Vieja linda

Ana González, a los 83 años, esperando la decisión de Jack Straw sobre la extradición de Pinochet.  AFP PHOTO/MACARENA MINGUELL (Photo by MACARENA MINGUELL / AFP)


Graciosa y ladina cuando cualquier ocasión se lo permitía, pero profunda en su dolor y resiliencia. Tierna y acogedora, aunque severa y estricta cuando de valores y principios se trataba. Valiente y con una voluntad inquebrantable, pero siempre respetuosa, incluso con aquellos que nunca se lo merecieron. Aunque su mayor singularidad, y quizás en aquello se resume todo lo anterior y mucho más, fue su radical sentido de la dignidad.

Ana González perdió a su marido, a dos de sus hijos y a una nuera embarazada de tres meses, a manos de la DINA; que después de ser detenidos y torturados en Villa Grimaldi, fueron presumiblemente ejecutados y hasta el día de hoy desaparecidos. Ese día se inició una tan infatigable como infructuosa búsqueda, la que consumió su vida, muriendo a los 93 años sin la reclamada justicia por el infierno padecido.

Quizás hay algunos que, a esta altura de esta columna, se estén lamentando por la ideológica intencionalidad de reflotar un "tema político". Otros, algo más sensatos, nos reprocharán la incapacidad para dar vuelta la página, dejar el pasado y mirar hacia el futuro. Pero humilde y sinceramente me pregunto: ¿Cómo es posible hacer eso cuando después del horror que vivieron tantos, hemos –por acción y omisión- pretendido superar lo ocurrido por la vía del olvido, como suponiendo y también deseando que el solo paso del tiempo pueda subsanar la posterior crueldad y abandono que conlleva la ausencia de verdad y justicia?

Fue la misma Ana, quien el año 2007, en una carta abierta al Comandante en Jefe del Ejército, lo expresó de manera sencilla y contundente: "Cuando niña, aprendiendo de nuestra historia patria, se me grabó el gesto del Almirante Miguel Grau, al devolver a la viuda de nuestro héroe Arturo Prat, sus cartas y pertenencias. Qué nobleza, y era el enemigo. ¿Por qué a nosotros no nos devuelven los huesos de nuestros amados, chilenos que fueron masacrados por otros chilenos? Le aseguro que el país avanzaría por el camino del honor, la grandeza y la recuperación de su salud mental".

La profunda degradación moral que invadió a nuestras Fuerzas Armadas, y muy especialmente al Ejército –esa misma que muchos antes justificaron cuando la institución cobijaba a asesinos, pero que ahora la reprochan cuando se ampara a ladrones- es también reflejo de lo que nos ha ocurrido como sociedad. Los cómplices pasivos no son sólo los que sabiendo, colaboraron o callaron. También de cierta forma lo somos todos quienes, en vez de hacer homenajes o escribir columnas con motivo de su partida, deberíamos preguntarnos cuánto hemos dejado de hacer para de verdad honrar su muerte, su causa y su historia. Nuestra historia.

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