
Nada está dicho

Las encuestas presidenciales en Chile parecen congeladas. Desde hace semanas los porcentajes apenas se mueven, y la élite política da por descontado que el escenario ya está definido. Sin embargo, la historia reciente muestra que la política nunca se escribe de antemano.
En septiembre de 2021, Sebastián Sichel marcaba 22% en los sondeos mientras José Antonio Kast aparecía con apenas 12%. Dos meses después, en la elección real, Kast pasó al balotaje. La fotografía de septiembre no anticipaba en absoluto el desenlace de noviembre.
Parte del problema está en quién responde las encuestas que alimentan el debate electoral. Se trata de encuestas telefónicas y, sobre todo, web, con tasas de respuesta muy bajas. Contestan principalmente quienes ya están interesados en política, con mayor nivel educativo y con posiciones más firmes. Así, tienden a sobre-representar a quienes tienen su voto decidido, reforzando la idea de que “todo está dicho”.
Las encuestas presenciales cuentan otra historia. Gracias a sus altas tasas de respuesta logran captar mejor a la población en su conjunto, incluyendo a personas que dudan o que se abstienen. Su desventaja es que, por el esfuerzo logístico que requieren, ofrecen una foto menos actual al momento de publicarse. En LEAS-UAI realizamos una encuesta presencial después de la primera vuelta presidencial de 2021, que mostró que un 34% de los votantes decidió su voto en el último mes antes de la elección, incluyendo un 17% que lo hizo en la última semana.
¿Quiénes son esos votantes tardíos? No son los protagonistas de los paneles de televisión ni de los grupos de WhatsApp politizados. Son personas de sectores medios-bajos, habitantes de grandes centros urbanos. Se informan poco sobre política, no se identifican en el eje izquierda-derecha ni con partidos, desconfían de las instituciones, tienden a desaprobar la gestión del gobierno de turno y suelen sentirse más alejados de la política. Muchos se habían abstenido en elecciones pasadas y aparecieron recién en el plebiscito de 2022, tras el retorno del voto obligatorio.
Ese electorado no aparece con claridad en las encuestas telefónicas y web que dominan el debate público, pero puede definir quién pasa al balotaje y quién queda fuera. Son ellos quienes más responden a los gestos de cercanía en la recta final: radios locales, visitas en terreno y conversaciones familiares pesan más que las redes sociales. En su caso, la persuasión se juega en mensajes simples, directos y de confianza más que en grandes debates programáticos.
Por lo tanto, creer que ya todo está decidido es un error de perspectiva: es mirar a través del lente de un grupo muy politizado y confundirlo con la ciudadanía completa. La elección presidencial de 2025 no está escrita en piedra. Los votantes tardíos existen, pesan y decidirán, una vez más, en el último minuto.
Por Ricardo González T., director del Laboratorio de Encuestas y Análisis Social (LEAS) - UAI
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