
El verdadero tesoro de la minería

Hoy 10 de agosto conmemoramos el Día de San Lorenzo, patrono de los mineros. Un día que nos encuentra en duelo. El accidente ocurrido la semana pasada en la División El Teniente de Codelco, donde fallecieron seis trabajadores, nos recordó con brutal claridad que el trabajo en la minería, aunque cada vez más automatizado, sigue siendo profundamente humano. Detrás de cada operación hay personas que se esfuerzan y familias que esperan.
Más que una celebración, este Día del Minero puede ser un buen momento para hacer una reflexión. Un momento para honrar la memoria de quienes ya no están y acompañar a sus familias, pero también para reafirmar el profundo valor que tiene la actividad minera para Chile y sus trabajadores.
Como directora de Codelco, he visto de cerca el compromiso, la responsabilidad y el orgullo con que miles de trabajadores viven su oficio. Y hoy quiero escribir sobre eso. No para eludir la tragedia, sino para darle contexto. Para decir que detrás de cada faena, de cada tonelada extraída, hay una historia que merece ser contada. Y un país que merece recordarlo.
No es en vano que el día del minero honremos a San Lorenzo, diácono romano del siglo III, quien fuera ejecutado por negarse a entregar los tesoros de la Iglesia. Cuenta la tradición que, ante la exigencia de entregar esas riquezas, San Lorenzo presentó a los más pobres, declarando que ellos eran el verdadero tesoro. Por esa osadía, fue martirizado. Esta historia es profundamente simbólica porque la minería también está atravesada por el sacrificio y por la valentía de hombres y mujeres que trabajan en ella.
Hoy, el legado de San Lorenzo nos habla desde otro lugar. Nos recuerda que el verdadero valor no está solo en lo que se extrae, sino en quienes lo hacen posible. Que detrás de cada yacimiento hay personas con un compromiso tal que merece ser visto, respetado y, como hizo San Lorenzo, reconocido como nuestro verdadero tesoro.
Esa valoración —humana, silenciosa, esencial— no está reñida con la magnitud de su impacto económico. Muy por el contrario: es justamente gracias a ese compromiso que la minería ha sido, y sigue siendo, el principal motor productivo de Chile. Aporta al presupuesto nacional, sostiene servicios públicos y dinamiza comunas en todo Chile gracias también al royalty minero.
Trabajar en minería es trabajar “en las grandes ligas”, porque como constatamos en la atención nacional que hubo tras el doloroso accidente, hablar de minería es decir identidad, compromiso, una historia familiar que muchas veces se extiende por generaciones. Hablamos de alguien que entró como aprendiz y hoy capacita a nuevos talentos. De una mujer que maneja maquinaria pesada donde antes solo había hombres. De trabajadores que forman cuadrillas como si fueran familias, porque saben que en faena, la vida del otro también está en sus manos.
La minería ha sido, para muchos, una vía concreta de movilidad social. Un oficio que dignifica, que permite proyectar un futuro mejor. Por eso no es superficial decir que Chile necesita más y mejor minería. Una que sea coherente con los desafíos de su tiempo: el cambio climático, la escasez hídrica, la equidad territorial, la participación activa de comunidades en sus decisiones.
Celebro, con el mismo entusiasmo, que ya existan señales concretas de transformación tecnológica y sostenible. La incorporación de camiones autónomos, los centros integrados de operación, las plantas desalinizadoras y la disposición de relaves espesados, entre otros, son indicadores de una industria que avanza y se pone a la vanguardia.
Con la humildad de quien sabe que ninguna cifra compensa una vida, y que ninguna productividad justifica una pérdida humana, quiero invitarlos a honrar a Paulo, Gonzalo, Alex, Carlos, Jean y Moisés, elevando la mirada. Porque la minería no es solo un sector económico, es una comunidad. Una red de trabajadores, familias, oficios, territorios que sostienen buena parte del país que somos y del que aspiramos ser.
A quienes partieron en El Teniente, los recordamos con dolor y gratitud. A sus familias, les debemos más que palabras. A quienes siguen trabajando con convicción y responsabilidad, les debemos el compromiso de hacer mejor las cosas. Y a quienes miran con distancia esta actividad, los invito a observarla con otro lente: uno que vea no solo lo que se extrae, sino todo lo que se construye alrededor.
Este 10 de agosto, como cada año, San Lorenzo vuelve a decirnos que el verdadero tesoro está en las personas. En su esfuerzo silencioso y su orgullo digno. En su trabajo que cambia vidas y transforma realidades. Y ese, quizás, es el mayor valor de la minería chilena: que aún en su crudeza, sigue siendo profundamente humana.
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