El Frente Amplio, sus quiebres y la ¨vieja política¨


Por Víctor Muñoz, historiador y Director del CISJU, Universidad Católica Silva Henríquez

No hay algo más viejo en política que definirse como nueva política. Nada más viejo en la izquierda que hablar de nueva izquierda. Sin negar novedad en proyectos que rompen con tradiciones, siempre hay en ellos algún vínculo con viejas matrices. La historia cambia con la novedad, los renovadores quieren asignarse las marcas identitarias de lo nuevo, pero sabemos que no hay nada absolutamente nuevo.

El FA nació como referente que rechazaba a la derecha y a la Concertación, que tomó distancia de un PC que identificó como izquierda clásica y rígida. Las dificultades que tuvo la Nueva Mayoría al enfrentar una suerte de oposición concertacionista interna, reforzaron ese lugar de distintos al bloque DC, PS, PPD, y también al PC. Los liberales le otorgaron amplitud más allá de la izquierda, y el éxito electoral inicial hizo realidad lo que anunciaron: se rompió el duopolio y se levantó un tercer bloque.

Pero organizarse no es fácil. Se requiere de lógicas de acción y sentidos compartidos. Un bloque político configura una comunidad política, y en ese sentido, hay una cultura, una forma de hacer y significar en cada movimiento estratégico y táctico, códigos que establecen lo aceptable y lo inaceptable, modos de procesar las diferencias, que posibilitan el proyecto.

Un desafío tan complejo no se juega desde la nada, se configura desde la historia. Los esquemas clásicos en la izquierda son la cultura política comunista y la socialista. Los comunistas aprendieron de Lenin cómo estructurar un partido, con unidad de acción, dosis de verticalismo aceptado por la comunidad o discutido, pero sin llegar a formar subgrupos visibles. Por otro lado, el PS, nacido como reunión de partidos, doctrinas y diversidad de referentes identitarios. El PC rara vez presentó quiebres, en comparación con el PS. Este último, constantemente albergaba lo que pudiera escindirse del PC al tiempo que expulsaba a disidencias en un proceso que nunca era definitivo, es decir, el que se iba del PS siempre podía volver, tarde o temprano, al PS. No hubo líder socialista relevante que no protagonizara algún quiebre: Grove, Allende, Ampuero, Altamirano, Almeyda. Mientras el PC nunca reconocía corrientes internas, en el PS la militancia se hacía desde subgrupos.

El FA no nació con disciplina leninista, y su lógica interna se parece más al PS. Se parece, pero sin la larga historia del PS. Como el PS, el FA ha construido una cultura política en donde las corrientes son centrales y los quiebres una permanente posibilidad.

Ahora, lo que debe preguntarse el FA es si los quiebres son reacomodos sobre un trayecto con sentido o más bien simple desorden. Si marcan circunstancias que tarde o temprano llevarán a procesos de reunificación como los que vivió el PS, o hablamos de caminos sin vuelta. Si existen porque hay vida en un proyecto que llegó para quedarse o son expresión de descomposición. Las preguntas no son fáciles, porque los quiebres son de diferente naturaleza. Desde grupos que ya eran partidos al momento de ingresar al FA o a procesos de convergencia en orgánicas frenteamplistas y quebraron para volver a ser lo que eran, o grupos que se separaron para sobrevivir como corrientes a partir de una diputación o alcaldía, hasta individuos que simplemente quiebran para abrazar la hoy atractiva imagen de ¨político independiente¨.

De todos modos, los quiebres, aunque se lean como reacomodos tras el remezón al campo político que significó el estallido social, debieran ser objeto de preocupación y análisis. En ello, un aspecto central es la configuración de una cultura política militante. Porque, por más que en el 2011 algunas de las militancias estudiantiles que luego fundaron el FA sintieran la marca juvenil de lo nuevo, hoy no pueden ignorar algo que siempre acompaña lo viejo: los aprendizajes de la historia.

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