Opinión

Violeta Barrios de Chamorro y las transiciones en América Latina

Violeta Barrios de Chamorro. Foto: AFP. DAVID AKE

La muerte de Violeta Barrios de Chamorro, ocurrida en el exilio a los 95 años, marca el final de una era para Nicaragua y para América Latina. Su figura trasciende el ámbito nacional: fue la primera mujer elegida Presidenta en el continente americano por voto popular, símbolo de la democracia y la reconciliación en tiempos de profundas fracturas sociales y políticas.

La dirección del Diario La Prensa, medio opositor a Somoza, desde el asesinato de su esposo en 1978; su breve participación en el Gobierno de Nicaragua, una vez derrotada la dictadura en 1979; y su liderazgo de la Unión Nacional Opositora, que la llevó al triunfo contra Daniel Ortega y a la Presidencia de Nicaragua en 1990, testearon sus virtudes políticas en ambientes muy complejos y violentos.

Los diseños de la transición después de la guerra fueron el resultado de su autoría. El desarme de la Contra, y la profesionalización del Ejército, fueron señas de su afán de dejar atrás la violencia. Por su parte, la incorporación de propios y adversarios en los diseños de la transición para la consolidación de la paz, hacen imposible imaginar ese proceso sin ella. Como es una constante en grandes personalidades políticas, estuvo dispuesta a pagar altos costos por este esfuerzo de reconciliación.

La historia reciente confirma que la consolidación de la paz en Nicaragua fue exitosa. Con las aventuras guerreristas dejadas atrás y pese a las ácidas críticas durante su gobierno, hoy lo sabemos, Doña Violeta tenía razón.

Pero ella murió en el exilio, mientras Nicaragua sufre una deriva autocrática que no solo ha arruinado todas las instituciones democráticas y cerrado todos los espacios de deliberación pública, sino que la población civil ha sido atacada y sufrido la violación masiva y sistemática de derechos humanos.

¿Qué ocurrió? El modelo de transición liderado por ella, basado en acuerdos amplios, sin excusiones ni venganzas, ciertamente no fue el problema. Pero hay un gran detalle que su partida nos obliga a revisar: sin justicia transicional las transiciones no están completas.

Los estándares de justicia transicional obligan a satisfacer a las víctimas del conflicto, con verdad, justicia, reparación y garantías para la no repetición. Nada de eso se atendió en la transición nicaragüense. Revisando la situación actual de Latinoamérica, también es un pendiente en varios procesos luego de conflictos armados, crisis de protesta social o de derivas dictatoriales.

La agenda que adoptó la Fundación que doña Violeta creó después de dejar la Presidencia de la República, y particularmente desde la crisis que se inició en 2018 en Nicaragua, muestra este aprendizaje también, tanto por Doña Violeta como por quienes le sobrevivieron.

Honrar su memoria nos obliga a tener presente lo que no solo es una obligación de derecho internacional de los derechos humanos, sino que una constante política e histórica: sin las víctimas no hay transiciones ni democracias viables.

Por Antonia Urrejola, ex ministra de Relaciones Exteriores

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