Por Pablo AllardProteger no es abandonar, es coexistir

La decisión unánime de la Corte Suprema ratificando la validez ambiental del proyecto de saneamiento de antiguos depósitos de combustible en Viña del Mar, para convertirlo en un barrio integrado de vivienda, servicios, comercio y parques que recuperan el ecosistema costero, marca un hito y muchas lecciones. El dictamen sobre el proyecto Las Salinas, empresa del grupo Copec, no solo pone fin a más de dos décadas de estudios, controversias y recursos judiciales; también abre una oportunidad para repensar cómo Chile regula, evalúa e implementa proyectos de regeneración urbano-ambiental a largo plazo y con visión de futuro.
En un país que necesita con urgencia suelo urbano bien ubicado y proyectos sostenibles, no podemos permitir que la regulación ambiental —indispensable para proteger nuestros ecosistemas— se transforme en obstáculo que paraliza el desarrollo o castiga la innovación. Ojo aquí con las candidaturas que proponen eliminar o saltarse la regulación ambiental: Las normas deben ser rigurosas, pero dinámicas y capaces de incorporar nuevas tecnologías y metodologías, como la biorremediación empleada en Las Salinas, que ha demostrado eficacia y seguridad a nivel mundial. La rigidez burocrática no es sinónimo de protección ambiental; muchas veces es su peor enemigo. No hacer nada, y dejar abandonados ecosistemas o humedales urbanos los expone a convertirse en vertederos ilegales, incendios, plagas o tomas.
Peor aún es cuando los instrumentos ambientales son capturados por intereses políticos o grupos radicales antidesarrollo, instrumentalizando los conflictos para figurar o bloquear cualquier transformación. Esa dinámica no solo retrasa la recuperación de terrenos contaminados y el acceso a vivienda, sino que erosiona la confianza en las instituciones y en la propia causa ambiental.
El desafío no es elegir entre desarrollo o conservación, sino diseñar ciudades que encarnen la coexistencia entre ambos mundos. La regeneración de suelos industriales degradados no debiera verse como una amenaza, sino como una oportunidad para demostrar que el diseño urbano puede ser un acto de reparación ecológica y humana. Parques, espacios públicos, infraestructuras y arquitectura que adhieran a los principios de sustentabilidad y soluciones basadas en la naturaleza, pueden convertirse en catalizadores de un nuevo pacto entre el medio ambiente natural y construido.
Las Salinas ofrece una lección valiosa para los más de mil terrenos urbanos con pasivos ambientales hoy abandonados en Chile. Recuperarlos no solo requiere inversión y tecnología, sino también coraje político, visión de ciudad y marcos regulatorios que acompañen, en vez de castigar, a quienes apuestan por hacer las cosas bien. Por eso, más allá de los fallos judiciales o las cifras de inversión, celebramos la perseverancia de Empresas Copec y los gestores de Las Salinas. En un contexto adverso, optaron por la excelencia ambiental por sobre la rentabilidad inmediata, y abrieron un camino que puede transformar la forma en que concebimos el desarrollo urbano en Chile.
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