Columna de Max Colodro: Peter Pan
Un país que no quiere crecer, eso es lo que confirmó el último IPoM del Banco Central. Todos dicen que sí, que el crecimiento económico es una prioridad, pero las decisiones de política pública tomadas desde hace al menos una década apuntan en sentido contrario. En 2010, cuando la Concertación perdió el gobierno, sus partidarios súbitamente sintieron vergüenza de lo que habían construido y se dejaron seducir, primero por el PC y después por el movimiento estudiantil, para impulsar una agenda de cambios refundacionales.
A partir de 2014 y con Michelle Bachelet a la cabeza por segunda vez, la Nueva Mayoría impulsó muchas de las transformaciones que la izquierda sentía como una asignatura pendiente: una reforma tributaria, que dejó el impuesto corporativo por encima del promedio de los países de la OCDE; el reemplazo del sistema binominal por uno proporcional; el fin del lucro, la selección y el copago en la educación particular subvencionada, además de la gratuidad universitaria. Por último, el inicio de un proceso constituyente que debía enterrar para siempre la Carta Magna impuesta por la dictadura.
Al fin, los sueños se hacían realidad. El nuevo gobierno de Bachelet logró concretar una agenda de cambios robusta y los resultados económicos están a la vista. Casualidad o no, en la década anterior a 2014 la formación bruta de capital fijo -el principal indicador de la inversión- aumentaba sobre 9% anual promedio. En la década siguiente, dicho índice ha crecido menos de 1% anual. Hoy, el deterioro de la inversión es el principal problema de la economía chilena y el Banco Central informa que el crecimiento tendencial para la próxima década será, apenas, de 1,8%. Consecuencia de un conjunto de decisiones a las que se agrega, a partir del estallido social, la fuga de capitales, la destrucción del orden público y del Estado de derecho, el debilitamiento de la certeza jurídica y de la estabilidad institucional.
En simple, salvo el anhelo de enterrar la Constitución vigente, en todo lo demás, el país ha hecho un esfuerzo muy prolijo para desincentivar la inversión y dejar de crecer. Porque había que “meterle inestabilidad al sistema” y hacer oídos sordos a los “cuentos del lobo”. ¿Resultado? Lo único que ahora crece en Chile son las tomas y los campamentos, el narcotráfico, el crimen organizado y la inseguridad. Pero, por fortuna, la gente se acostumbra a todo y la normalización es un logro del cual el gobierno dice sentirse orgulloso.
Llevamos casi dos décadas con una caída estructural de la productividad y un aumento de la informalidad laboral. Sin embargo, creemos que es posible subir el salario mínimo, reducir la jornada laboral y aumentar en 6 puntos las cotizaciones, todo en paralelo, sin que ello tenga efectos sobre la inversión y el crecimiento. Es que somos una sociedad de magos, de niños que insisten en que vivimos en el país de “Nunca jamás”. Con un crecimiento tendencial que solo desnuda que llevamos más de una década persiguiendo nuestra propia sombra.
Por Max Colodro, filósofo y analista político