La columna de Juan Ignacio Eyzaguirre: “ESG: jueces enjuiciados”

El ESG ha comenzado a prestar legitimidad a compañías, CEOs, directorios, administradores de capitales para denominarse “limpios”, “verdes” o “sustentables”. Empresas “buenas” a ojos del público general, una categorización muy preciada en medio de crisis de legitimidad que afecta a las sociedades.


Rara vez los jueces son enjuiciados. Cuando sucede, generalmente se avecinan cambios.

En los últimos años, los ratings ESG -anglicismo para referirse a compromisos ambientales, sociales y de gobernanza- han revolucionado el entorno de las grandes compañías. Son métricas que influencian o, en algunos casos, definen que empresas son elegibles para los casi US$3 billones (millones de millones) de fondos “sustentables”.

El ESG ha comenzado a prestar legitimidad a compañías, CEOs, directorios, administradores de capitales para denominarse “limpios”, “verdes” o “sustentables”. Empresas “buenas” a ojos del público general, una categorización muy preciada en medio de crisis de legitimidad que afecta a las sociedades.

El poder de tales métricas reside en un puñado de agencias, cada vez más cuestionadas. En Fumando ESG, una columna anterior, me referí a cómo, paradójicamente, las tabacaleras están entre las compañías con mejores ratings a pesar que su negocio afectaría a millones en muertes tempranas debido a los efectos nocivos del tabaco. Políticos y reguladores han solicitado mayor transparencia sobre los métodos para establecer tales ratings y los intereses que se cruzan.

Las críticas a estas agencias apuntan a tres problemas relevantes. Primero, los conflictos de interés. Segundo, la concentración en un puñado de agencias dominantes. Y tercero, el descuadre entre la percepción de estos ratings ESG versus lo que realmente son.

Europa esta intentando separar las agencias de ratings de las consultoras que ofrecen servicios a las empresas e inversionistas para mejorar sus puntajes. ¿Qué se diría si el entrenador de un equipo de fútbol fuese también el árbitro del partido? Especialmente cuando los datos que informan estos ratings no son auditados. Recientemente se publicó un estudio que indicaba que las compañías más grandes y que más interactuaban con las agencias (con comisiones de por medio) tendían a tener mejores ratings. Las comisiones para realizar tales mediciones van desde cientos de miles a millones de dólares en asesorías para obtener y mejorar estos ratings.

Apenas un puñado de agencias define qué empresas y capitales son “buenas”. MSCI, London Stock Exchange Group, Morningstar y S&P dominan los puntajes ESG. Además de las consultorías, también venden los índices “sustentables” o “verdes” que traen más inversionistas a empresas y facilitan que administradoras de capitales vendan nuevos productos a sus clientes.

Si bien los grandes inversionistas institucionales deberían estar preparados para manejar tales problemas, ha sido la expansión del ESG al público general, en la venta de fondos mutuos sustentables o la mera reputación empresarial, lo que más preocupa. Pues las métricas ESG muchas veces miden la mera mitigación de riesgo a factores ambientales, sociales o de gobernanza, más que establecer el “bien” que hacen las empresas. Y ni siquiera mencionamos que muchos ratings son inconsistentes entre ellos.

Al fin y al cabo, medir el bien es sumamente complejo. Definir “lo bueno” ya es fundamentalmente difícil, medirlo puede ser una misión imposible.

Si bien la sustentabilidad es fundamental, pues sin sustentabilidad no hay progreso, es importante que el mundo político, regulatorio y empresarial reflexione sobre el fenómeno ESG, su espectacular ascenso seguido de señales de declive. Larry Fink, cabeza de Blackrock -principal administradora de capitales del mundo- y gurú del propósito empresarial, dijo que nunca más mencionaría el acrónimo.

En la búsqueda de la bondad empresarial, Elon Musk sugirió una alternativa: trabajar duro para producir los bienes y servicios para nuestros hermano humanos es fundamentalmente bueno.

* Juan Ignacio Eyzaguirre es autor de “DESpropósito. El sentido empresarial y cómo la corrección política amenaza el progreso”

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