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Isabel Choque García: Silencio e íntimo tejer

De acuerdo al último Censo, un 11,5% de la población en Chile se identifica como perteneciente a un pueblo originario y más de la mitad son mujeres. Esta es parte de una serie de entrevistas que rescatan la voz de mujeres aymara -el pueblo más numeroso después del Mapuche-. Todas ellas son herederas de la tradición textil de Isluga, un poblado ubicado en el altiplano del extremo norte, a más de 4.000 metros sobre el nivel del mar, que es considerado la cuna de la textilería aymara.

Fotografía: Carolina Vargas y Lydia González.

Los tiempos de Isabel Choque García (62) son caprichosos. Le gusta andar sola, al ritmo propio, más afuera que adentro de la casa. Y así como llega a tejer a las capacitaciones, de un momento a otro se va; en silencio, sin avisarle a nadie, desprovista de todo salvo su mundo interior. A regar su chacra, donde siembra quinua y papa, o a ver a sus animales, llamos y corderos que pastorea hace treinta años en una parcela en Laguna de Huasco, al interior de Pica, a una hora de Pozo Almonte, donde todo es “verde, verde, verde”, asegura.

“Eso me gusta a mí. Yo no puedo estar encerrada en la casa. Cuando tejo estoy en la casa, cuando no tejo no puedo estar así nomás, mirando tele. Me voy a ver mis animales, ahí estoy bien yo. Por eso pandemia, pandemia, no puedo enfermarme digo yo, porque uno se ha acostumbrao’ así”, dice firme, empleando las palabras justas y necesarias.

Fotografía: Carolina Vargas y Lydia González.

Isabel nació el 5 de noviembre de 1959 en Pisiga Choque, un pueblo de no más de cuatro cuadras ubicado a pasos de Colchane, a tres mil metros de la frontera con Bolivia, donde creció siendo la tercera de nueve hermanos. Cinco hombres y cuatro mujeres, todas tejedoras, aclara de inmediato: “Mi mamá nos enseñó de chicas. A los ocho años estábamos hilando y ya de lolas, hilando cardao’ de wawa, nos tejíamos el aksu y la ljilla, todo para nuestro uso”.

En eso se les iba el año entero, dice Isabel, esquilando llamos, hilando vellón y sacando una tras otra figura en telar de cuatro estacas o cintura que pudieran lucir en las fiestas de Isluga. “Ahora los niños están puro teléfono, pura pantalla, pero para nosotras una de las pocas entretenciones era cuando mi mamá se sentaba frente al telar pue’. Siempre mirando a mi mamá y después lo hacíamos solas”, va revelando poco a poco, como una cebolla que se abre por capas.

Todo lo que tejían entonces, asegura, era para vestirlo, y todo lo que vestían era tejido por ellas. “Antes andábamos caminando a puro aksu. Cuando yo tenía como veinte años me coloqué una falda para ir a la feria de Colchane, pero como que me sentía mal y más no me coloqué. Después ya con el frío empecé a caminar con buzo, pero tampoco, a mí me gusta colocarme mi aksu”, asegura Isabel, con el ímpetu propio de una declaración de principios: hasta los veintiséis años, cuenta hoy, se resistió a vender sus tejidos.

Fotografía: Carolina Vargas y Lydia González.

“Cuando me emparejé y me fui a Colchane, unos treinta y cinco años atrás, entré a la agrupación Taller Kumire. Desde ahí que no tejo para uso personal”, recuerda sobre esos años, en los que aprendió a tejer en telar de dos y cuatro pedales las piezas que sí vende; ponchos, ruanas y frazadas, que mantiene apiladas junto a una ruma de aksu y ljilla que aún no se decide a poner en vitrina.

“Al principio éramos como cuarenta artesanas, los niños estaban chiquititos, pero ahora somos unas veinte. Las que no se aburren se quedan, pero yo no me aburro, no, no, no, para nada. Yo tejo todos los días un poquito. Ahora estoy vieja, el ojo no me acompaña, pero yo siento que me voy a morir tejiendo”, reflexiona y agrega con la autonomía que la caracteriza: “Igual es entretenido el encuentro con artesanas, siempre yo participo en esos cursos. Me invitan y no me gusta decir que no porque a veces aprendemos lo que no sabemos, pero yo disfruto harto tejer solita”, dice sentada en el mismo espacio de su casa donde le dio las terminaciones a la faja churu y el cinturón que hizo para esta colección, utilizando solo lanas naturales.

Solo allí, ensimismada, en esa íntima atmósfera en la que Isabel se sumerge cuando está frente a su telar, sus manos tejen con una velocidad y técnica que impresiona. Cuando no quiere que la interrumpan, silencioso e íntimo tejer, en lengua aymara Isabel conversa con su tejido.

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  • Este testimonio es parte del libro Herederas de Isluga, publicado en 2021 por Fundación Artesanías de Chile (@artesaniasdechile), que recopila 18 historias de artesanas Aymara de la Región de Tarapacá. Todas ellas comparten una sabiduría donde se funde su relación con la naturaleza y sus ritmos vitales: son herederas de la tradición textil de Isluga, un poblado ubicado en el altiplano del extremo norte, a más de 4.000 metros sobre el nivel del mar, que es considerado la cuna de la textilería aymara. Por el valor de estas historias, estos testimonios son rescatados por Paula.cl.
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