Marcia, Alejandra o Irene
Marcia Merino o "la Flaca Alejandra" podría ser perfectamente Irene, la protagonista de la nueva novela de Arturo Fontaine. Ésta es su historia y también la visión que tienen hoy de ella sus antiguos camaradas del MIR.<br>

Marcia Merino (61) nunca ha participado en una celebración tradicional de Isla de Pascua, pese a que vive allí desde hace 10 años. Durante los días de febrero en que se realiza la fiesta Tapati Rapa Nui -la principal del pueblo-, permanece en su casa o bien en la tienda de artesanía Vai a Heva, donde trabaja. Como es su costumbre, mantiene una vida solitaria. Las pocas veces en que los habitantes de Hanga Roa pueden verla es cuando se asoma a fumar en la puerta del bazar.
Así, esta mujer alta y delgada, que viste tenida formal, vive en el refugio que eligió para encontrar algo de tranquilidad. Porque a más de 3.500 kilómetros del continente es casi imposible que sus antiguos compañeros del MIR logren identificarla como "la Flaca Alejandra", la chapa que usó como militante de ese movimiento hasta el 11 de septiembre de 1973. Marcia Merino ha vivido con ese temor durante 35 años, desde que se convirtió para muchos de sus antiguos camaradas en el "símbolo de la traición". Porque no sólo delató a decenas de militantes que están desaparecidos, como ella misma ha confesado, sino que también fue una activa funcionaria de los organismos represivos del régimen militar.
Esta crítica visión se mantuvo inalterable en el MIR, hasta que en 1993 Merino pidió perdón públicamente. Para un grupo mayoritario, "la Flaca Alejandra" siguió personificando la deslealtad. No creyeron en el inédito gesto de alguien que se relacionó afectivamente con los agentes de seguridad y que los interrogó con tanta frialdad durante las sesiones de tortura.
Sin embargo, hubo algunos de su ex compañeros, en especial mujeres, que valoraron su arrepentimiento y que al conocer su testimonio personal, consideraron por primera vez la posibilidad de que Marcia Merino fuese una víctima. No sólo por los apremios físicos que sufrió en los centros de detención, sino también por el miedo que dice haber vivido durante su época como agente.
El fallecido miembro del comité central del MIR Martín Hernández denunció que en una oportunidad, mientras era torturado en Villa Grimaldi, Marcia Merino "entró a la sala alegando porque ese día nuevamente había empanadas de almuerzo".
Una militante atípica
Personaje controversial y complejo, Merino despertó distintas percepciones en el MIR desde su época más remota como militante. Según reconoce un ex integrante del comité central, no mostraba el mismo compromiso que evidenciaron otras figuras del movimiento. De acuerdo a su versión, poco después de ingresar a sus filas, en 1967, la joven, de entonces 19 años, nacida en una modesta familia de Hualqui, "concitaba la atención por el escaso vínculo emocional que tenía con el proceso revolucionario".
En la declaración judicial que prestó en 1992, Merino dice que mientras estudiaba Antropología y Arqueología en la U. de Concepción, ingresó a este referente de izquierda motivada por sus amistades y, al referirse a la decisión de la cúpula del MIR de pasarla a la clandestinidad, en 1969, admite haber seguido las instrucciones por "temor a la sanción moral de mis camaradas de partido".
Su rápido ascenso en la estructura partidaria obedeció a su capacidad operativa. Por esta razón, en 1970, integró el comité regional Santiago, desde donde se vinculó con la comisión política y estableció una estrecha colaboración con Miguel Enríquez. La confianza depositada en ella convenció a los dirigentes de enviarla a la base Punto Cero de Cuba, para recibir instrucción militar.
De regreso en Chile, se desempeñó en labores de logística, encargadas a los cuadros más preparados. Gracias a este trabajo conoció en detalle la estructura interna del MIR, lo que con posterioridad al golpe militar sería algo fatal para la organización.
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