Principio de subsidiariedad

El Palacio de La Moneda



SEÑOR DIRECTOR:

A propósito de mi columna sobre las incomprensiones del principio de subsidiariedad, Carlos Sandaña responde en una carta señalando la necesidad de apoyarse en “fundamentos técnicos” para una mejor comprensión. Respecto a la subsidiariedad, fuente de la discusión, cabe destacar a lo menos tres cosas:

Primero, desde el punto de vista histórico nacional, la iniciativa de las personas y sus agrupaciones ha estado presente a lo largo de toda nuestra vida como nación. Aun cuando el reconocimiento del impulso de las personas pasó por varias etapas de disputa política -como es el caso de Abdón Cifuentes promoviendo la libertad de enseñanza y de asociación-, la realidad superó en más de una ocasión a las normas. De eso da testimonio la Universidad Católica, la Sociedad Instrucción Primaria, los círculos obreros, las múltiples iniciativas de caridad, las mutuales, etc. Las personas asociadas generaban soluciones a los problemas que les eran propios en educación, salud y protección social

Segundo, que este empuje ha contribuido decisivamente a permitir que las personas progresen socialmente. En educación, gracias al esfuerzo privado se ha ampliado la cobertura en enseñanza básica y media, y quintuplicado la matrícula en educación superior en los últimos cuarenta años. Al mismo tiempo, las familias han podido elegir entre proyectos educativos diversos vivificando su derecho preferente a escoger la educación de sus hijos. Todo esto con la colaboración decidida del Estado, precisamente porque así lo exige la subsidiariedad. Nunca antes tantos niños y jóvenes habían asistido a escuelas, liceos y universidades del Estado, pero estos éxitos parecen verse “opacados” ante el mayor y más contundente despliegue de la fuerza creadora de las personas.

Por último, siempre vale la pena recordar que el principio de subsidiariedad sustenta su valor no en criterios históricos o de eficiencia, sino en la justicia. Puesto que las personas contribuyen con el bien común en base a su propio esfuerzo, individual o colectivo, es la forma más humana de progresar y más acorde a su dignidad y naturaleza. El Estado debe reconocer este aporte, promoverlo, pero nunca entorpecerlo.

Julio Isamit

Director de Contenidos IRP

Académico Derecho USS

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