Incertidumbre, movilización y conflictos



Por Mauricio Morales, académico Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales, Universidad de Talca

La participación electoral en las primarias presidenciales del domingo pasado sobrepasó todos los pronósticos, pues existían al menos tres factores en contra. Primero, fueron organizadas aún en contexto de pandemia. Segundo, se enmarcaron en un evidente escenario de baja participación electoral. Tercero, fueron parte de la secuencia de elecciones que a final de año nos tendrá escogiendo más de 3 mil 200 cargos de elección popular entre cerca de 19 mil candidatos, lo que genera cierta fatiga en los votantes.

El porcentaje de participación fue sorprendente si lo comparamos con las primarias de 2017 e, incluso, con las de 2013. Más impactante fue el hecho de que estas elecciones se produjeran a cerca de un mes de la segunda vuelta de gobernadores regionales que convocó a menos del 20% del padrón. Las razones son múltiples, pero acá argumentaré en tres direcciones. Primero, que la escasa credibilidad de las encuestas contribuyó a generar una mayor incertidumbre sobre el resultado. Segundo, que la base territorial del Apruebo Dignidad se movilizó, aprendiendo la lección que dejó la segunda vuelta electoral de gobernadores regionales en la Región Metropolitana. Tercero, que Chile Vamos se fracturó entre un independiente y sus candidatos de partido, generando altos grados de tensión y conflicto interno, lo que motivó una mayor movilización electoral entre grupos rivales.

Ya sabemos que las encuestas han sido imprecisas en el pronóstico de los resultados electorales, especialmente desde 2012, año en que entró en vigencia el voto voluntario. Al existir poca credibilidad sobre dichos pronósticos, los votantes no se dejan seducir ni amedrentar por esos resultados y salen a votar a pesar de que su candidato vaya abajo en las encuestas. Si bien Lavín y Jadue fueron siempre favoritos, la sorpresa electoral es una condición latente. Entonces, a mayor incertidumbre, mayor participación.

Luego, al examinar las bases de votación de ambos pactos, es sencillo percatarse que el Apruebo Dignidad hizo esfuerzos por movilizar a sus votantes particularmente en los centros urbanos del país, y especialmente en la Región Metropolitana. De hecho, de todos los votos del pacto, el 52,5% provino de esta región, mientras que en Chile Vamos ese porcentaje fue del 47,8%. El Apruebo Dignidad consiguió en las pasadas elecciones de mayo comunas grandes como Maipú, Santiago, Ñuñoa, Viña del Mar, Valdivia, entre otras. Esto, muy probablemente, sirvió como piso para su acción política.

Finalmente, la división de RN -y parcialmente de la UDI- entre sus propios candidatos y un independiente, también se constituyó en un factor clave. El gallito interno de RN y los heridos en la UDI producto de la bajada de Matthei, explican el activismo y movilización de estos grupos. En su afán por enrostrar el triunfo al candidato oficialista, varios legisladores y equipos territoriales simplemente atornillaron al revés, importándoles poco los efectos que esta conducta autodestructiva trajo sobre sus propios partidos.

Estos tres factores conviven con una evidencia indiscutible. Tanto Bachelet en 2013 como Piñera en 2017 enfrentaron una primaria, pertenecieron al pacto más votado, y sacaron una amplia ventaja sobre el segundo. Esta simple evidencia pudo convertirse en la motivación central para que ambos pactos se jugaran la vida en esta elección.

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