
Puntos ciegos

Cierta mañana en que caminaba por la vereda norte de Avenida Providencia choqué con un hombre no vidente que, cual los planetas definidos por haber logrado después de mucho rodar una órbita despejada, hacía sonar su bastón como dando a entender que nadie podía interponerse en su camino. El hombre, que era más menudo que yo, me tomó rápidamente y me empujó en forma violenta hacia un lado. Yo le grité: ¡Ciego de mierda, yo también soy ciego!
Pero no todas las experiencias son malas.
En otra ocasión en que fui a La Vega a comprar queso, iba avanzando entre los feriantes y varios de ellos me iban gritando instrucciones: ¡A la derecha, a la izquierda, cuidado con el poste, doble, un peldaño, una caja, un perro, un gato… cuando uno de ellos advirtió: ¡una mina en pelota!
Más tarde volaba sobre el Atlántico. Una señora septagenaria, que estaba sentada a mi lado en el avión, me comentó: Mire, se nota que usted tiene dificultades visuales, pero que ve un poquitito. Pues, vea, yo le voy a dar un consejo. La gente se puede confundir y pensar que usted la está engañando. Porque podría no entender que vea algunas cosas y otras, no tanto. Entonces, usted podría hacerse una fama de impostor. Por eso, para que no ocurra tal, yo le doy la siguiente idea: debe actuar un poco, es decir, hacerse el ciego más de lo que realmente es. De esta manera, nadie dudará de usted.
Yo le respondí: Gracias, señora, por su consejo. Convídeme, por favor, otra pastilla para dormir y escuche lo que le tengo que decir: yo creo que uno, especialmente en lo que a las condiciones médicas respecta, debe expresar la exacta realidad de su situación y, por su parte, la gente debe aprender que las cosas no son caricaturas. Los ciegos no ven siempre oscuro, hay los que ven como blanco, amarillo o algo parecido a luces de discoteque. Unos ven un poco por el centro, otros por las orillas, los hay que ven por encima y también por debajo. Hay ciegos de nacimiento o de vejez, los hay de juventud, como yo. A algunos la ceguera los enloquece, a otros les devuelve la cordura. Piense en Homero, el poeta supuestamente ciego y analfabeto que se aprendió de memoria sus miles de versos y se los recitó a sus discípulos, quienes hicieron lo propio, hasta que hubo manera de registrarlos en cosas que ya no fuera la mente humana.
Entonces, ella me contó que tiempo atrás había tenido una flota de micros interurbanas, que había quebrado cuando su marido se largó con otra mujer y que ahora trabajaba cuidando enfermos en España. Era una especie de Hécuba, con un derrotero imprevisto en la tercera edad.
¿No ve?, le dije. La verdad personal es lo más interesante que los seres humanos tienen. Cuando se atreven a expresarla con su precisión, todos se transforman en creadores.
Al descender del avión, vino a encontrarme el asistente de vuelo, y ella preguntó: ¿pueden guiarme? Estoy vieja y me confundo.
Vamos.
Y, finalmente, para nuestra sorpresa, ella conocía el aeropuerto mucho mejor.
Por Joaquín Trujillo, investigador CEP
COMENTARIOS
Para comentar este artículo debes ser suscriptor.
Lo Último
Lo más leído
1.
4.
Este septiembre disfruta de los descuentos de la Ruta del Vino, a un precio especial los 3 primeros meses.
Plan digital + LT Beneficios$3.990/mes SUSCRÍBETE