Por qué le tenemos tanto miedo al fracaso




La palabra fracasar se utiliza para describir cuando una embarcación impacta contra a una roca poco visible desde la superficie del agua. Lleva en su etimología la idea de una nave que se estrella, se rompe, naufraga. Cuando un plan se frustra, se hace pedazos. Cuando no paso ese examen, me desmorono. Cuando pierdo un negocio, quiebro. Cuando una relación termina, quedo destrozado. Intentamos darlo todo y nuestra embarcación fracasa. Cómo le tememos a ese impacto, a no cumplir con las expectativas, a no haber sido suficientes. No solo nos pasa en el ámbito laboral, sino también en nuestros vínculos afectivos; nos sentimos fracasados cuando nos despiden o cerramos un emprendimiento, pero también cuando terminamos una relación o no logramos formar una familia.

La psicóloga transpersonal Cecilia Fortin define la experiencia de fracaso como la acción de no lograr aquella meta u objetivo que creemos necesaria para nuestra autovaloración. “Puede ser desde un trabajo, un status de vida o una pareja, hasta bajar de peso o lograr alguna virtud. El fracaso de esa meta la vivimos como algo que nos baja el valor propio y si yo no tengo ese valor, pienso que nadie me va a querer. En el fondo todo se trata de querer ser amados y aceptados”.

Las metas que nos ponemos para lograr el “éxito” las vamos construyendo desde la infancia y van cambiando o sumándose con el tiempo. La idea de quién debemos ser para ser amados o recibir la atención que necesitamos la aprendemos muy tempranamente, como mecanismo de supervivencia desde que nacemos. A las exigencias familiares se van sumando las sociales y culturales, todas esas ideas externas que impone una cultura de lo que debemos ser para ser considerados exitosos y, finalmente, queribles; graduarse, casarse, tener hijos, lograr éxito laboral, un cuerpo deseable y así una larga lista.

“Lo que se entiende como éxito en nuestra cultura –dice Cecilia– generalmente tiene que ver con algo acumulativo, donde siempre necesitamos más. Como es algo externo nunca es suficiente, nunca acaba. Si ya bajé de peso –que es algo muy habitual en mi consulta– ahora me aparecieron las arrugas. Si logré entrar a esa empresa ahora tengo que empezar a ascender, a adquirir propiedades. Se hace imposible estar satisfecho, es una tensión interna crónica y allí está el miedo al fracaso. Me tengo que esforzar enormemente para lograr aquello que me mantiene con una imagen positiva de mí mismo”.

Jimena Zapata, creadora de la comunidad de mujeres Genias, que lleva tres años potenciando el empoderamiento y desarrollo profesional de la mujer, considera el fracaso como algo esencial en el crecimiento laboral. Es algo que escuchamos seguido en el rubro de los emprendedores; el fracaso como estandarte motivacional en la búsqueda del éxito. Pero Jimena no lo dice desde el cliché, más bien desde su propia experiencia. Antes de la creación de esta exitosa plataforma tuvo un emprendimiento que nunca prosperó en ventas y que finalmente tuvo que cerrar. Este primer fracaso laboral lo vivió a sus siete meses de embarazo, cuando era imposible conseguir otro trabajo.

“Hay harta frustración tras un proyecto que fracasa. El proceso más crítico es cuando te das cuenta de que lo que estás haciendo ya no resulta. Hay un tema también con el qué dirán, con cómo te verán los otros. Fue muy fuerte, me sentí perdida laboralmente, sin saber a dónde iba”. Unos meses después, Jimena encontró lo que pensaba era el trabajo de su vida, como Product Manager de una importante tienda online. En la entrevista de trabajo fue sincera y les contó de este primer emprendimiento frustrado. Para su sorpresa, su honestidad le jugó a favor. “Les gustó que hubiera pasado por esa experiencia, porque significaba que había aprendido, que sabía lo que había que hacer y lo que no”. Allí recuperó su confianza y logró desempeñarse con éxito, pero la vida tendría otras sorpresas para ella.

Después de trabajar casi dos años allí, debido a una reestructuración de la empresa, tuvieron que despedirla. Sintió en ese momento que todo se le derrumbaba otra vez. “Sea por la razón que sea, un despido se siente como un fracaso. Pero es un aprendizaje enorme, no solo desde lo laboral, también desde lo personal, de madurez y crecimiento”. Fueron esas dos experiencias fundamentales lo que la motivaron a emprender una vez más y crear Genias, una comunidad que ha capacitado a más de 400 mujeres para llevar sus propios negocios. Entre muchas otras labores, da charlas motivacionales a emprendedoras “Siempre cuento sobre mis fracasos y pregunto ¿a quién más le ha pasado? y todas levantan la mano. Estamos todas en las mismas. Hay que tener una visión a largo plazo, no se va a acabar tu carrera profesional y no es el fin del mundo. No hay que aferrarse tanto a un trabajo o un negocio, pensamos que es para siempre, pero eso no es real, es iluso”.

Paradójicamente algo parecido dice la escritora feminista y estudiante de Periodismo, June García, pero en el ámbito del amor y los vínculos sexoafectivos; creer que es para siempre también es iluso. Desde que abrió su relación de pareja hace un par de años, se puso a estudiar y leer sobre otras posibilidades de amar, fuera del concepto del amor romántico, monógamo, para toda la vida. Eso la ha llevado a cuestionarse las formas tradicionales que hemos tenido de vincularnos, que nos han llenado de autoexigencias y frustraciones. “Aunque sabemos que las relaciones no duran para siempre y vemos la cantidad de divorcios y quiebres amorosos que existen, la idea de que el verdadero amor es para siempre sigue muy arraigada en nosotros. Se ve a la relación como un producto en el que se invierte y si no funciona se considera un fracaso”. Para June también existe una presión especial hacia las mujeres, ya que la sociedad impone la idea de que estar en pareja es algo que les da valor y dignidad. “Puedes tener una carrera exitosa, ser feliz, tener la vida que soñaste, pero si no estás emparejada la gente siempre te va a preguntar ¿Y el pololo, cuándo?”.

Parece que nunca damos el ancho; sentirse fracasada en el amor para las mujeres es pan de cada día. Cuando tienes más de 35 estar soltera es visto como un fracaso. Así también tener un quiebre amoroso, sobre todo en relaciones largas y con hijos, donde terminar es haber fracasado tu proyecto familiar. June cree que si entendiéramos que las relaciones tienen un ciclo, que ningún vínculo es eterno, podríamos simplemente verlas como un momento en nuestras vidas, sin considerar su término como un fracaso. “Las relaciones humanas y los vínculos son naturales, se van estableciendo según cómo vas armando tu vida. De repente una persona puede haber cumplido su rol y ya no encajar contigo, y no pasa nada”.

Ese miedo a fracasar nos puede llevar a dos caminos: sobreexigirnos tanto que transgredimos todos nuestros límites o no atrevemos a hacer cambios o intentar cosas diferentes. Cecilia cree que al tener una meta prefijada no le damos espacio a la espontaneidad, a cuestionarnos si aquello que buscamos es realmente lo que necesitamos para estar bien. “La vida está llena de experiencias que no te llevan hacia donde creías que te iban a llevar y eso es parte de nuestra evolución. El error es necesario, nos muestra lo que necesitamos ajustar para llegar a lo que nos hace bien. En la medida que no toleramos ese cambio, estamos atentando contra nuestro propio aprendizaje”.

Al parecer el mejor antídoto para nuestra ansiedad por el éxito es perder el miedo a no tenerlo. Soltar el control, dejar chocar esa embarcación, aceptar que la vida está hecha fracasos. Sacarse esa última palabra del vocabulario y reemplazarla por otras, ¿experimentar, recorrer, ensayar, aprender, vivir? Quizás así dejemos de tenerle miedo a no lograr sostener esa ilusoria permanencia del éxito. “El problema con la palabra fracaso –dice Cecilia- es que se basa en creer que hay ciertas metas o reglas universales en la vida y eso no es así, esa palabra nos limita mucho. Entre más distancia hay entre el yo real y la autoimagen idealizada, más grande es nuestro sufrimiento, porque vamos a vivir llenos de fracasos”.

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