Hace algunos días visité la región de Coquimbo para trabajar con diferentes actores sobre cómo debemos transitar hacia un desarrollo sostenible. Y las reflexiones fueron alarmantes, ya que el volumen actual de las reservas de agua en los embalses de la zona no superan en promedio el 12%. El escenario más crítico se vive en la provincia de Limarí, donde el embalse Recoleta alcanza sólo el 19% de su capacidad, mientras que los reservorios La Paloma y Cogotí sólo llegan al 8%. Las cifras son aún más alarmantes si consideramos que 5 de las 10 especies de hortalizas más consumidas por nuestra población concentran su producción nacional en esta área.

La crisis climática y los fenómenos meteorológicos extremos relacionados, como la degradación ambiental y la pérdida de biodiversidad, se han convertido en uno de los desafíos más urgentes del último tiempo, y cada vez es más claro que necesitamos de una acción rápida y generalizada que sitúe por encima de todo el bienestar de las personas. Por supuesto, esto implica fortalecer la democracia y la gobernanza, así como promover nuevos modelos económicos desde una perspectiva de sostenibilidad y neutralidad climática.

En este contexto, la Estrategia Nacional de Ciencia, Tecnología, Conocimiento e Innovación (CTCI) elaborada por nuestro Consejo, plantea “hacer de Chile un país que genera desarrollo y bienestar de manera sostenible e integral, basado en una sociedad del conocimiento”, la que se funda en el reconocimiento de que “recién a comienzos de este siglo, la humanidad ha entendido que debe hacerse cargo del mayor desafío que enfrenta la especie: la sustentabilidad del sustrato físico y biológico que permite su existencia”.

Para contrarrestar esta situación, como país tenemos la necesidad imperativa de transitar hacia un desarrollo productivo sostenible.

Hoy, el desafío de abordar estas complejidades no es sólo técnico, sino que también pasa por interiorizar que no existe un discurso único. Debemos reconocer que abordar los fenómenos globales requiere comprender y aceptar la complejidad propia de las subjetividades y encontrar puntos en común que nos permitan ir avanzando.

No perdamos de vista la meta: Si queremos que Chile en 2050 se convierta en un país conectado con el mundo, que genere bienestar y desarrollo para sus habitantes, cuidando la salud de sus ecosistemas en los distintos territorios, la premisa es aplicar transformaciones cuanto antes. Si buscamos recuperar la confianza interpersonal y en nuestras instituciones, cultivar el pensamiento crítico y reflexivo y contar con ciudadanos activos en la construcción de un proyecto común, no podemos quedarnos de brazos cruzados.

Y aquí es donde la ciencia, la tecnología, el conocimiento y la innovación tienen mucho que aportar como motores para las grandes transformaciones económicas, sociales y culturales. Unidas son capaces de dar sustento a decisiones en múltiples espacios, y también ayudan a consolidar, en conjunto con la sociedad civil, un marco ético al desarrollo científico tecnológico, poniendo en el centro el bienestar de las personas y el acceso a sus beneficios.

Ante un desafío climático sin precedentes, tenemos que actuar juntos y hacer profundos cambios para mejorar los aspectos sociales y económicos que afectan la vida de los ciudadanos tanto en la Región de Coquimbo como en el resto de las ciudades de Arica a Punta Arenas. Es desde el presente donde construimos la realidad futura, y aunque cada vez esté más lleno de incertidumbre y complejidades, confío en que mediante un abordaje con políticas de Estado de carácter sistémico, inclusivas e innovadoras, además de la colaboración de actores gubernamentales, privados y la sociedad civil, podamos actuar juntos con la esperanza de un futuro que repare los problemas actuales.

Por Silvia Díaz Acosta, Presidenta del Consejo Nacional de Ciencia, Tecnología, Conocimiento e Innovación