Privatización de la natalidad y abandono



Por Soledad Alvear, abogada

El aborto es un drama de la vida de muchas mujeres. A los miedos e incertidumbres propias de un embarazo, se suma una sociedad cuestionadora, indiferente y poco solidaria, que ha creído que los problemas que cargan en sus espaldas miles de mujeres embarazadas y vulnerables se encuentran en una dimensión puramente conceptual. El proyecto de aborto libre aprobado por la Cámara de Diputados de hecho adopta ciertos presupuestos que reflejan la opción por desconocer nuestra propia dimensión espiritual en el drama, lo que supone altos niveles de manipulación de la realidad e idealización en la solución. Al mismo tiempo, esconde una opción por la privatización del conflicto, que solo ofrece más “abandono y soledad”.

En esencia el proyecto de ley legaliza y autoriza el sacrificio de un hijo como opción al embarazo vulnerable. Por tratarse, nada menos, que del sacrificio de un hijo en el vientre, el proyecto y sus defensores nos ofrecen discursivamente una solución conceptual y dicen “no te preocupes, el hijo que llevas en el vientre hasta sus catorce semanas no es un ser humano digno”. Si no es persona, nos argumentan, entonces su sacrificio es legítimo e inocuo. Pero, en su dimensión humana, material y espiritual, quienes como yo, que hemos tenido la fortuna de haber sido madre y haber vivido la experiencia de sentir ese “sé qué estás ahí”, sabemos perfectamente que aquella pretensión es falsa y peligrosa. Ninguna norma jurídica ni discurso político logrará disfrazar la verdadera dimensión de aquello que, en un espacio habitable de nuestro cuerpo, crece en su propia significación material y espiritual. El sacrificio de un hijo nunca es pura eliminación o desconexión material, sin efectos humanos y espirituales.

El proyecto se perfila ante la sociedad, además, como una solución más humana en comparación al de la sociedad conservadora caracterizado por la “prohibición y criminalización”. Si bien es verdad que hasta ahora nuestra sociedad ha sido esencialmente inquisitiva y poco solidaria y empática, no es verdad que la alternativa del proyecto sea más humana. En realidad, el proyecto renuncia a entender el embarazo, y en especial el vulnerable, como un problema de la sociedad toda y opta por su privatización: al lema “Tu cuerpo, tu decisión”, parece agregarle el de “y tu solución”. Este proyecto no solo elimina cualquier alternativa de protección a nuestras futuras generaciones, sino que además no dispone de “ninguna” política pública que enfrente el embarazo vulnerable, en especial el verdadero problema de las mujeres en Chile, la soledad y el abuso. En definitiva, ante la ausencia de políticas preventivas y protectoras de la maternidad, el proyecto solo ofrece a la mujer la opción de sacrificar un hijo en el vientre y su necesaria impunidad. El proyecto no comprende el alcance real de las problemáticas sociales que se ocultan detrás del drama de pensar en el aborto, ni alcanza a captar la verdadera dimensión material y espiritual que significa sacrificar al propio hijo.

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