La historia del fin del mundo en el fin del mundo: El púgil, de Mike Wilson

mike wilson

Re-editan la novela que situó al autor argentino-estadounidense-chileno en la escena literaria local.


Segundos antes había intentado apoyarse contra las cuerdas, pero entonces su rival le pega otro golpe a la sien y esta vez le nubla la vista. Por un segundo Roque Art —un hombre alto, corpulento, de espalda ancha y de treinta y ocho años— quiere quedarse ahí, descansando sobre la lona mientras el público suelta un abucheo unánime desde la oscuridad del estadio.

Entonces Roque Art cae de rodillas y se pone a llorar en medio del cuadrilátero.

Así se acaba su carrera de boxeador.

Y al otro día, en su departamento, mientras lee cómo los periódicos se ríen de su papelón en el ring, reflexiona sobre su vida. "Lo de anoche no lo perturbaba, ya había ocurrido. Ni siquiera sabía con certeza si aquel que lloraba con tanto esmero había sido él o no. Quizás esa persona de anoche ya se había retirado, quizás ahora era alguien que había suplantado a su yo de ayer". Hasta que en un momento escucha sonidos extraños provenientes de la cocina:

Vvvvvssvvvvlllllveevvssvvvv...

Mira alrededor. Era como si el refrigerador le hablara.

Svsssjjjhhhhh...

Y efectivamente: el refrigerador verde oliva le habla con "un tono constante, de temple persuasivo e irrefutable, como aquellas voces que despachan instrucciones en los aeropuertos y las estaciones ferroviarias". Incluso le da algunas pistas e indicaciones y Art le hace caso. "Al hablarle al aparato sintió aquel pudor que experimentaba cuando dejaba un mensaje en un buzón de voz, esa vergüenza de, posiblemente, estar hablando solo".

Así es como él y su acompañante electrónico y parlanchín terminan deambulando por un Buenos Aires retro y se topan con personajes que van desde un clon de Orson Welles y un tintorero japonés que parece salido de una película de Tarantino, hasta un grupo de nerds que juega rol dentro de una ballena varada.

Episodios y personajes como esos hay en El Púgil, la novela del argentino-estadounidense-chileno Mike Wilson. "Una historia del fin del mundo en el fin del mundo", como se afirmaba en la portada de la edición publicada hace diez años por Forja y hoy re-editada por Lecturas Ediciones. El Púgil fue la novela con que Wilson dio su primer paso en la escena literaria nacional. Luego vendrían Zombie (2009) y Rockabilly (2011), ambas por editorial Alfaguara, y entremedio, además, nacería el freak power, nombre con que se designó un grupo conformado por los escritores Francisco Ortega, Álvaro Bisama, Jorge Baradit y el mismo Wilson, quien además sería uno de los pocos autores locales fichados por el agente literario Guillermo Schavelzon.

Mike Wilson vive hace 13 años en Chile. Es profesor de literatura inglesa en la Universidad Católica. Antes de Chile estuvo en Ithaca, Universidad de Cornell, en un gélido pueblo universitario en Estados Unidos donde alguna vez Vladimir Nabokov enseñó, así como donde hoy el autor boliviano Edmundo Paz Soldán reside.

Antes de eso Wilson creció en diferentes partes de América Latina: a los tres años arribó a Chile con su padre norteamericano y su madre argentina; a los siete se trasladaron a Asunción, Paraguay; y finalmente se instalaron en Buenos Aires, donde Wilson cursó la mayor parte de su enseñanza básica y la media.

Y antes de eso Michael Wilson Reginato nació en Saint Louis, Misuri, en 1974.

Pero de todas esas geografías acaso es Buenos Aires la que más resuena en El Púgil, ya que la ciudad donde Roque circula parece un cruce entre Blade Runner y el clásico cómic trasandino El Eternauta.

"Creo que me demoré un poco más de un año en escribirla, aunque no me acuerdo de los lugares exactos. Me acuerdo que empecé a escribirla en Ithaca, mientras partía con la tesis doctoral. Terminé de escribirla cuando me vine a Chile en 2005", recuerda Wilson.

En su momento, año 2008, algunos críticos vieron a El Púgil como una novela curiosa, críptica o indescifrable, al parecer accesible solamente para un puñado reducido de lectores. Pero el tiempo ha jugado a favor de Wilson y esta novela: hoy más que nunca las ficciones raras, liminales y cercanas a la ciencia ficción son la norma. Es cosa de ver Black Mirror, The Handmaid's Tale, o lo que ha sucedido con algunos compañeros generacionales de Wilson, como Francisco Ortega y Jorge Baradit, autores best sellers que todavía juegan con estéticas y literaturas "menores".

"Tengo buenos recuerdos, creo que me sorprendió que la novela generara interés, no tenía expectativa de nada", dice Wilson sobre la recepción de El Púgil. "A la vez sabía que era un libro distinto, y tenía claro que no todo el mundo se iba a identificar con la historia de un boxeador que conversa con su refrigerador".

-El Púgil fue de alguna manera tu comienzo literario en Chile. Pero antes tenías otra novela, Nachtrópolis, publicada el 2003, de la cual no hablabas mucho…

-No me acuerdo de no hablar de ella, creo que lo hice en varias ocasiones, pero quizá después. No suelo darle mucha importancia, fue más un ensayo de novela que otra cosa; escrita hace unos veinte años, unos pocos ejemplares publicados en Argentina por una editorial que quebró en la época del corralito.

-¿Qué fue el freak power?

-No sé qué fue, jajaja. Más que nada el nombre fue una etiqueta salida de un reportaje, pero nunca me identifiqué con ese nombre, pero sí me sentía y siento cercano a los amigos de esa época, más que nada por esa inquietud compartida por explorar y escribir cosas distintas.

El hombre del bosque

En algún momento de su carrera literaria, cuando todo parecía ir en alza, Mike Wilson decidió frenar: terminó su vínculo con el agente Guillermo Schavelzon y la editorial Alfaguara para publicar su nueva novela en un pequeño sello chileno, Orjikh. Además, cerró su blog y su cuenta en Facebook; incluso eliminó su nombre de la portada de su siguiente libro. Con todo eso de fondo Wilson publicó una novela tan extraña como gélida: Leñador. Con esta ganaría el Premio de la Crítica 2014 y el premio del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes 2014. Leñador son 500 páginas en que un adusto pero a la vez cercano narrador describe minuciosamente herramientas, usos y costumbres de los leñadores del Yukón, en el noroeste de Canadá. Es un cruce entre Moby Dick con lo trascendental de Henry David Thoreau, aquel pensador y filósofo estadounidense que se fue a vivir al bosque para poder estar más cerca de la naturaleza y, así, tal como el narrador de Leñador, poder talar su propio yo.

-En un momento te retiraste de la literatura. Pero luego, digamos, volviste. ¿Qué sucedió?

-Eso fue una cuña de una entrevista muy larga sobre Leñador. En ese momento no tenía ganas de seguir publicando, pero nunca hablé de abandonar la literatura ni la escritura. Hablé de no publicar más. Y era verdad que en ese momento no me interesaba, creo que quería huir del ruido y las expectativas que genera estar publicando. Justo me había salido de Alfaguara y de una agencia literaria y toda la maquinara me hacía mucho ruido.

-Ya eres parte de la escena literaria local, pero también —me imagino por tu biografía itinerante—, a ratos puedes ver la literatura chilena desde afuera. De ser así, ¿qué te parece la literatura chilena actual?

-La verdad es que nunca pienso en esos términos, no busco posicionarme en una escena, creo que eso es un espejismo confeccionado por otros. Me gusta pensar que a nadie le importa, realmente importa, onda nadie pierde sueño por lo que escribo ni por lo que escribe cualquier otra persona en esta burbuja. Me gusta esa idea porque además de ser verdad, me permite escribir sin ruido, sin darle peso a lo externo, escribir lo que quiero para mí.

-¿Pero no lees nada?, ¿no te interesa?

-Sí, leo algunas cosas actuales, me gusta la variedad que hay ahora. También me anima la cantidad de editoriales independientes que toman riesgos, publican cosas interesantes, nuevas.

-¿Y dónde vivirías si no fuera Chile?

-No sé. No me lo imagino, pero supongo que quizá Buenos Aires, o alguna parte en el sur de Argentina.

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