoria es marginal en relación a los beneficios que nos otorga. Administrativa y logísticamente, el Servel se las pudo de sobra y las demás dependencias del Estado, como el Ministerio de Transporte y las fuerzas encargadas del orden, estuvieron a la altura esperada, incluso más. Ojalá la clase política entienda de una vez por todas que, si quieren romper con las desigualdades, adoptar esta institución con un fuerte sabor republicano, la participación obligatoria, es un muy buen comienzo para todos los actos electorales que se nos vienen en el futuro.

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