Columna de Mario Vargas Llosa: No le quiten el cuerpo a la jeringa

La candidata presidencial de Perú, Keiko Fujimori, hace gestos a sus simpatizantes desde lo alto de un autobús, el sábado en Lima. Foto: Reuters

Si gana el señor Castillo, ya lo sabemos: el Perú será una segunda Venezuela dentro de pocos años, o habrá un fuerte enfrentamiento en el que por lo menos la mitad de los peruanos lucharemos por defender su democracia.



Desde la primera vez que la oí ha­blar, en lo alto de un balcón de la Plaza Bolog­nesi, en Lima, hace ya muchos años, pensé que la socialcristia­na Lourdes Flores Nano sería una magnífica presidenta del Perú. Las cosas no han ocurrido así, pero, si ella hubiera ganado la elección presidencial que dis­putó con Alan García, sospecho que Lourdes habría cumplido sus promesas y que García pro­bablemente estaría vivo (se sui­cidó cuando iba a ser apresado).

La oí hablar en un programa de televisión sobre el discuti­do tema del “fraude” electoral que habría marcado la segun­da vuelta de las elecciones pe­ruanas. Ella, que es abogada, con un grupo de colegas había explorado este asunto. Asegu­raba, con firmeza, que ellos ha­bían advertido, de manera in­equívoca, en los pueblos de la sierra que habían estudiado, que hubo muchas firmas falsas en las actas correspondientes y un sospechoso incremento de la votación del candidato Castillo en la segunda vuelta, la definiti­va. Lourdes Flores acepta la ley vigente en el Perú, que deposi­ta en los cuatro miembros del Jurado Nacional de Elecciones toda la responsabilidad de de­cidir si estas elecciones refle­jan la “verdad” o la desfiguran. Y añadía, exhortando a los cua­tro jueces, con un peruanismo un tanto maloliente que resonó nostálgicamente en mis oídos: “Sean valientes, no le quiten el cuerpo a la jeringa”. Esperemos que no.

Simpatizantes del candidato presidencial de izquierda por el partido Perú Libre, Pedro Castillo, marchan el sábado, en Lima. Foto: AFP

La investigación que han lle­vado a cabo Lourdes Flores Na­no y el grupo de abogados que la acompaña, se concentra en el caso de algunos pueblecitos de la sierra peruana, representati­vos de una zona geográfica de­terminada. Lo primero que in­vestigaron fue si había rastros de “firmas falsas”. Para eso, se valieron de un perito grafólogo que sometió esas actas a un exa­men morfológico y les cobró por el trabajo 120 dólares. En todas ellas encontró huellas de falsifi­caciones de firma, a veces la del propio jefe de la mesa electoral.

De otro lado, el examen de esas actas muestra una tenden­cia clarísima: en tanto que los votos que había obtenido Keiko Fujimori en la primera vuel­ta desaparecían en la segunda, los votos así emitidos pasaban en la segunda a engrosar la can­didatura de Pedro Castillo. Lo­urdes Flores ha pedido, con buen criterio, que los cuatro miembros del Jurado Nacional de Eleccio­nes sometan al mismo examen las más de 800 actas impugnadas que se han presentado contra la vota­ción de la segunda vuelta, en aras de la “verdad electoral”. Lo impor­tante no es tener a un presidente de la República que sea un andi­no humilde, como creen algunos corresponsales que los diarios eu­ropeos tienen en el Perú, sino te­ner a quien la mayoría de los elec­tores peruanos ha elegido y no a un presidente fraudulento. Este asunto es el fermento de toda cla­se de especulaciones y síntomas de violencia en el Perú, y, a menos de proceder el Jurado Nacional de Elecciones con la seriedad y res­ponsabilidad que le exige Flores Nano, la violencia puede estallar una vez más, apenas se conozca el fallo electoral. Antes de que es­to ocurra, todo es preferible. Algu­nos reclaman, entre las soluciones posibles, la de cancelar la elección defectuosa y convocar nuevamen­te una elección definitiva, rodea­da, esta sí, de la vigilancia que ata­je toda deformación en mesa de los genuinos resultados electora­les. Pero el ex primer ministro Pe­dro Cateriano sostiene que esta al­ternativa es anticonstitucional.

Los observadores que envió la OEA (Organización de Estados Americanos) al Perú, se apresura­ron sin duda al declarar que estas elecciones fueron “limpias” y feli­citar al gobierno peruano por ello. Todas las indicaciones –además de la investigación de Flores Nano y su grupo de abogados- revelan que esa felicitación fue un tanto apresurada y, como ella dijo, “muy diplomática”.

El grupo de juristas que repre­senta a Keiko Fujimori, y al que ahora acompaña un eminente hombre de Derecho que está más allá del bien y del mal, es amplia­mente respetado y tiene impeca­bles credenciales democráticas por su papel en los 90 -el doctor Óscar Urviola-, ha impugnado más de 200 mil votos, por haber sido obtenidos mediante mani­pulaciones como las denunciadas por la doctora Flores Nano. El Ju­rado Nacional de Elecciones, lue­go de resistirse a revisar las actas impugnadas, tarea sin duda enor­me, parece haber aceptado revisar algunas y se halla ahora imbuido de esa responsabilidad. Es funda­mental que las revise todas. Cual­quiera que sea el fallo, es obvio, en el subido clima que reina en el Pe­rú, que habrá protestas y podría haber acciones violentas de parte de partidarios del candidato de­rrotado.

Los partidarios del candidato presidencial Pedro Castillo se manifiestan con una bandera peruana en Lima. Foto: Reuters

Mi impresión, desde el lejano Madrid y a través de las múltiples y contradictorias informaciones que me llegan, es, cada día más, de que ha habido graves irregula­ridades, y ello, sobre todo, en fun­ción no tanto del candidato Pedro Castillo, sino de muchos miem­bros del partido que lo lanzó a la Presidencia; el líder no podía ser candidato pues estaba vetado por el Poder Judicial acusado de haber alargado la mano más de lo debi­do durante su gobierno de Junín. Me refiero a Vladimir Cerrón, due­ño del partido Perú Libre, y que será, de ganar Castillo, el verda­dero poder detrás del trono. El se­ñor Cerrón, que es médico y vivió diez años en Cuba, tuvo la osadía de proclamar, ante sus partidarios, que era “marxista, leninista y ma­riateguista” y que, por lo tanto, a la manera de Cuba, Venezuela o Nicaragua, no dejaría el poder al término de su mandato (que en el Perú es de cinco años). Esa fa­mosa frase, por supuesto, encen­dió las alarmas en muchos hoga­res peruanos. De otro lado, circula una grabación en la que el instruc­tor de personeros de Cerrón ur­ge a sus compañeros a que se pre­senten a las mesas a las cinco de la mañana y las ocupen antes de que lo hagan los miembros de mesa elegidos por sorteo.

Gracias a gentes como el señor Vladimir Cerrón y algunos de sus partidarios, a los que, oyéndolos hablar, uno tiene la sensación de estar escuchando a policías estali­nistas, estas elecciones peruanas no tienen nada que ver con las que ha habido hasta ahora en nuestra historia, pues en ésta no se trata de cambiar a personas o partidos, sino de régimen.

Si gana el señor Castillo, ya lo sabemos: el Perú será una segunda Venezuela dentro de pocos años, o habrá un fuerte enfrentamiento en el que por lo menos la mitad de los peruanos lucharemos por defender su democracia y la libertad que la acompaña, porque este régimen, aunque insuficiente y malherido por la pandemia del coronavirus, puede ser mejorado. En tanto que el sistema comunista no, como lo comprobaron Rusia, con la desaparición de la URSS, y China Popular, que se ha convertido en un régimen capitalista autoritario. En Rusia se autoriza a los capitalistas respetuosos, y sólo se persigue e inhabilita (o asesina) a los irrespetuosos con el régimen. Con su discreción habitual, el eje de los países que aspiran a echar sus zarpas sobre el Perú se ha mostrado muy prudente en todo este proceso y ha delegado en el boliviano Evo Morales hacer los elogios fraternales del “hermano peruanito” que aspiran a teledirigir en el futuro, aunque sea mediante fraudes y manipulaciones donde no pudieron llegar los personeros de Keiko Fujimori: hay abundantes testimonios, en la sierra y la selva, de que fueron intimidados o expulsados de las mesas a las que estaban convocados. Pero, tal vez, se apresuraron aquellos regímenes a cantar victoria. Nada está decidido todavía en el Perú y el ejemplo de Lourdes Flores y de Óscar Urviola así lo muestran.

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