Por Josefina AraosLa gran fractura
Se conoció hace pocos días una carta de destacadas figuras de centro y centroizquierda en apoyo a la candidatura de Evelyn Matthei. Entre los firmantes aparecen Sebastián Edwards, Ximena Rincón, Óscar Guillermo Garretón, Mariana Aylwin, René Cortázar y Zarko Luksic, entre muchos otros. Titulada “Nuestra opción por Chile”, la carta justifica esta suerte de cruce del Rubicón señalando que no se trata de un “cheque en blanco” ni de “renunciar a nuestros principios”, sino de apostar por la única candidatura que podría garantizar la unidad y los acuerdos que el país requiere.
No es poco lo que recibe Matthei: son nombres influyentes que subrayan públicamente sus virtudes, y que evidencian de paso la magnitud de la crisis que atraviesa hoy a la izquierda chilena. Porque Matthei no es Sebastián Piñera: era más sencillo votar por quien venía de una familia democratacristiana y había apoyado el No en 1988. No por azar, en su burdo inicio de franja, MEO juega con el trío de candidatos presidenciales de la derecha como si fueran miembros de la Junta: la izquierda se enfrenta en pocas semanas, en algún sentido, a su peor pesadilla.
Es importante entonces el apoyo de todo ese mundo a Matthei. El problema, sin embargo, es que la pregunta decisiva hoy es otra: no tanto mostrar qué figuras políticas la apoyan, sino saber si tal apoyo tiene correlato sociológico. Y ahí surgen todas las dudas. La encuesta Feedback de esta semana dejó a Matthei en cuarto lugar, desplazada por un Johannes Kaiser que varios pensaban (y esperaban) que a estas alturas estaría fuera de la carrera. Se sabe además hace un tiempo que, más allá del lugar en que pueda estar Matthei semana a semana, ella no ha logrado instalarse en los sectores populares. Nada de eso parece haber cambiado por ahora y es difícil imaginar que el votante obligado que desde 2022 modificó el panorama electoral en Chile pueda tomar su decisión en función de un gesto simbólico como el de aquella carta.
Hay en todo esto una suerte de nostalgia por el 4 de septiembre y el contundente triunfo del Rechazo en el primer proceso constituyente. Para ese hito político se dio una coincidencia justamente entre estos dos planos: transversalidad política a nivel de elites y transversalidad social en la base de apoyo. Pero esa coincidencia responde a muchos factores, y en cualquier caso la información disponible conduce más bien a dudar de que aquello que anuncian las elites influya en el voto de la gente común, o más bien, que lo haga en la dirección que ellas esperan. Uno podría pensar de hecho que, en un contexto de hastío y deseo de castigo, mostrar el acuerdo del establishment solo las perjudica. La fractura entre sociedad y política es un dato de la causa, y por lo mismo, no podemos asumir que el centro político se corresponda con una sociedad cuya identificación con el centro tiene un significado distinto. En este último caso, parece tratarse de la disposición a votar por el liderazgo que pruebe con mayor consistencia y credibilidad que ha hecho suyas las preocupaciones de la ciudadanía, con independencia de su posición política. No es que la ideología no importe, es que no puede importar más que aquello que las personas necesitan.
Por lo demás, esa coincidencia del 4 de septiembre tenía a su favor una elección entre dos opciones antagónicas: aprobar o no la propuesta de la Convención. Hoy por hoy, aunque el adversario común pueda ser el gobierno, las alternativas para castigarlo son muchas; tantas como candidatos ofrece el sistema. Matthei entonces debiera tomar este apoyo con gratitud, pero también con sentido de realidad. No es allí donde se juega la elección, y si algo de margen tiene todavía es otro apoyo el que debe ir a buscar.
Por Josefina Araos, investigadora IES
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