Por Antonia LarraínEn la dirección correcta

Desde el miércoles 10 de diciembre en Australia los menores de 16 años no podrán tener cuenta en populares redes sociales como TikTok, Instagram, Facebook, Snapchat, YouTube, entre otras. Se trata de una audaz medida que responde a la necesidad de regular el acceso de menores de edad a redes sociales sin supervisión, especialmente el acceso a la producción de contenido.
Las redes sociales son hoy parte fundamental del modo en que personas de toda edad nos relacionamos unos con otras, aprendemos, obtenemos información y abordamos los tiempos de ocio. Son una fuente fundamental para los modos contemporáneos de desarrollo personal e individual y de exploración identitaria, ofreciendo una amplia gama de interacciones y referentes. Niños, niñas y adolescentes están arrojados a definirse, diferenciarse, tomar perspectiva respecto a su propia vida, su familia, sus historias. Las redes sociales ofrecen recursos culturales y relacionales para esto: para encontrarse, para no sentirse solos y solas, para ampliar sus posibilidades y horizontes. De hecho, estudios sugieren que usos moderados de redes sociales se asocian con indicadores de bienestar y apoyo social.
Sin embargo, la evidencia científica también muestra que el uso de redes sociales involucra riesgos para la salud mental y el bienestar, especialmente en menores de edad. Estudios reportan la relación entre uso de redes sociales y síntomas depresivos y ansiosos, especialmente en personas entre 10 y 15 años que usan redes con alta intensidad. Estudios muestran que adolescentes con disposición a la introversión, baja autoestima y relaciones sociales de calidad restringidas, estarían más expuestos a riesgos. Al mismo tiempo, adolescentes que se sienten más solos usarían más frecuentemente redes sociales y se conectarían con mayor frecuencia, a través de estas, con adultos y personas extrañas. Más que el uso de redes sociales en sí mismo, sería el uso de alta intensidad el que representaría un factor de riesgo para la salud mental de menores, existiendo estudios que reportan un aumento de un 13,5% en el riesgo de presentar síntomas depresivos por cada hora en redes sociales.
Las niñas estarían más expuestas en la medida que usan más ampliamente las redes sociales con fines relacionales. Ellas muestran mayor presión para ajustarse a estándares restringidos de belleza y mayor insatisfacción con la propia imagen corporal, lo que deriva eventualmente en un círculo vicioso que agudiza los efectos nocivos como, por ejemplo, desórdenes alimenticios. El mayor riesgo del uso de redes sociales es la exposición a contenido sin supervisión acerca de violencia, desórdenes alimenticios, autolesiones y conductas de riesgo que promueven efectos de contagio de alto riesgo para la salud mental.
La prohibición del uso de redes sociales de Australia nos disloca de la conversación nacional acerca del uso de dispositivos y nos orienta en la dirección correcta: la necesidad de demandar mayores estándares de control y regulación a las grandes plataformas de redes sociales, exigiendo el resguardo de espacios virtuales seguros.
En psicología sabemos que las prohibiciones son complejas. Generan mayor curiosidad, ansiedad y desregulación frente a aquello que se prohíbe. Disminuyen las posibilidades de desarrollar autonomía moral. Sin embargo, desde mi perspectiva, en este caso se trata de la expresión de una sociedad que se posiciona desde el cuidado, interpelando a quienes tienen mayor responsabilidad por la exposición a contenido perjudicial para el desarrollo social, sexo-afectivo y psicológico de niños, niñas y adolescentes.
Por Antonia Larraín, Vicerrectora Académica de la Universidad Alberto Hurtado
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