La causa animalista

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En Chile hay alrededor de 200 mil adherentes al movimiento animalista y numerosas agrupaciones que defienden los derechos de perros, gatos y especies exóticas. Entre sus miembros hay activistas furiosos que organizan funas, así como rescatistas que allanan casas para salvar a mascotas maltratadas. Acá, sus razones y motivaciones.




Paula 1238. Sábado 4 de noviembre de 2017.

El pasado 18 de Septiembre, a las cuatro de la tarde, el activista de la organización EcoAnimal, Juan Pablo Sánchez (43), escuchó el pito y dio el salto. Estaban en plena medialuna de Pichidegua, (a una hora de Rancagua), con más de 30 grados y 800 personas en las graderías expectantes para ver cómo los corraleros detendrían a un novillo. Juan Pablo y otros 14 activistas jóvenes y fornidos, saltaron desde las graderías al interior de la medialuna, con pancartas que decían: "No más rodeo", "Esto no es deporte ni cultura, es tortura". Los corraleros los miraban estupefactos.

Pocos minutos después, los activistas, entre los que se contaban ocho mujeres y siete hombres, comenzaron a ser perseguidos. "Todo se volvió confuso. El público gritaba. Hacía mucho calor. Unos 40 peones intentaban lacearnos como en el Viejo Oeste. Un poco más allá estaba Carabineros. Y los novillos, recuerdo su mirada como pidiendo que los salváramos", dice Sánchez. Y continúa: "Mientras más gritábamos más nos perseguían. Los peones querían arrastrarnos por el suelo y sacarnos amarrados". Sánchez cree que se ensañaron con ellos porque estaban fuera de Santiago y no había cámaras de televisión. Al final, todos terminaron detenidos. Estuvieron por más de 12 horas en un calabozo húmedo, con olor a orín y en el que había otros detenidos por ebriedad y robo.

Esa no fue la única funa animal de las últimas Fiestas Patrias. De hecho, en más de una docena de medialunas del país, ubicadas mayoritariamente entre la Región Metropolitana y la Séptima Región, se vivieron situaciones parecidas. A la medialuna del parque Padre Hurtado, por ejemplo, este año llegaron 30 activistas que interrumpieron el rodeo con carteles reivindicando la causa animal; también terminaron detenidos. En 2007, el primer año que se organizó esa misma funa en el rodeo del parque Padre Hurtado, solo llegaron tres activistas.

Perros con chaleco

Hace siete años comenzaron a proliferar en Chile las agrupaciones animalistas, como Animal Libre y Ecoanimal y cada vez tienen más adherentes dispuestos a tomar acciones contra el maltrato animal. Lo que los mueve es un único y principal objetivo: la reivindicación animal que, en sus palabras, significa optar por los derechos de los animales, muchas veces por sobre los de su dueño. Se calcula que hay 200 mil adherentes a esta causa en Chile, según datos de las fundaciones animalistas y, entre ellos, se puede distinguir dos marcados perfiles: están los rescatistas, cuya misión es recuperar a animales del abandono y buscarles un hogar o una familia de adopción. Y los activistas radicales que legitiman prácticas más extremas que, a veces, incluso chocan con la ley.

Hoy existen más de 100 fundaciones animalistas con personalidad jurídica y otras tantas no institucionalizadas que se mueven a través de las redes sociales. También hay numerosas personas que no están inscritas en ningún grupo, pero son animalistas de corazón y actúan por su cuenta. Muchas de estas fundaciones –entre las que se cuentan Cefu, Ecópolis, AnimaNaturalis, ProAnimal Chile, Fundación Orca y Animal Rex– han empujado desde 1997 cambios legales, logrando sacar dos leyes: la Ley 20.380, de Protección Animal, promulgada en 2008 y la Ley21.020, de Tenencia Responsable de Mascotas, más conocida como Ley Cholito, promulgada este año.

Pero quizás el logro más relevante del movimiento ha sido instalar una nueva sensibilidad social que se traduce en detalles, como el plato de perro siempre lleno de agua fresca afuera del Starbucks o el aumento de perros callejeros con chaleco de polar que se ven en el invierno. En las redes también hay huellas de esta sensibilidad, como las masivas campañas publicitarias como #NoSonMuebles, donde diversos protagonistas del espectáculo llaman a ver a las mascotas como seres sintientes.

30 mil soldados

Daniela Carter se considera a sí misma una soldado. Una más de las 30 mil activistas-rescatistas independientes que, asegura, existen en Chile. Daniela, profesora retirada y soltera, se pasa casi todo el día auxiliando perros y gatos maltratados o abandonados, para luego rehabilitarlos y dejarlos en una casa o refugio. A veces, también los defiende de sus propios dueños.

Por ejemplo, cuando Daniela ve a un animal que lleva mucho tiempo encerrado en un auto, interviene. Respira e intenta controlar la ira que esto le produce, mientras espera aparezca el dueño. Y cuando eso ocurre le argumenta que  "los animalitos no son muebles y que también tienen derechos". Si el diálogo no resulta, y el dueño no entiende sus razones, entonces pasa a la acción: saca su celular, toma una foto y manda un mensaje de alerta al Facebook o al Whatsapp grupal. Rápidamente, llegan los "soldados animalistas" a ayudarla. Lo que ocurre después, muchas veces, es una verdadera trifulca que puede involucrar combos, tiradas de pelo y escándalo. "A  veces el agresor se niega a cambiar o a entregar su mascota y no queda otra que ir al choque", dice.

"Queremos la igualdad", dice Daniela, quien lleva 12 años en la causa, como lanzando una proclama. "Si los animales también sufren, aman y se comunican, entonces ¿por qué tendrían que estar sujetos a nuestro dominio?".

Los soldados animalistas, como Daniela, muchas veces sienten verdadera ira contra los dueños de las mascotas que tienen huellas de maltrato. Y esa ira se expresa en las redes sociales. Daniela asegura que entre sus contactos animalistas "hay más de 20 que son verdaderos hackers que con el más mínimo dato, son capaces de conseguirse mail, rut, dirección, patente, estado civil y penal". Una vez detectado el agresor suben una foto a Facebook con una leyenda que dice: maltratador.

"Queremos la igualdad", dice Daniela Carter, quien lleva 12 años en la causa. "Si los animales también sufren, aman y se comunican, entonces ¿por qué tendrían que estar sujetos a nuestro dominio?".

Los rescatistas

Juan Pablo Sánchez (43), secretario general de la Fundación AnimaNaturalis, es un rescatista de animales, especialmente de especies exóticas; se los arrebata de las propias manos a los traficantes de estas especies que los ofrecen en el Persa Biobío.  Sábados y domingos él suele pasearse por el persa buscando a comerciantes que ofrecen clandestinamente loros, monos o erizos, en su mayoría robados o que entraron al país sin permiso. Cuando los detecta, al igual que Daniela, envía un mensaje al Whatsapp grupal, que cuenta con 150 miembros y apenas llegan sus compañeros –acuden a veces 20 y hasta 30– entra en acción.Cunden los golpes hasta que el comerciante suelta al animal.

Juan Pablo explica que no llama a Carabineros, porque actuar así es más eficiente. "A veces, se ponen a vender estos animales delante de Carabineros, incluso al lado de los retenes y aún así, no les dicen nada", alega. Los loros y monos que rescata los lleva a una parcela "para que logren su felicidad". Juan Pablo dice no tener temor de que algún día puedan llegar las autoridades a detenerlo o a sancionarlo, por no haber entregado los animales rescatados al Servicio Agrícola Ganadero, SAG.

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Juan Pablo Sánchez es rescatista de especies exóticas: se los arrebata de las propias manos a los traficantes de estas especies en el Persa Biobío. Cuando los detecta, envía un mensaje al Whatsapp grupal, que cuenta con 150 miembros. Apenas llegan sus compañeros, entra en acción. Suele haber golpes en esos rescates.[/caption]

Tamara Toledo (41) también es rescatista de animales y ha estado en problemas por ello. De hecho, el pasado 5 de agosto pasó más de 24 horas en un calabozo junto a una traficante, una prostituta y una mujer que había asesinado a su marido y se orinó ahí mismo. Tamara fue detenida, luego de que el dueño de unos perros "que se veían muy flacos y enfermos" la denunciara por entrar sin permiso a su casa y lanzarle gas pimienta.

"¡Se lo eché solo porque él comenzó a agredirme!", alega, aunque admite que entró a la casa sorpresivamente. "Vi a los perros abandonados, ¿y qué querías que hiciera? Me nació del alma. Soy demasiado apasionada. Por culpa de él, de hecho, me mandaron al siquiatra, quien me recomendó para mi sanidad dejar los rescates, Pero, ¡¿cómo?!".

Dice que rescata entre 50 o 60 perros mensuales. Si ve alguno en muy malas condiciones, se lo lleva aunque para esto tenga que ingresar sin permiso a alguna casa. Hace algunos años, de hecho, se raptó un San Bernardo que estaba enjaulado y muy flaco. Junto a una amiga se metieron a la casa, abrieron su jaula y se lo llevaron; después lo dio en adopción a través de Facebook. "Si veo a un perro, por ejemplo, que lleva mucho rato amarrado, me lo llevo", asegura.

Y agrega, enfática: "Si tienes un animal es tu obligación, tu o-bli-ga-ción cuidarlo, alimentarlo y darle alegría. Y, si no lo haces, no lo tengas, porque tarde o temprano alguien va a venir a quitártelo. ¡Yo iría a quitártelo!".

La sicóloga laboral Paulina González (42) también es rescatista, pero no tan furiosa. En su hora de colación recorre Ciudad Empresarial con una bolsa de pelets: va alimentando y saludando a los 300 perros callejeros que cuida en el sector. Voluntaria de la agrupación Ciudad Animal, dedicada al cuidado animal, asegura que ve el alma de los perros cuando los mira a los ojos.

Pese a ser sicóloga se siente cada día menos cerca del mundo humano. La motiva más soñar con irse a cuidar elefantes al Oriente que armar una familia. "Solo los animales logran alejarme de la crueldad del mundo", afirma. Ha destinado por años parte importante de su sueldo: un promedio de 250 mil al mes y su tiempo libre a los animales, postergando, además, sus propios proyectos por esto. "Es evidente que con la causa, no me queda mucho tiempo", asegura.

A veces se siente incomprendida. Sus conocidos la molestan. "Me dicen que ando con olor a perro, pero, ¿cómo no?, si ando siempre en pleno rescate de animales; en la calle, en la carretera, en los sitios eriazos". Una vez rescató a un perro del río Mapocho; el animal estaba atrapado. Paulina consiguió una cuerda y bajó a buscarlo. Otra vez por salvar a unos gatos asilvestrados terminó con los brazos tan heridos y rasguñados que fue a parar a urgencia a la clínica. "Me hicieron una intervención quirúrgica", precisa sin lamentarse.

Adopción de gatos

Pamela Gaete (42) es rescatista de gatos: los recoge, los lleva al veterinario, los alimenta. También es la directora de la Fundación Adopta, que organiza jornadas de adopción de gatos. Pero es exigente: evalúa con detención a los futuros dueños. "Si algún candidato no ve a los gatos como a su familia o no está dispuesto a invertir en mallas de protección en las ventanas para su seguridad, no se lo entrego. Tampoco califican los que dicen que quieren el gato para dárselo de cumpleaños al hijo o para el Día del Niño". En la última jornada masiva de adopción solo aceptó a 46 de más de 100 adoptantes. "Dijeron que le poníamos color con los gatos".

El defensor de los activistas

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Cristián Apiolaza es abogado, vegano y activista animalista. Su punto de inflexión ocurrió en 2003 cuando se infiltró en el Bioterio de la UC donde se hacía investigaciones con primates. "No estaba preparado para verlos así", dice. La campaña que inició logró el cierre de dicho establecimiento.[/caption]

A veces en el camino de los animalistas las cosas se radicalizan. A veces, a partir de una experiencia animal muy fuerte, ocurre una inflexión que lo cambia todo. Y que hace que un animalista se pase a la línea dura. Así le ocurrió a Cristián Apiolaza (35), abogado y activista vegano, quien protagonizó, entre 2003 y 2008 una fuerte campaña para lograr cerrar el Bioterio de la Universidad Católica donde se hacían experimentaciones con primates. Cristián entró contratado como personal de aseo por el Bioterio en 2003; su contrato le exigía guardar confidencialidad. Pero él, quien entonces ya era un activista animal y estudiante de Pedadogía en Inglés, en realidad estaba ahí infiltrado: quería obtener imágenes para denunciar lo que pasaba  en ese lugar. Sin embargo, lo que vio, asegura, fue más fuerte de lo que esperaba.

"No estaba preparado para verlos en jaulas de 70 x 70 centímetros, inmóviles. Llevaban tanto tiempo encerrados, que ya ni siquiera se movían o mostraban luz en sus pupilas", describe.

Durante dos meses dice que estuvo "literalmente barriendo sangre, fetos que se les caían en la noche a los primates, y restos de órganos que los propios médicos dejaban en los mesones". Al mes y medio trabajando ahí decidió entrar con cámaras. Grabó toda una noche, y al día siguiente tenía todo: unas imágenes chocantes con las que organizó una gran campaña contra el maltrato animal. Pese al impacto que causó la divulgación de esas imágenes en la prensa escrita, el Bioterio siguió funcionando igual.

Decepcionado, solo dos años después volvió a la marcha: se reunió con otros activistas y formó la Coalición por los Derechos Animales. "Marchábamos todos los días frente a la Universidad Católica. Éramos muchos los que cargábamos letreros con palabras fuertes como asesinos, tortura o matanza. A veces, incluso, poníamos las fotos de los doctores, con nombre, apellido y cargo, y una leyenda donde decía: se busca. También tirábamos bombitas con pintura roja, tiñendo gran parte del frontis del edificio. Eso hasta que un día, ya definitivamente, nos decidimos a ir más lejos, y entrar a una conferencia de médicos y dejar la crema", cuenta con algo de la rabia y la emoción de entonces.

En 2006, como consecuencia de todos los daños físicos y morales que su campaña le generó a la universidad, terminó siendo acusado por "instigación a la violencia". En 2007 –por falta de pruebas– el caso se cerró, y en 2008 el Bioterio se clausuró. Pero ya Apiolaza había cambiado el rumbo, de vida y de profesión: dejó Pedagogía y se cambió a Leyes. Hoy dice: "Soy abogado para desobedecer la ley; creo en la desobediencia civil; me hice abogado para defender activistas que hayan sido acusados de violar la ley", dice.

Y sigue: "Hasta antes de lo del Bioterio no había convertido mi lucha en una cuestión política. Hoy lucho por la igualdad de especies". La experiencia en el Bioterio radicalizó su activismo y comenzó a legitimar lo que él llama la "táctica total"; o sea, el uso de cualquier tipo de mecanismo para el combate del maltrato animal; desde la violación de morada y la infiltración hasta el robo de animales.

El 14 de octubre pasado ocurrió un ataque animalista contra un laboratorio de la Universidad de Chile: liberaron a decenas de ratas que estaban en cautiverio o sometidas a experimentos de investigación. Dejaron un mensaje: "Atacaremos a cualquier investigación que utilice animales". Los ratones liberados aparecieron muertos al día siguiente por el frío matinal o cazados por los perros del campus. Los profesores estaban indignados: porque con este acto se habían perdido dos tesis de magíster. Cristián Apiolaza tiene una opinión al respecto: "Destruir jaulas de ratas es un acto político con el que estamos de acuerdo porque significa destruir herramientas de tortura animal. Pero en este caso concreto no adscribimos porque se organizaron mal y no pensaron en lo más importante: el bienestar y futuro de las ratas, que finalmente murieron".

*ACLARACIÓN (6 de noviembre de 2017)

-El Centro de Rescate de Primates de Peñaflor no forma parte del contenido de este reportaje ni es mencionado dentro de él. La fotografía que se tomó en ese lugar fue propuesta y gestionada por el entrevistado. Como en otras ocasiones cuando se facilita una locación, se puso un agradecimiento en los créditos. Lamentamos si hubo algún mal entendido y revista Paula está intentando comunicarse con este centro para aclararlo.

-Los testimonios que aparecen en este reportaje forman parte del relato que los entrevistados entregaron en entrevistas grabadas.

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