Opinión

El fin del delirio

¿Cuándo comenzó todo? Es difícil decirlo, porque la historia es un continuo, pero si se pudiera destacar un hito diría que fue cuando la izquierda logró demoler el sistema electoral y reemplazarlo por el que tenemos hoy. A partir de ahí esa izquierda a la que se llamaba “extraparlamentaria” entró plenamente al Congreso, copó el discurso, puso los objetivos y finalmente llegó al gobierno. El sueño de una socialdemocracia chilena viable se reveló tristemente como lo que siempre ha sido: una buena ilusión y nada más.

Con la proporcionalidad vino la fragmentación y con ella los discursos “de nicho”. El atávico concepto de la desigualdad estructural, al que se agregó la llamada agenda “woke” y la idea del abuso en todas sus expresiones: capitalista, heteropatriarcal, racista, especista y varias otras que se pierden en el laberinto del idioma que alguien ingeniosamente definió como “karamanés”.

Detrás del “no son treinta pesos, son treinta años”, vino la violencia, el intento de hacer caer al gobierno legítimamente constituido por la vía de la ingobernabilidad y la pesadilla de una nueva constitución redactada por convencionales de extrema izquierda, liderados por la lista del pueblo, que nos ofrecía nuestra propia versión del chavismo. La memoria es frágil y hoy parecen lejanos los matinales con conductores y periodistas exultantes que anunciaban la muerte del modelo neoliberal. En tono épico ensalzaban las agresiones a Carabineros, la destrucción y el pillaje, revistiendo todo eso con el ropaje de un “estallido” incontenible de una sociedad que no soportaba más el abuso del capitalismo salvaje.

En ese contexto, y con buena parte de la dirigencia de derecha transmitiendo un discurso culposo que ponía la causa de todo en una supuesta incapacidad para ver el malestar, Chile eligió un gobierno del Frente Amplio y el PC. Atrás quedaba la transición y su modelo transaccional de acuerdos, que solo habría servido para perpetuar “el modelo”. Como dijo una señora en un video que se viralizó y convirtió en un signo de los tiempos: “Boric va a cambiarlo todo”.

En realidad, no cambió esencialmente nada, aunque sí lo empeoró todo. Por eso este 16 de noviembre, según indican todas las encuestas, los chilenos darán una señal clara de haber salido del delirio que los hizo pensar que era posible una transformación radical, manteniendo las ventajas de la modernización capitalista, sin pagar sus costos. Isapres a precio de Fonasa; autopistas concesionadas del primer mundo, pero sin tag; consumo con crédito, pero sin intereses. Una frase podría ejemplificarlo todo, tanto la vacuidad de la promesa como el fracaso del resultado: “educación gratuita y de calidad”.

Parece que, por un rato, el delirio remitió y la mayoría quiere objetivos más concretos, como seguridad, empleo, algo de orden y, para variar un poco, autoridad. Aunque siempre es posible que en la puerta del horno se queme el pan, por fin las tornas parecen haber cambiado, ojalá con la dosis necesaria de equilibrio y sensatez.

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