Las derechas e izquierdas y los nuevos temores

Donald Trump (44409293)


Hay quienes vuelven a repetir, aludiendo nuevas realidades surgidas del avance de la ciencia y la tecnología o de las nuevas comunicaciones, que las nociones de izquierda y derecha estarían superadas o que la izquierda viviría inmersa en la nostalgia. Se omite que lo que efectivamente es una afirmación muy antigua es la mentada superación de las ideologías, por lo demás de origen autoritario y/o mesiánico. O en el mejor de los casos de origen tecnocrático. En todas estas afirmaciones lo que se busca es negar la pluralidad de ideas e intereses colectivos y su capacidad de dinamizar las opciones públicas y la deliberación contradictoria sobre ellas. ¡Y hay quienes lo hacen en nombre de la ciencia!

Siguiendo el precepto principal del espíritu científico (el de la duda metódica y de la pregunta ¿será tan así?) cabe retomar el análisis del ilustre italiano Norberto Bobbio, para quien lo que distingue a izquierda y derecha (cada una exhibe diversas variantes), es la valoración central por parte de la versión democrática de la primera de la igualdad en dignidad, derechos y deberes de los seres humanos y la consiguiente organización institucional de la sociedad para alcanzar esos fines. Y su menor -y en el extremo ninguna-valoración de la igualdad por parte de la segunda. En efecto, las derechas postulan que las diferencias sociales entre seres humanos son de orden natural y que las sociedades deben organizar las interacciones de individuos y grupos bajo el postulado de la libertad de opción sin interferencias institucionales, aun al costo de desigualdades que en todo caso resultarían básicamente de dotaciones dadas de capacidades y del mérito individual en su uso. Organizar reglas que incidan y en algunos casos pongan límites a la interacción entre individuos o bien no intervenir en ellas en nombre de la libertad, negando de paso la existencia de grupos y clases sociales con intereses contradictorios, sigue siendo el gran dilema izquierda-derecha en la esfera pública. Para la izquierda, la libertad la pueden ejercer solo los que poseen suficiente riqueza y poder, y suelen hacerlo contra los intereses de la mayor parte de los miembros de la sociedad y contra el interés general.

Ningún acto individual está libre de determinaciones sociales. Nadie está ajeno a su inserción en los grupos y clases sociales con poder asimétrico que componen la sociedad. Esto limita sustancialmente la libertad de opción de cada cual, cuando no reduce a la miseria y a las carencias de toda índole a segmentos sustanciales de la sociedad. Por ello la izquierda se opone a la derecha en este aspecto crucial y busca obtener una igualdad efectiva de oportunidades simultáneamente con el acceso a condiciones básicas de existencia que permitan a todos "vivir bien una buena vida", en la expresión de Ronald Dworkin. Nada puede seguir siendo de mayor actualidad.

Y tampoco nadie está ajeno a la incidencia de lo que Pierre Bourdieu llamó el "capital cultural" de cada individuo, que también está socialmente determinado. Por ello, la izquierda lucha por una igualdad de oportunidades educativas a lo largo de la vida para diluir las desigualdades iniciales y de condición social y la derecha pugna por una separación de las élites del resto de la sociedad. En el caso de Chile, la derecha criolla en su irremediable espíritu oligárquico busca incluso la segmentación escolar según resultados de aprendizaje desde la infancia y de paso asegurar que sus hijos tengan más oportunidades de acceso, dado su mayor dotación inicial de capital cultural, al conocimiento. Su postulado no dicho es favorecer su agrupación tribal y de clase, lo que curiosamente presume, además, sería compartido (Piñera dixit) por la mayoría en su deseo de aspirar a las altas cumbres de la diferenciación social.

La segmentación que propugnan las diversas derechas incluye la subordinación de la mujer y su relegación a funciones domésticas o a actividades sin poder. En sus versiones más primitivas, como es el caso de parte de la derecha en Chile, incluye también la defensa de la segmentación espacial en las urbes y territorios, la discriminación étnica y la animadversión hacia lo que algunos llaman "ideología de género", que no es otra cosa que la igualdad de la mujer.

El sustrato de las sociedades diferenciadas y jerarquizadas, alejadas de cualquier idea de derechos básicos para todos/as sus miembros, sigue siendo básicamente la economía liberal y desigual de mercado hoy reinante, pero también la economía centralizada capturada por grupos burocráticos de poder sin consideración por las libertades ni la prosperidad colectiva. El contraste está más vigente que nunca en esta materia entre derecha e izquierda democrática, en la era de la globalización que ha concentrado como pocas veces en la historia los patrimonios y los ingresos. La derecha busca que en el dominio de los intercambios descentralizados de mercado no exista, o tenga un rol mínimo, cualquier regulación pública. Pero el problema es que en el mercado capitalista participan con un poder estructuralmente asimétrico productores y consumidores, los dueños del capital y los que viven solo de su trabajo (aunque complementen sus ingresos con el producto de alguna inversión), los grandes y los pequeños empresarios, los empresarios rentistas y los empresarios que enfrentan la competencia. Lo nuevo es que la mayoría asalariada vive hoy en condiciones de creciente dispersión y subordinación, mientras la ampliación de la terciarización y de los contratos de corta duración diluyen la condición salarial tradicional, pero no por eso terminan con la subordinación de los contratados a los contratantes.

La izquierda moderna se propone, en cambio, cambiar determinadas bases de la asignación de recursos para transitar a una economía próspera, dinámica y circular que no dañe los ecosistemas y sustente al mismo tiempo las igualdades efectivas de oportunidades y de condiciones comunes básicas, lo que requiere de sustanciales redistribuciones de poder e ingresos. Pero no para transitar a una centralización burocrática sino a una asignación de recursos con pluralidad de agentes económicos públicos, sociales y privados, en condiciones de intercambios descentralizados y al mismo tiempo de regulación y reducción de las asimetrías entre actores de la economía y de socialización parcial del excedente económico. Esto incluye una carga tributaria más amplia, suficiente y sostenible,  la limitación de la financiarización y de la circulación de capitales por paraísos fiscales, junto a la prohibición de la inversión privada y pública en actividades lesivas para el bienestar humano y no resilientes en el uso de los ecosistemas. Esta transición requiere de un gobierno activo en mejorar la condición de bienestar y ampliar la incidencia productiva de los distintos segmentos de trabajadores, junto a mejorar su calificación mediante la educación y la formación profesional permanentes. Es tarea suya, además, crear y financiar más infraestructura, financiar más investigación y desarrollo tecnológico, fomentar el ahorro y la inversión (incluyendo la necesaria transición energética para descarbonizar la economía y aumentar la sostenibilidad ecosistémica) en contextos de diversificación productiva y territorial. Las derechas (salvo las más lúcidas y civilizadas, pero no es muy fácil encontrarlas) niegan o minimizan la pérdida de la biodiversidad y el cambio climático, porque puede llevar a políticas que limiten la lógica de acumulación ilimitada de capital. No obstante, está en juego la supervivencia del planeta y de las sociedades humanas. Y ahí sigue presente el dilema entre izquierdas y derechas, las primeras buscando proteger el interés común de las sociedades, y en este caso también de la humanidad en su conjunto, y las segundas insistiendo en la utopía negativa de la autoregulación de mercado y de las "soluciones privadas a los problemas públicos", cuando no simplemente negando las realidades establecidas por el consenso científico (Trump).

Los dos grandes temores de los futurólogos de la época actual (los que infunden miedo respecto al futuro nunca han faltado en la historia humana) son la automatización basada en la inteligencia artificial, que eliminaría supuestamente hasta la mitad de los empleos, y la manipulación genética, que cambiaría el género humano tal como lo conocemos. La automatización (que recordemos nació hace dos siglos con la primera revolución industrial y ha destruido empleos pero ha creado muchos más) hoy adquiere nuevas formas y velocidades y puede eliminar empleos a un ritmo acelerado con el uso generalizado de la inteligencia artificial, aunque esto es discutido en su magnitud por diversos especialistas. Esta nueva realidad, de confirmarse, se puede usar para presionar todavía más las condiciones de ejercicio y retribución del trabajo, o bien ser un instrumento de reorientación hacia una mayor calificación generalizada del trabajo y, eventualmente, de disminución (manteniendo o ampliando la remuneración gracias a los incrementos de productividad) de las horas de trabajo en beneficio de actividades sociales y personales. De nuevo derechas e izquierdas con sus diversos enfoques.

La manipulación genética humana tiene como impulso, por su parte, un genuino interés científico que algunos buscan transformar en nuevas oportunidades de rentabilidad en el contexto de delirios reeditados de "razas mejoradas". Pero puede ser democráticamente controlada y limitada (es falso que esto no sea posible) y puesta al servicio de nuevos avances en la medicina y la mejoría del bienestar humano. De nuevo todo depende de los valores, ideas e intereses que están en juego y del privilegio por la sociedad del bienestar común o de la acumulación de capital. Nada muy nuevo en materia de dilemas sociales.

Sigue habiendo, sin embargo, una dimensión que supera a izquierdas y derechas, pero que las antecede ampliamente. Y es la de la limitación y erradicación del uso de la violencia. En el extremo, la era nuclear consagró la capacidad de destrucción del género humano y la posibilidad de un apocalipsis provocado por pulsiones autodestructivas de liderazgos sin consideración ni respeto alguno por la vida y por pueblos sometidos y fanatizados. Imaginémonos por un segundo el mundo de hoy si Hitler o Stalin hubieran dispuesto unilateralmente de armas nucleares. Cuando Estados Unidos dispuso brevemente de ese monopolio, actuó sin contemplaciones y criminalmente contra Japón, destruyendo Hiroshima y Nagasaki sin distinción de población civil o militar. De ahí que izquierdas y derechas tienen el deber humano de mantener el control del uso de armas nucleares a través de formas de gobierno mundial del desarme o al menos de disuasión mutua eficaz.

Y en las distintas sociedades, izquierdas y derechas tienen el deber de hacer avanzar reglas comunes que preserven los derechos fundamentales de las personas, la separación de poderes y la alternancia en el poder. Esto no es otra cosa que hacer avanzar la democracia, inventada imperfectamente por los griegos en la antigüedad hace más de dos milenios. Y por la que cabe seguir luchando día a día por su vigencia y ampliación contra todas las variantes de autoritarismo y de violencia ilegítima institucionalizada.

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