La Constitución de Boric o el gobierno de los cambios a la medida


Por José de la Cruz Garrido, Centro de Políticas Públicas Facultad de Gobierno UDD

En el devenir del inicio del gobierno del Presidente Gabriel Boric se hizo evidente algo que pasaba desapercibido. El proceso constituyente es un traje a la medida a la coalición del Frente Amplio (FA) y el Partido Comunista (PC). Con la exitosa retórica de “los cambios que Chile necesita” se ha ido imponiendo una agenda que no solo busca refundar las instituciones políticas y económicas chilenas, sino replicar un modelo de democracia mayoritaria, tal como se desarrolló en el seno de la Convención.

Nótese que en todo proceso constituyente al menos se podría esperar razonablemente dos cosas: que los constituyentes adopten una posición distinta a la de sus ideales políticos, que permita la negociación, y que exista consentimiento generalizado en el acuerdo, idealmente unánime. Respecto a este último punto, el comienzo del proceso fue bastante auspicioso, ya que un 78% del electorado lo aprobó. Sin embargo, al poco andar, ya en redes sociales y en la opinión pública, se hizo una lectura que pasaba por alto algo obvio: ese 78% estaba compuesto por un sector importante del centro político, incluyendo la derecha liberal. Esto se vio más acentuado aún con el diseño electoral que sobrerrepresentó a “independientes” a costas del centro político de partidos tradicionales. Desde este punto de vista, si revisamos todas las encuestas, el proceso al menos ya fracasó en un punto clave. Llevó ese capital político inicial, a la guerra fría del 50/50. A un empate técnico. Y se instaló un discurso excluyente en la que toda disidencia, incluso de quienes aprobaron en un comienzo, es atacada. Prueba de ello es que se sigue pensando a un grupo determinado, la derecha (y todo lo que se le asimile), desde su capacidad de veto y no desde el potencial acuerdo que se entable con ella.

A mi juicio, esto se debe principalmente al hecho que, ya instalada la Convención y dado el diseño electoral favorable al sector más radical de la izquierda, no se dejó esperar una actitud que distó de las condiciones propicias para un proceso constituyente. Como nos alerta John Rawls, la amistad cívica es clave, sumado a los dos puntos mencionados arriba. Tender puentes, conciliar una perspectiva común nunca estuvo en el ánimo de este sector. Las cuñas de prensa y medios son abundantes para avalar esta hipótesis. Por el contrario, se ha intentado constantemente polarizar y asumir que eran una mayoría representativa del “pueblo” y otros colectivos, acompañado de un discurso revanchista, llano a la soberbia. El principal enemigo: la derecha (sin matices).

En las elecciones presidenciales, la derrota en primera vuelta de la izquierda PC-FA frente a la derecha de José A. Kast, sumado a los resultados en las senatoriales y en las gobernaciones daba cuenta de que las voces electas de la Convención no eran del todo representativas en las urnas. Era esperable entonces el tono conciliador que adoptó el luego Presidente electo, congregando al mismo centro político que por años denostó. Pero, al parecer, esto era parte de una estrategia.

Ahora, nos enfrentamos ya al texto en su etapa final. En su proceso de “armonización” ha tomado forma un escrito que en su primera versión sin editar no cumplía con requisitos para una lectura fluida. El guion del gobierno se hace cargo de lo que ya es obvio. Este proyecto constitucional es un traje a la medida para su plan de reformas. Tanto es así que este proceso ha devenido en un plebiscito de aprobación de las políticas del gobierno.

Con una campaña que se centra en dejar atrás la Constitución de Pinochet, o mejor, renacer a Pinochet para instaurar una nueva Constitución, el gobierno ha sido explícito en que sus reformas pasan por el nuevo orden. Por lo mismo, la campaña tratará por todos los medios de vincular el rechazo con el plebiscito de entrada y acusar de derecha pinochetista a todo lo que disienta del articulado. Lo que sabemos, es una falacia. Lo que se votará el 4 de septiembre es aprobar o rechazar el texto, en definitiva, el trabajo de esta Convención. Clave, por lo mismo, es darle continuidad a la salida constitucional, cuya aprobación hoy es menor que para el plebiscito de entrada, justamente por el desempeño de la Convención.

La extorsión política antidemocrática, al igual que el 18 de octubre de 2019, seguirá viva. El desafío seguirá siendo responder a la crisis de violencia que se ha instalado en Chile y no darnos el lujo de hipotecar nuestro presente (ni hablar del futuro). Se apruebe o rechace, este proceso fracasó e, incluso, diría, retrocedimos. Ahora estamos más divididos que antes, ya que el “estallido” nunca tuvo como eje una Convención como demanda ciudadana. Fue una solución de la élite para un fenómeno que aún tiene muchas más preguntas que respuestas. Y, lamentablemente, el resultado del plebiscito será un juego de suma cero, donde una mitad no consentirá el resultado.

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