No dejarse arrebatar la vocación docente

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Por Cristóbal Madero SJ, Programa de Investigación Docentes, Formación y Profesión, Universidad Alberto Hurtado

La falta de docentes idóneos en un futuro cercano se instala como una amenaza muy real en caso de no reaccionar. Si bien los contornos de la profesión docente, su quehacer específico, la formación para la misma, y su coordinación con tecnologías cada vez más sugerentes permiten pensar una profesión distinta (y en ese sentido matizar la crisis que implicaría no contar mañana con la cantidad suficiente de las y los docentes que tenemos según los marcos de referencia actuales), es un hecho que en el corto plazo necesitamos de más y mejores docentes. Y me atrevería a decir además que dichos docentes debieran concebir su profesión como una verdadera vocación.

El concepto de vocación en general, pero en particular asociado a la docencia escolar, acarrea problemas desde su base. Históricamente se ha asociado lo vocacional a lo exclusivamente religioso, así como a tareas no remuneradas: dar gratis lo que gratis recibieron. Un lenguaje poco feliz en contextos de universalización del acceso a la escuela, y que terminaría por perpetuar la precarización de la docencia. Junto con este problema basal, también existen otros relacionados con su uso. Para algunos la vocación es vista como una estrategia discursiva para legitimar la elección de una profesión con bajas barreras de entrada y bajo status social. Otros, en situación de superioridad jerárquica, apelan a la vocación docente para justificar la exigencia y, algunas veces, el abuso a docentes por compromisos de tiempos y responsabilidades más allá de los contractuales. Hay también algunos que atribuyen a la vocación docente la razón de un buen o mal desempeño. Finalmente, están quienes sostienen que la vocación docente solo está presente entre aquellos que perseveran y permanecen en la docencia, y no en quienes la abandonan, sin importar sus razones.

No podemos separar los anhelos de la profesión docente de la vocación docente genuinamente experimentada por una mayoría de los docentes. En una encuesta hecha a más de 1300 docentes de enseñanza media técnico profesional, más de un 85% señaló que en el ejercicio de la docencia se encontraba su vocación. En otra realizada con estudiantes de pedagogía como segunda carrera, fueron también un 90% quienes dijeron estar en su vocación. El otro 10% dijo estar buscándola. La profesionalización no puede ser entendida como la mera tecnificación de la labor docente. Dicho conocimiento especializado, y la técnica docente es deseable y necesaria. Vocación no debe ser nunca sinónimo de adolecer de aquello. Pero las y los docentes debieran buscar y abrazar una vocación que les lleve a trabajar profesionalmente con pasión, autonomía, y un impulso por correr el cerco de lo esperable y sabido en educación.

No deben por tanto las y los docentes dejarse arrebatar la vocación. Deben revelarse contra un sistema educativo que les pidiera hacer aquello. También levantarse contra quienes, desde adentro en sus círculos de colegas, o en el mismo corazón del gremio organizado quisieran hacerles ver que su vocación es pura justificación y prueba de la precarización. Eso simplemente no es así, toda vez que en conciencia cada docente puede dar cuenta de lo que genuinamente le mueve a educar. No es fácil no dejarse arrebatar la vocación. Es mucho más fácil unirse al coro de quienes ven la docencia como un asunto meramente técnico, sin alma. Pero de eso, simplemente, no es de lo que se trata la docencia.

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