Ana Rosa Cortés: “Siguiendo los tratamientos, uno puede encontrar un alivio”

Ana Rosa, Especial Dolor Revista Paula; La Tercera Foto: Alejandra González Guillén Santiago; 12 noviembre 2021



Hace casi siete años estaba llena de nódulos en la tiroides. Mi sobrina, que en ese tiempo era jefa del departamento de ecografías de la Católica, me hizo el examen y de hecho me sugirió a un profesional de la misma clínica. La operación en ese tiempo me costaba millones de pesos, ya que no había convenio con mi isapre. Fue así como llegué a otro recinto de salud y a otro doctor, quien me hizo la cirugía a fines del 2014. Se supone que había salido todo bien y que me habían sacado todos los nódulos además de la tiroides, porque estaba todo con carcinoma. A los dos días me sacaron los catéteres y me enviaron a la casa. Pero después de un año, otra vez me sentí extraña así que fui nuevamente a hacerme el examen. Todo indicaba que en la primera cirugía me había quedado un nódulo, así que tuve que volver a pabellón.

De vuelta en mi casa, sentí mucho dolor en el lado derecho de la cabeza y la oreja. Le comenté al médico de esto, pero él me explicó que era normal, ya que en la cirugía se suele pasar a llevar algunos nervios de la zona y, según me indicó, estos se recuperarían con tiempo. Pero no fue así.

En marzo de 2016 llegué a manos de una fisiatra en el Hospital Clínico de la Universidad de Chile. Me volvieron a hacer estudios y en uno de los exámenes apareció que yo tenía el nervio espinal cortado. Es uno de esos grandes, que no se regeneran solos. Quedé con el lado derecho de la espalda, donde está el hombro, con una escápula aliada –está levantada– y eso hace que la musculatura y nervios de ese lado funcionen mal. Y ese no es el único nervio que tengo cortado, ya que el trigémino de ese lado también me lo cortaron al igual que otro nervio que está conectado con la parte baja del brazo. Con este diagnóstico la doctora me envió a fisioterapia y me dio medicación para ver si se me pasaba un poquito el dolor.

Recuerdo que una noche a mi perrita bóxer le dio un ataque de epilepsia. Me agaché para tomarla y ayudarla. En ese momento no sentí nada, quizás por la adrenalina, pero después no me podía parar. Era como si la espalda no me funcionara. A los días partí con los bastones al hospital y el examen arrojó que tenía una fractura en la columna. La doctora me dijo que tenía que usar corsé de fierro con el que estuve casi dos años. Parecía robot o como de estos jugadores de fútbol americano, y no me quedó otra que ir a trabajar así. Es que además de mi tema de la tiroides y las cirugías por los nódulos, hace años que padezco de osteoporosis; es como si tuviera huesos de una persona de 80 años y por lo mismo he tenido varias fracturas.

Me acostumbré a vivir con un dolor constante. Cuando me pongo a barrer siento mucho dolor al igual que cuando hago la cama y estiro las sábanas. Lo hago igual, pero a veces siento como si las articulaciones me estuvieran ardiendo y cuando el dolor es intolerable, me pichicateo con los remedios que me dio la doctora. Tengo una cajita de emergencia para el dolor. Con las terapias de relajación he encontrado un poco de alivio, en ellas me enseñan a respirar para poder lograr un estado adecuado para poder dormir.

Se supone que a fines de enero próximo volveré a trabajar y estoy contenta porque pienso que eso me va a implicar un poco más de descanso. Soy anfitriona en un centro de salud y podré estar sentada un buen rato, en cambio en la casa, estoy a cargo de las tareas domésticas y eso me cansa mucho; me demoro horas en regar, barrer y otras cosas. Días atrás tuve que ir a mi pega porque tenía hora con la nutrióloga y fue muy lindo volver a ver a mis compañeros de trabajo, me subieron mucho el ánimo. Me dijeron que me echan de menos y eso me da esperanza. Siento que conversando con los demás uno se olvida de lo que tiene.

Cuando pienso en lo que me ha tocado vivir, llego a la conclusión de que el hecho de trabajar con pacientes es lo que me ha ayudado. Cuando estaba en mis jornadas laborales, los doctores me mandaban a las personas para que les contara mi experiencia y les compartiera cómo me sentía. Les explicaba que siguiendo los tratamientos, uno puede encontrar un alivio. Además de la medicación, hago los ejercicios que me han dado en las terapias: levanto pesas chicas, uso estos elásticos para mover las articulaciones y fortalecer mi resistencia. Trato de hacer los ejercicios todos los días antes de acostarme o a veces los hago al levantarme. Eso me ayuda a que la musculatura no se atrofie. Finalmente lo que intento es hacer hartas cosas para olvidarme del dolor, no pescar mucho, porque si no estaría botada en la cama.

Las terapeutas ocupacionales también han jugado un rol importante en mi terapia; visitaron mi casa y se fijaron en qué posición estaban mis muebles y mis cosas. Ellas me enseñan a hacer mis actividades cotidianas sin que me provoquen tanto dolor; por ejemplo, en un gesto tan sencillo como ponerme una chaqueta, lo primero es meter el brazo malo y después el bueno. Son cosas sencillas que alguien que no vive con dolor no entendería, pero que para mí han sido un aporte para hacer mi vida más llevadera.

En este tiempo he tenido la oportunidad de hablar con harta gente sobre mi dolor y eso me hace sentir acompañada. También escuchar a otras personas que viven con dolor me ayuda, no solo porque siento que no soy la única, también porque me siento útil, creo que con mi experiencia les aliviano la carga. Me han dicho que no se me nota que sufro y mi respuesta es que, aunque cueste, hay que tratar de sacar de nuestra vida el dolor, aunque sea de a poco. Pero una necesita una ayuda, por eso estoy tan agradecida de la Unidad del Dolor del Hospital Clínico de la Universidad de Chile; llegar ahí para mí fue una fortuna, porque sentir que alguien entiende tu dolor, te ayuda psicológicamente a manejarlo.

Ana Rosa Cortés es Técnico en enfermería y tiene 56 años.

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