Iván Núñez: "Mi viejo era el que cortaba los boletos en el cinearte Normandie"

Ivan Nuñez
Foto: Roberto Candia

"Durante mucho tiempo fue mi segunda casa. Veía películas a toda hora. Hablar de cine nos unió con mi papá; y ese espacio permitió reencontrarnos después de mucha ausencia".


Mi viejo tuvo distintos trabajos, pero el que más recuerdo es el último. Fue en el cinearte Normandie: él era el que cortaba los boletos. Se ubicaba en la entrada del cine en los tiempos cuando aún había taquilla. Mi papá llegó allí a finales de los 80, a la sala histórica que quedaba en la Alameda. Después siguió cuando el cine se trasladó a la calle Tarapacá. Trabajó durante 14 años.

Era la época en que yo estudiaba en la Universidad de Chile. Era un adolescente de pelo largo y entusiasmado con el cine. Leía sobre el tema y veía muchas películas. De hecho, yo no quería estudiar Periodismo; quería estudiar Cine. Pero no existían escuelas cinematográficas.

El Normandie tiene características especiales. Durante mucho tiempo fue mi segunda casa. Además, mi viejo es bien cinéfilo y la gente que trabaja ahí también. Pasaron muchas personas que me enseñaron de cine, además de mi padre que sabía mucho. Como estudiante de Periodismo tenía la oportunidad de hablar con críticos importantes, gente muy talentosa, apasionada y documentada.

Recuerdo a mi papá ubicado al otro lado de la puerta de vidrio del cine, cortando los boletos. Yo pasaba por el lado y, mientras el público seguía derecho a la sala, subía por la escalera del costado y me sentaba en la parte de arriba del cine. Solo. Ahí veía las películas, a todas las horas que podía. Sentado como en mi casa. También subía donde estaban los encargados de los rollos.

Mi viejo estaba en el Normandie y yo iba allí como quien va al parque. Tenía acceso a cosas privilegiadas; como era inquieto y busquilla, me dejaban entrar a la sala donde recuperaban películas chilenas. En esa época todavía daban las películas en 35 milímetros, películas de acetato y con un olor que tengo grabado. Si estaba aburrido, subía a la sala de proyectores; unos proyectores gigantescos, increíbles. Cine en acetato, nada digital.

Al Normandie iba dos veces a la semana, durante todo mi periodo universitario. Perdí amigos y pololas, porque de repente había películas que te apasionaban pero no eran del gusto de todo el mundo. No sé si hoy sería capaz de ver esas mismas películas. Uno en esa época tiene otra forma de acercarse al fenómeno cinematográfico.

Mi papá era muy querido ahí, por los que trabajaban y también por el público, porque él recomendaba películas. Fuera de ser el de la taquilla, había una interacción con la gente como de guía del cine. Él es una persona que disfruta de la cultura en general. Le gusta la música, es fanático de la ópera, le gusta leer. El cine es una de las tantas cosas que le genera pasiones, y eso nos unió.

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Foto: Archivo Iván Núñez

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Yo con mi viejo tuve un reencuentro en mi época universitaria. Mis papás se separaron muy jóvenes y yo me quedé con mi mamá. Tuve un largo periodo de distancia con mi padre que lo recuperamos más de adultos. De niño tengo lagunas enormes de recuerdos con él. La relación personal la empezamos a reconstruir entre los dos, pero el cine fue el puntapié inicial para empezar a hablar. Eso nos dio cercanía, luego de largos períodos en que no nos hablábamos. Después de mucha ausencia, este espacio fue la excusa para volver a conversar. Para reencontrarnos. Yo ya era mayor de edad, estaba en condiciones de cuestionar, de dar mi punto de vista, de decir lo que pensaba. El cine fue el pretexto para construir la mejor relación que tenemos.

Cuando yo salía de la universidad me iba al Normandie. Me vi todas las películas que pude, todas las que fui capaz de ver, hasta en horario de trasnoche. Mi papá no se perdió ninguna. Después del cine, salíamos a comer por ahí cerca. Pasábamos tiempo juntos. Había un vínculo con mi papá y el cine. El tiempo que pierdes con tu padre de niño no lo recuperas, pero quizás ahí, sin recuperarlo, lo reconstruimos.

Si no me iba al Normandie, me iba al barrio San Diego: creo que tengo todos los libros de cine. Y sigo teniendo una gran biblioteca sobre cine. En esa época todavía tenía la ilusión de trabajar en algo relativo al cine y fue cuando me enamoré del cine del ruso Andréi Tarkovski, que hizo un puñado de películas notables. Con mi papá compartimos esos gustos y esos temas. Escuchábamos a Philippe Jaroussky y analizábamos el trabajo de los más complejos directores. Aún lo hacemos.

Con mi papá hoy tengo una relación super cercana. Lo llamo todas las semanas y me escapo a verlo cada vez que puedo. A sus 79 años, sigue siendo cinéfilo; y yo también. Cuando le di la cuenta de Netflix, una biblioteca virtual, se volvió loco. Yo busco series y películas en internet, pero el rito del cine es distinto: tiene una mística que no se compara. A veces vamos en familia, pero con cinco hijos ponerse de acuerdo en los gustos no es tan fácil. Por lo mismo ahora veo películas diferentes, he visto las 22 películas de Avengers. Otras veces vamos como pareja con Marlene, pero yo sigo escapándome solo a ver lo que a mí me gusta. De una u otra manera, voy al cine por lo menos una vez al mes.

Ahora estoy al otro lado de la cámara, pero hay algo que me dejó esa formación cinéfila. No me dediqué al área, y creo que ya es muy tarde para hacerlo, pero cuando puedo me acerco desde mi lugar. Me gusta hacer mis propios registros, siempre estoy grabando y cuando me ha tocado agarrar la cámara, como en el documental en Siria, tomo en cuenta lo que he visto y aprendido.

La última vez que fui al Normandie fue a ver Una mujer fantástica. Las caras siguen siendo las mismas y el cariño sigue intacto, las antiguas máquinas también. El Normandie es muy especial para mí: ahí me formé audiovisualmente, me reencontré con mi papá y gasté una larga etapa de mi vida.

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