¿Cuál es el mejor disco de The Doors?

Photo of Doors
The Doors. Foto: Michael Ochs Archives / Getty Images.

En una nueva batalla musical, los críticos de música de Culto, Andrés Panes y Nuno Veloso, debaten cuál es el mejor disco de The Doors. Mientras uno aplaude el debutante The Doors, el otro elogia Waiting for the sun.


Waiting for the sun: nadie sale vivo de acá

Por Nuno Veloso

Para la llegada de Waiting for the sun, el tercer disco de The Doors, Jim Morrison estaba terminando su transfiguración de poeta hedonista y devorador de libros a aquella bestia denominada el Rey Lagarto. "I am the Lizard King, I can do anything" era una de las líneas de "Celebration of the Lizard", la pieza maldita en que la banda procuró trabajar para completar toda la cara B del álbum de 1968. Un hecho que nunca ocurrió, pues entre el perfeccionismo de Paul A. Rothchild –su productor de cabecera- y lo errático del comportamiento del vocalista y el agotamiento de la banda debido a las giras, para estas alturas todo estaba comenzando lentamente a desmoronarse. El material en los primeros dos trabajos de The Doors –el homónimo y Strange Days- estaba tomado en su mayoría tanto de antiguas composiciones grupales como de textos de Morrison preexistentes. Ahora, con poco material nuevo y la necesidad imperiosa de concentrarse para producirlo, todo era más difícil.

Por otro lado, la teatralidad de la banda venía creciendo desde el cierre de su debut con la apocalíptica "The End" y posteriormente con "When the music's over", en Strange Days. Acá, la abortada "Celebration of the Lizard" (que en el disco terminó siendo representada por uno de sus segmentos, "Not to touch the Earth") se unía a la ambición cinemática de "The unknown soldier", en la cual los músicos emulaban un fusilamiento utilizando sus instrumentos de forma completamente narrativa, hipnótica y chocante. Una pieza a menudo subvalorada en su catálogo, "The Unknown soldier" deja en claro que la ambición de The Doors, más que ser un combo mortífero de psicodelia y excesos era precisamente la de abrir las puertas de la percepción, aquellas de las que hablaba William Blake, y que Aldous Huxley –a su vez, en su ensayo sobre sus experiencias con la mescalina- también. Cuando Maynard James Keenan tenía tres años de edad, ya Morrison, Krieger, Manzarek y Densmore pretendían abrir el tercer ojo de sus oyentes.

"Hello, I love you", el corte que abre la placa con un riff bastante similar a la "All day and all of the night" de los Kinks, se transformó en número uno (además de ser la base para "Pop song 89" de R.E.M., 22 años después), y llevo a Waiting for the sun al mismo puesto, siendo el único trabajo de la banda en conseguirlo. La pregunta que Morrison hace desde el comienzo: "Hola, te amo, ¿me dirías tu nombre?" parece responderse en el material que viene a continuación. En medio del caos emergente –que incluso terminaría con el corte homónimo almacenado para el disco siguiente- la agrupación estaba entregando acá su material más experimental y evocativo. No solo está "Not to touch the Earth" como testimonio del trabajo en la epopéyica "Celebration of the Lizard" –y demostrando que intentar invocar en la realidad al Rey Lagarto podía ser destructivo para todos- sino que también aparece aquí "Spanish caravan", una composición que pone en evidencia las habilidades de Krieger para el flamenco e incluye una sección en órgano de Manzarek que lleva la pieza de lleno al reino del –para entonces aún ni siquiera denominado como tal- rock progresivo. "My wild love" -elaborada sobre palmas y pisotones mucho antes de "We will rock you" de Queen- carga un aura oscura y sacra, que sumada a las melancólicas "Love Street", "Summer's almost gone" y en particular "Yes, the river knows" -para mi gusto la pieza más hermosa en toda la discografía de la banda- estampan en mayúsculas que acá se encuentra el ancestro del mismísimo Nick Cave.

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Cerrando, llega "Five to one" con su ánimo marchante –inspirada también en el conflicto de Vietnam, al igual que la antes mencionada "The Unknown soldier"- la cual parece adelantar no sólo en concepto –el padre de Morrison era un almirante de la US Navy- sino que sónicamente al núcleo mismo de The Wall de Pink Floyd, en particular a "Waiting for the worms" y aquel motivo melódico que subyace en muchos tracks de la gran ópera rock de Pink Floyd.

Cuando en VH1 Storytellers, a comienzos de los 2000, los sobrevivientes de The Doors se reunieron para interpretar algunos de sus clásicos, invitando como vocalistas a Ian Astbury, Perry Farrell, Scott Stapp y Scott Weiland, antes de la presentación Robby Krieger se refirió al ex frontman de los Stone Temple Pilots como "el más indicado para ponerse los pantalones de Jim". Tras la trágica muerte de Scott en diciembre de 2015, pensar que "Five to one" fue la canción que –de acuerdo a sus propias palabras- le llevó a iniciarse en la música, es escalofriante. Cuando Jim Morrison expele en medio de aquella intensa canción, con su voz cavernosa y afiebrada, que "Nadie sale vivo de acá", inconscientemente no se refería solo al desastre de Vietnam. La verdadera guerra que estaba viviendo era consigo mismo. A celebrar al Rey Lagarto poniéndole play a todo volumen.

https://open.spotify.com/album/0qZTwrunzX3LG45PvRghmh?si=I9P4Ej7mSfSsgBp_I1pH3w

The Doors: cuestión de química

Por Andrés Panes

El homónimo debut de los Doors, perfecto de comienzo a fin, fue grabado en apenas seis días, cuando el grupo venía de fracasar en su primer acercamiento a la industria discográfica, un contrato que no rindió ningún tipo de fruto, aunque servía de testimonio sobre el interés que el cuarteto despertó con sus presentaciones en vivo. El poco tiempo para trabajar en el estudio no impidió la realización de una obra maestra: a la banda le sobraban millas de vuelo probándose en bares y, antes de eso, ensayando con persistencia.

Cuando uno piensa en Jim Morrison, la figura de un obrero no es exactamente la primera que se viene a la cabeza, pero lo cierto es que detrás de los Doors había mucho trabajo. Al esmero del cantante se sumaba un trío de maestros pulidos en terreno. Su habilidad les permitía amalgamar ideas, por distintas que fuesen entre sí, hasta formar un todo coherente y distintivo. Ninguna canción lo sintetiza mejor que ese triunfo del entendimiento mutuo llamado "Break on through (to the other side)", donde las teclas de Ray Manzarek citan a su tocayo Ray Charles mientras Robby Krieger toma prestado un riff de The Paul Butterfield Blues Band y John Densmore toca bossa nova en su batería, un escenario sobrevolado por un Morrison que, si bien ya se perfilaba como crooner del exceso y poeta del desborde, aún no era devorado por su personaje.

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Descomponer los elementos en juego dentro de The Doors, que van desde (lo que los estadounidenses en 1967 entendían como) la música latina hasta el funk, supone entrar en contacto con los intereses de la joven elite intelectual californiana de la época, un período que el grupo indudablemente representa, pero que también supo interpelar con su rechazo a la lógica hippie del amor y la paz. Han pasado más de cincuenta años desde "The end", otro de los frutos de su paso por London Fog y Whisky a Go Go al ser prácticamente un registro en vivo, pero su atmósfera inquietante todavía logra que las cavilaciones edípicas de Morrison causen el escozor propio de los pensamientos que nadie quiere alojar en su cabeza. Incomodar así, en el contexto del arte, es un don, especialmente si se toma en cuenta que se completó un ciclo entero desde que salió el disco. Puede que el rocanrol, en plena ebullición por aquel entonces, ya no sea la mayor fuerza contracultural del planeta, pero obras como "The end" seguirán moviéndole el piso a cualquiera que les preste oídos.

Provocador por instinto, Morrison guió a los Doors por los recovecos menos explorados de la mente, sin miedo a romper tabúes. El aura de peligrosidad que mantienen hasta hoy se debe a su tendencia a preguntarse qué hay más allá y, si es necesario, perder la cordura con tal de saberlo. La mayoría de los poemas que se volvieron música en The Doors muestran su vocación exploratoria y psiconáutica, un rasgo que encuentra la mejor compañía posible en las manos de sus camaradas, dispuestos a seguirle el hilo desde otro tipo de delirio, el instrumental. Con lo difícil que resulta encontrar semejante química, siempre será una lástima el desenlace de la historia de los Doors, pero al menos en este disco quedaron inmortalizados los argumentos para situarlos entre las más grandiosas bandas que nos ha dado el rock estadounidense.

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