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Educación, un proyecto país

Foto: Referencial/Aton Chile JONNATHAN OYARZUN/ATON CHILE

Hace unos días vimos dos escenas brutales: un profesor de lenguaje gritaba a sus alumnos, mientras otro era rociado con bencina. También vemos con terror cómo adolescentes son reclutados por organizaciones delictuales. Estos no son hechos aislados en la historia reciente, sino síntomas de una fractura profunda.

En otro ámbito, según la OCDE (2023), el 44 % de los chilenos entre 16 y 65 años no tiene competencias suficientes en comprensión lectora, matemáticas y resolución de problemas. Y esto es peor en los escolares y aún peor en los grupos más vulnerables.

Para completar este contexto, la tasa de lectura es baja. Según Ceoworld (2024), Chile tiene una tasa de lectura de 6,2 libros al año, frente a 10,3 de España, 15 en Reino Unido y 17 en Estados Unidos. Leemos solo un tercio que los países que más leen. Estamos incubando, sino viviendo ya, un problema mayor, de muy difícil solución.

Mientras esto ocurre, los programas de los candidatos a la Presidencia de la República poco y nada dicen de educación. Tampoco está en el debate público. Según la encuesta CEP (mayo 2025), la prioridad es la seguridad y el crecimiento económico, quedando la educación relegada a un tercer lugar. Lo urgente opaca lo importante y la verdad es que sin educación no habrá seguridad ni crecimiento sostenido. La base de cualquier orden social es el capital humano y el capital social que solo la educación es capaz de construir.

La educación preescolar y escolar son estratégicas. No hay futuro sin ciudadanos con pensamiento crítico y conciencia de humanidad. No hay prosperidad si buena parte de la población no logra comprender un texto ni resolver problemas básicos. Mientras tanto, sin embargo, la sala de clases sigue entendida como un espacio donde el profesor “recita contenidos” o “impone autoridad”. La tarea del siglo XXI, como planteó Sir Ken Robinson, es muy distinta: aprender es un proceso profundamente personal, más emocional que racional, que requiere motivación, condiciones adecuadas y el reconocimiento de las habilidades propias de cada estudiante.

Educar no es uniformar: es habilitar trayectorias diversas y significativas, dando espacio para la creatividad de cada estudiante, clave para innovar.

Para lograr cohesión social y sentido de equidad, nuestra educación preescolar y escolar deben reconocer distintas habilidades y vocaciones, elementos indispensables para construir un espacio común. En pre-escolar, en particular, estamos muy rezagados y allí se siembran las diferencias que después se vuelven desigualdades difíciles de revertir.

Después de la familia, la organización donde trabajamos es la comunidad más importante. Ellas pueden y deben colaborar. Muchas empresas lo hacen: apoyan proyectos educativos en las comunas donde operan, financian iniciativas que impactan en la sala de clases y entregan becas de estudio. Sugiero ir por más. Habilitemos clubes de lectura en cada empresa, para que los trabajadores y sus familias lean. Así la cultura se transforma, el clima mejora y, más importante, la productividad aumenta.

Hace varios años que está en curso la implementación de los SLEP, la cual enfrenta resistencias y complejidades, pero que resulta clave para mejorar la calidad y la equidad. Desde las empresas podemos hacer mucho, convocando a los trabajadores para relevar el rol de la educación a través de la lectura y, por lo tanto, de la formación integral de los ciudadanos del futuro.

Más allá de las encuestas, el verdadero proyecto país —sin el cual no hay futuro— es mejorar la educación preescolar y escolar.

*El autor de la columna es profesor adjunto de ingeniería industrial de la Universidad de Chile y managing partner en CIS Consultores

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