Cómo abandonar el molesto hábito de vivir quejándose




La queja se puede llegar a instalar como hábito en nuestras vidas sin que nos demos cuenta. Este es un mecanismo psicológico útil que nos permite exteriorizar emociones negativas reprimidas y que nos ayuda a estar en sintonía con nosotras mismas y nuestro entorno.

Según el filósofo inglés Julian Baggini, de lo que más se queja la gente, en general, es de la mala suerte, el destino, de sus achaques, de lo mal que está el mundo, de las parejas y de los compañeros de trabajo, del tiempo, de los líderes, del costo de la vida, de la corrupción y la televisión. En su libro La queja (Complaint) el pensador británico señala además que “en el origen de toda queja late la sensación de que las cosas no son como deberían ser. Quejarse es denunciarlo y podemos hacerlo con irritación, agresivamente, con calma, sin motivo o de una forma constructiva”.

Lo cierto es que para muchos el acto de quejarse es liberador y hasta placentero. Por eso, María Martínez, psicóloga de Clínica Santa María, señala que la queja siempre será beneficiosa en la medida que nos permita transformarla en una acción. “La queja es nuestra alarma que permite ser consciente de que algo nos está molestando. Lo relevante es escucharla, hacernos cargo de ella y buscar una solución”.

Baggini en su libro habla justamente sobre los tipos de quejas y cómo encausarlas para que no solo sean un desahogo sin sentido. “El propio Martin Luther King dijo: ¡Libérense de su descontento! Pero con eso no basta, está claro. Hay que canalizar el descontento o todo seguirá igual. Quejarse es bueno, siempre y cuando venga acompañado de una acción positiva”.

La queja como tema de vida

La queja es universal y todas las personas padecemos de algo que nos molesta. La diferencia está entre los que se quejan y buscan soluciones y los que se estancan en ella. Estas últimas son personas que no han encontrado solución a su queja o tienen una autoestima baja, son inseguros o tienen dificultad para enfrentar situaciones adversas.

Para la psicóloga Loreto Gálvez, la queja genera un estancamiento y nos impide responsabilizarnos de nuestro propio bienestar, generando una tendencia a atribuirle la carga a otros. “Detrás de este funcionamiento puede estar la imposibilidad de hacerse cargo del propio bienestar, esperando y poniendo en el otro la responsabilidad de solucionar lo que nos es desagradable”.

Al respecto, Martínez manifiesta que “lo más probable que detrás de una persona que vive quejándose, hay una molestia, y el hecho de exteriorizarla con los otros puede estar relacionada con la búsqueda de ayuda, al no ser capaces de resolverlas por sí solos, se vuelve urgente compartirla con los demás. Existe también una necesidad de ser reconocido como alguien que sufre, para así legitimar el dolor y la necesidad urgente de ser contenido”.

La sobre reacción ante una dificultad, a través de una queja constante, puede deberse también a una historia de vida traumática. Así lo manifiesta la psicóloga Patricia Aitken, quien señala que: “tengo un concepto que se llama ‘la piel quemada’, que es cuando una persona ha sufrido mucho y ha estado estado expuesta a un trauma complejo o a una relación difícil con sus padres de forma sistemática. Este tipo de dificultades emocionales generan que las personas estén con una especie de piel quemada, es decir, que ante un evento medianamente complejo van a reaccionar de cero a cien. Por eso, tras una persona quejumbrosa hay una historia de dolor”.

Las consecuencias de esto, señalan las expertas, es que se deja de vivir para empezar a sobrevivir. “Están destinados a sobrevivir en la angustia y la tristeza, por lo que los vínculos con los otros estarán supeditados a esas emociones. Esto puede llevarlos a una insatisfacción constante pues no se sienten cómodos con ellos, se sienten en déficit en relación al otro y eso lo replican en los vínculos con el medio circundante”, dice Martínez.

Cómo enfrentarla

Quienes son cercanas a personas quejumbrosas, tienden por lo general a evitarlas o alejarse de ellas, pues nunca logran hacerlas felices y eso les daña. “Los que conviven con personas de estas características pueden presentar un importante desgaste emocional, una sensación de ineficacia frente a las demandas del otro y con respuestas emocionales de rabia por la sensación de culpa y de responsabilidad frente a los problemas y demanda del otro. Por lo tanto, es importante reconocer este funcionamiento para poder intervenir a tiempo porque raras veces estas personas llegan a consultar”, señala Loreto Gálvez.

En el caso de quienes han hecho suya la queja y quieren superar esa actitud de vida, lo primero es ser conscientes de que no es lo mismo hacerse cargo de ella que cargar con ella. “Luchar contra algo que nos duele es revolucionario, porque implica una acción de la que a veces tememos, pero de todas maneras es mejor atravesar por la incertidumbre que quedarnos sometidos al dolor y a la frustración que nos inhabilita como vivientes”, advierte María Martínez.

La psicología positiva plantea que la felicidad de una persona está compuesta por un 50% de genética, un 40% que tiene que ver con las actividades intencionadas (que es lo que hacemos para ser felices) y un 10% tiene que ver con las circunstancias. De estos porcentajes Patricia Aitken señala que las personas quejumbrosas se sanan a través del vínculo con el otro. “Una persona que sea incondicional con aquella que se queja todo el tiempo la va a salvar porque le entregará el vínculo, que es lo que -según un estudio realizado por la Universidad de Harvard- realmente hace feliz a una persona”.

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