Nuestras lectoras preguntan: ¿Debo obligar a mis hijos a comer algo que no les gusta?

Boy eating spaghetti

La maternidad, al ser un mundo desconocido para quienes se enfrentan a ella por primera vez, viene llena de preguntas e incertidumbres. En Paula queremos acompañarte en este proceso muchas veces complejo, buscando las respuestas a tus inquietudes.




LA PREGUNTA

Tengo dos niños, de 4 y 6 años, y creo que las mayores peleas, si no las únicas que tengo con ellos, son al momento de la comida. Son muy mañosos y me cuesta mucho que coman algo más que arroz, pollo, carne y puré. Debo reconocer que tampoco me esmero en hacer preparaciones nutritivas y al mismo tiempo atractivas, pero trabajo y no tengo tanto tiempo. Además, las veces que lo he hecho, tampoco han comido. Por supuesto que cuando se trata de galletas y lo que se le parezca comen felices, pero como tengo la suerte de que los dos son flacos, me di por vencida en esa batalla. Pero lo que sí me preocupa a veces es que les falten ciertos nutrientes que son necesarios, pero me da terror entrar en esa dinámica de meterle la cuchara a la fuerza como lo hacían conmigo cuando chica.

Angélica Sierralta, 39 años.

LA RESPUESTA

“A partir de los 2 años las niñas y niños generan una neofobia que los lleva a rechazar algunos alimentos de acuerdo a su textura, color, características y sabor. No les ocurre a todos, pero es una una condición muy habitual”, explica la nutricionista infantil de Clínica Vespucio, María Francisca López. Es por esto que, en vez de tragar el alimento, hacen una expulsión que no es un vómito, sino que desde la misma boca lo devuelven hacia afuera. “Esta es una conducta fisiológica muy común, por eso es importante abordarlo con tranquilidad y naturalidad. Jamás deberíamos retarlos ni generar una discusión en la mesa, porque termina estresando a todo el grupo familiar y puede ser incluso contraproducente, es decir, que rechacen más la comida”, agrega.

Los primeros cinco años de vida las personas vamos incorporando los hábitos que después vamos a practicar en la etapa adulta. “Cuando una niña o niño rechaza un alimento o no le gusta porque es nuevo, se puede demorar entre 10 a 12 veces en distinguirlo y aceptarlo. Esto obviamente ocurre más con ciertos tipos de alimentos, porque seguramente si le das una galleta o unas papas fritas es probable que lo incorpore más fácilmente. Sin embargo, que adquiera el gusto por comer alimentos como legumbres o un guiso de verduras, tiene que ver con el hábito. Pero se puede lograr”, aclara López.

Muchas veces ocurre que ante la presión y la rabieta que hace la niña o niño, la familia cede. “En tiempos de pandemia es más complejo aún porque ha cambiado la rutina familiar, pero habitualmente lo que se hace relevante es la importancia de los ambientes y los hábitos. Se puede estimular la ingesta de ciertos alimentos explicándoles los beneficios de comer saludable, obviamente en un lenguaje apropiado: te va a ayudar a crecer, con esto vas a ser más fuerte y sano. También se pueden usar referentes como monos animados. Pero no el típico ‘una por la abuelita’ o ‘una por el papá’, porque se aburren. A las niñas o niños a partir de los 4 o 5 años hay que explicarles con elementos y palabras básicas”, dice María Francisca. Y tampoco es bueno ofrecer premios. “Cuando ofrecemos una ganancia, vamos aumentando la exigencia y no generamos una conducta alimentaria positiva”.

También hay que evitar los elementos distractores, como la televisión o el celular. “Cuando tienen esa opción disponible, lo más probable es que se concentren en ello porque se aburren comiendo y les resulta mucho más entretenido jugar. Al momento de comer –y esto es para niñas, niños y adultos– debemos estar conscientes de lo que estamos consumiendo y no solo tragar, porque sino el cuerpo no asimila bien”. Tampoco se debe caer en el castigo: “‘No vas a salir a jugar', ‘te vas a quedar chico’, son frases que en este caso pueden ser muy dañinas y aportar poco al objetivo final. La comida tiene que darse en un ambiente de tranquilidad”, agrega.

La dieta ideal

Lo primero que hay que reconocer es que efectivamente no todas las madres o padres tienen el tiempo para hacer preparaciones atractivas y saludables toda la semana. Según la experta, si no se logra incorporar todos los nutrientes en una semana no es grave –siempre y cuando hablemos de un niño sano, que no tenga alguna enfermedad de base–, pero siempre es mejor al momento de comprar elegir lo que sea menos procesado. Si vamos a comprar carne, es mejor que sea una carne magra antes que una salchicha o un nugget, por ejemplo.

Aun así, la nutricionista recomienda que, en la medida de lo posible, la alimentación sea lo más variada ya que “si nos damos vuelta siempre en las mismas preparaciones, corremos el riesgo de que la niña o niño se acostumbre solo a esos alimentos y no esté abierto a probar cosas nuevas”. Una dieta balanceada debería incluir lácteos descremados, incorporar el consumo de pescado al menos una vez a la semana, legumbres una o dos veces a la semana, cereales y frutas todos los días. “No hay problema si a veces nos saltamos alguno, pero sí deberían estar presentes ojalá todas las semanas”, aclara López. Y agrega que lo más importante es elegir alimentos que sean lo más naturales posible. “Si uno mira la etiqueta de un yogur, los primeros cinco ingredientes son impronunciables. Eso no es un buen indicio, más allá de si tiene o no sellos”.

Y concluye que una buena idea es buscar recetas que puedan ser atractivas para las niñas y niños. “Las lentejas, por ejemplo, las solemos comer solo como guiso, pero hay muchas otras preparaciones posibles. La idea es intentar, pero sin perder de vista que el adulto es el que tiene el control en la mesa, porque me han llegado casos de niños que tienen 15 años y siguen comiendo las lentejas molidas o solo aceptan tallarines. El adquirir el hábito de comer nuevos alimentos es un trabajo progresivo de los dos, niños y madres o padres, pero son estos últimos los responsables de lograr una alimentación saludable y por tanto los que mandan”.

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