Claudio Duarte, sociólogo: “Lo contrario del adultocentrismo es colaboración, diálogo y justicia intergeneracional”




“Si esta es una sociedad capitalista, racista y patriarcal, ¿cómo llamar a la sociedad que ya no solo discrimina por pobreza, color de piel o género, sino también por edad?”. La respuesta a esta pregunta hace surgir el concepto de adultocentrismo que el académico del Departamento de Sociología de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Chile, Claudio Duarte, viene trabajando hace más treinta años y que es también el tema de sus tesis doctoral. En resumen, el concepto hace referencia a la existencia de un tipo de hegemonía, una relación social asimétrica entre las personas adultas –que ostentan el poder y son el modelo de referencia para la visión del mundo–, y otras personas generalmente infancias, adolescencias, juventudes o personas mayores.

Duarte explica que tiene que ver con un sistema de dominio y con una sociedad que se organiza de cierta manera, y plantea que tiene tres componentes: El primero es el imaginario simbólico, vale decir, un conjunto de esquemas mentales o representaciones sobre lo que es ser niña o niño, adulto, joven o adulto mayor en esta sociedad, que está anclado fundamentalmente con una interpretación del ciclo vital. “Se ha construido un relato de cómo es el ciclo vital que está constituido por etapas, donde hay unas que son de preparación y una de plenitud que es la adultez. Pero éste es un relato construido, como cuando se construyó el relato de las mujeres como seres débiles o incompletos. Ese relato lo hicieron los varones. Bueno, en este caso el ciclo vital y las características de sus etapas fueron construidos por la ciencia y eso hace que se dé por verdadero. Nos cuesta mucho imaginar el ciclo vital de otra manera, pero al ser una construcción social, puede ser perfectamente debatible”.

En segundo lugar el adultocentrismo tiene un componente material, que es que la sociedad se construye bajo la base de que niñas, niños y adolescentes son dependientes y tienen que prepararse para la independencia y por tanto, el rol de los adultos es cautelarles, vigilarles, educarles, organizarles, mientras se preparan para ser adultos. “Todo ese tiempo son los adultos los que deciden las clausuras y los accesos a los bienes materiales para su desarrollo. Entonces las niñas, niños y adolescentes tendrían lo que los adultos llamamos ‘tareas’ para el desarrollo que tienen que hacer bajo la tutela –que hace referencia a un concepto de vigilancia y no de acompañamiento– adulta”, agrega Duarte.

Y el tercer componente es el corporal/sexual. “Hace algunos años el ex alcalde de la comuna de La Florida, Pablo Zalaquet, en medio de la discusión sobre la distribución de la píldora del día después, dijo que los cuerpos de nuestros niños nos pertenecen. Que somos los adultos los responsables de esos cuerpos. ¿Cómo es que los cuerpos de nuestras niñas y niños nos llegan a pertenecer? Esto solo se puede dar en un concepto adultocéntrico, donde los adultos creemos que la gestión de los cuerpos y las sexualidades –deseo y placer incluido– de estos menores, es responsabilidad nuestra. Por eso el parlamento no da luz a una política de Educación Sexual Integral la semana pasada”, aclara.

La teoría plantea que estos tres componentes constituyen los elementos centrales del adultocentrismo, que lo que hace en la práctica es que le entrega todo el control y decisión de dominio a las personas adultas. Pero según Claudio Duarte esto es móvil y por eso es tan complejo. “Por ejemplo, en mi casa soy el papá, por tanto puedo dominar a mi círculo que son mis hijas e hijo. Pero cuando voy a la universidad y estoy en el claustro de profesores no soy el mayor, hay colegas que son mayores y que fueron mis profesores, y ellos me recuerdan que soy un muchacho y por tanto disponen sobre mí sus nociones como personas mayores que yo. Como que la condición etaria, incluso más que la experiencia, pone a un ser humano por sobre otro”, dice y plantea que la sociedad nos ha enseñado que por tener más años, tenemos la razón. Cuestión que es profundamente debatible.

Y en contextos como el actual, se hace aún más evidente. “Las y los jóvenes no participan hoy en el proceso del plebiscito constitucional, a pesar de que fueron el motor de lo que estamos viviendo. No solo por lo que pasó con el torniquete del metro, que ya es un dato importante, sino también por lo que viene pasando desde el 2006 con las movilizaciones estudiantiles. Son ellos los que han cuestionado la estructura chilena diciendo que es una estructura desigual. Los adultos no tomaron en cuenta eso y los dejaron fuera del plebiscito, no quisieron ni siquiera discutir la rebaja de la edad”, agrega Duarte y se pregunta: “¿Por qué podemos penalizar a los adolescentes de 16 años y no pueden votar a esa misma edad? Es una incongruencia. Y ese es el argumento negativo –porque hace referencia a la penalización–, pero el positivo es que han demostrado claridad y que pueden ser actores relevantes. Sin embargo, la sociedad chilena no los quiere adentro, sino que en pausa, en espera”, agrega.

El síndrome de la i

Hay teorías sociológicas y antropológicas que plantean que los jóvenes están preparándose para la integración a la sociedad, lo que muestra que desde la teoría los estamos viendo fuera de la sociedad. El académico de la Universidad de Chile plantea que “todo esto se acompaña de la idea de que están en crisis, que son un problema, que no saben lo que quieren. El síndrome de la i: que son irresponsables, irrespetuosos, inmaduros, que son los adjetivos con los que el mundo adulto los caricaturiza y estigmatiza como jóvenes”.

Y la discusión para él no se centra en una edad específica en la que deberíamos hacerlos más partícipes. “Más que decir un dato específico, prefiero plantear qué queremos que hagan las y los jóvenes en la sociedad. Cómo, desde que nacen, les vamos formando y vamos con ellas y ellos construyendo una sociedad que dialoga, que los ve como personas desde ese momento, no en el futuro. Porque si tú no tienes la experiencia de conversar, dialogar y hacerte cargo de tus decisiones, cómo después te vamos a pedir que te hagas responsables de lo que hiciste si durante toda tu vida han habido otros que han tomado decisiones por ti”, pregunta. Como sociedad estamos formando personas que no tienen una experiencia concreta de aquello que les estamos pidiendo.

Y agrega: “Si nosotros tuviéramos desde la familia, la escuela, los medios y la política, la disposición a dialogar en general en la sociedad las cosas serían distintas. Porque si vamos a incorporar a las y los adolescentes y jóvenes en una suerte de simulacro de participación, cuando los adultos ya tenemos la decisión tomada de lo que queremos, no tiene mucho sentido. Tenemos que ser capaces de entrar en un diálogo y en él dejarnos provocar e interpelar por lo que las personas jóvenes plantean. Y podemos estar en desacuerdo, porque estar en contra del adultocentrismo no es proponer un jovencentrismo ni un niñocentrismo. Lo contrario del adultocentrismo es colaboración, diálogo y justicia intergeneracional. No es dar vuelta la tortilla y pasar a una suerte de esencialismo juvenil en el que cada cosa que dicen los jóvenes se tiene que hacer. Es lo mismo que ocurre con el patriarcado ¿Todos los discursos de las mujeres y de las disidencias sexuales son pertinentes? La respuesta es no”.

El origen del adultocentrismo

Las teorías antropológicas e históricas han venido mostrando que en los primeros agrupamientos humanos había equivalencia social de los roles, es decir, era tan importante cazar un animal, recolectar fruta y parir a una guagua. No había tareas más importantes que otras. En cambio, en la sociedad actual, el que trae la plata a la casa –por muchos años, el hombre– vale mucho más que la mujer que cocina; o lo que hace el profesor parado adelante en la pizarra, vale más que lo que hace el estudiante. “Esa equivalencia social de roles se rompió cuando comenzó a emerger la cosificación de los cuerpos”, explica Duarte.

Así, cuando pasamos de ser grupos nómades a grupos sedentarios y se descubre la agricultura, los grupos comenzaron a pelear por esa producción. En esa lucha, los que ganaban no solo se llevaban el grano o la comida, también a las mujeres que fueron transformadas en botín de guerra, ya que eran ellas las que se reproducían –aún no entendían la asociación coito y embarazo –y eso era bueno para el grupo porque permitía tener más mano de obra. “Eso es lo que varias autoras feministas han identificado como el comienzo del patriarcado. El tema es que, además de llevarse a las mujeres, se llevaban a las crías porque sabían que también se iban a reproducir y que a los hombres los podrían usar como mano de obra y guerreros, y a las mujeres las podrían convertir en reproductoras. Ese es entonces también el inicio del adultocentrismo y es la misma lógica que tenemos para explicar por qué las niñas, niños y adolescentes tienen que ir a la escuela y seguir nuestras órdenes, porque están preparándose para los roles adultos”, agrega Claudio.

Y concluye: “En este contexto, todo lo que hagan niñas, niños y adolescentes pierde valor, solo vale en función del mañana, cuando sean adultos. El problema es que aún estamos atrasados en entender este concepto, como cuando las primeras mujeres empezaron a hablar de que había un sistema patriarcal, y por tanto hay un largo camino para ver cómo lo trabajamos y lo transmitimos”.

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