Por Gonzalo CorderoOveroles blancos

En los últimos días ha recrudecido la violencia en liceos emblemáticos, los encapuchados que lanzan bombas molotov, agreden -un rector fue atacado con un martillo- e impiden la actividad normal del colegio, que es hacer clases, tuvieron semanas de furia. Los medios de comunicación consignan la reacción del ministro de Educación: “Tenemos que mirar qué es lo que está sucediendo y cuáles son todos los fenómenos asociados a esos hechos”. Ambigüedad absoluta y renuncia a ejercer las funciones más básicas de la autoridad.
El próximo domingo estaremos eligiendo un nuevo gobierno y un nuevo Congreso, y es evidente que en el electorado están influyendo, de manera muy importante, este contexto de violencia de los “overoles blancos”, y de crimen organizado, cuyas redes se perciben en constante crecimiento. Pero, como componente del proceso político, esa violencia es solo una parte, la otra se grafica en la citada declaración del ministro. Esto es, autoridades que parecen atrapadas en una telaraña de ideologías, muchas veces empantanadas en discusiones que para las personas son derechamente bizantinas, mientras la ley, el estado de derecho, la seguridad, retroceden en una pendiente que se ve sin fin.
Entonces, la gente hace lo que es esperable, buscar a alguien que le ofrezca solucionar el problema “como sea”. Mientras más agudo el dolor, menor es la consideración a la naturaleza de los remedios. Bukele se convierte en el gobernante mejor evaluado de América Latina; la entrada de la policía al costo de decenas de muertos en una favela de Río de Janeiro es vista con cierta envidia. Me temo que en muchos lugares de nuestro país hay personas que, angustiadas, piensan que eso es lo que debería ocurrir aquí.
En círculos de analistas, académicos, líderes de opinión, se empieza a destacar que el país se está polarizando. Se escuchan comentarios en que se reprocha la ceguera de un pueblo que estaría dejándose manipular y que se farreó una elección entre opciones moderadas, para optar entre extremos. Qué nos pasa, se preguntan, que llegamos a un punto en que las soluciones bien pensadas, con datos y elaboradas por expertos, pierden ante la cuña dura y el político que muestra, auténticamente o no, más carácter que ideas. La explicación no es tan compleja: la gente cree, probablemente con razón, que llegamos donde estamos, más por falta de carácter que de ideas.
Que la polarización y el populismo están mucho más cerca, es evidente. La respuesta fácil y elitista es culpar a la gente, los que supuestamente se dejan embaucar; pero cuando la centroizquierda tenía que defender los treinta años y la democracia, la mayoría prefirió subirse a la ola del Frente Amplio; cuando los parlamentarios de centroderecha tenían que mostrar que el Presidente Piñera tenía un tercio sólido en el Congreso, varios sucumbieron al populismo de los retiros.
La gente no quiere autoridades haciendo sociología, solo quiere que sus hijos puedan estudiar sin violencia y sin overoles blancos. Y tiene razón.
Por Gonzalo Cordero, abogado
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