Patricio Guzmán, cineasta chileno: "Un movimiento acéfalo es peligroso; nadie está detrás para cuidarlo"

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El documentalista acaba de estrenar en Francia La cordillera de los sueños, última parte de la trilogía que comenzó con Nostalgia de la luz y El botón de nácar. La película se asoma al malestar que dormía en la sociedad.


La sala 1 del cine de arte y ensayo 104, en el Este de París, está llena en sus 224 plazas. Incluso algunas personas se sientan en los escalones para ver el estreno de La cordillera de los sueños, la tercera parte de la trilogía sobre el Chile actual del documentalista Patricio Guzmán, radicado en Francia tras salir del país juntos a los rollos de su documental La Batalla de Chile en 1973 y después de pasar dos semanas detenido en el Estadio Nacional.

Guzmán está en este cine parisino junto a su esposa y productora Renate, y en un francés que todavía le cuesta, da la bienvenida al público que los encontrará tras la proyección en un debate. La película muestra a los franceses la Cordillera de Los Andes en toda su magnitud gracias a la tecnología de los drones. Pero poco a poco, esta masa gigante de tierra, rocas y hielo, pierde protagonismo frente a uno de los testimonios que Guzmán descubrió en esta tercera entrega. Se trata de Pablo Salas, camarógrafo, que desde fines de los 70 no ha dejado de filmar los movimientos sociales en Santiago, sobre todo los relacionados con los derechos humanos: "Todo el mundo me hablaba de la cordillera y así fueron saliendo testimonios que yo buscaba hasta que apareció Pablo. Él me dijo que la cordillera estaba muy bien, que era interesante, que él sabía dónde estaba, etc. pero que él quería hablarme de otra cosa, de lo que nos ha costado llegar hasta aquí", explica a Culto Guzmán, en su casa de París.

Gracias a Salas, La cordillera de los sueños se transformó en una suerte de termómetro de un Chile a punto de hervir de descontento social. Por eso, tras la proyección el primero en tomar la palabra es otro chileno que recuerda a Guzmán que no es "banal" ver este documental en momentos en que el país vive un levantamiento social: "No puedo pedirle que hable del futuro, pero hay algo importante en la trilogía, es esta idea de Chile como de una isla. Chile hasta los 70 era una isla. Pero el neoliberalismo construyó una idea de un Chile integrado en el mundo gracias al éxito mundial del neoliberalismo". Guzmán, cuya narración en la película se escuchaba más triste y melancólica que otras veces, agradece, y luego explica que no tiene en estos momentos "la lucidez para saber qué pasará" en nuestro país "ni para interpretar esta manifestación enorme que hubo en Chile la semana pasada. Hay que ser reflexivo y calmo", recomienda el cineasta.

-¿Cómo se explica lo que está pasando hoy en nuestro país?

-Es una explosión que nadie esperaba. Yo estuve filmando cuatro meses antes y no había ningún síntoma que dijera que eso podía pasar; es una sorpresa total, ni los políticos, ni los analistas, ni la gente en general se explica cómo esto se incubó. Supongo que en los meses siguientes todo el mundo tratará de explicarse la situación y vamos a ver si el gobierno logra proponer algo que resulte tranquilizador. No creo.

-¿Lo sintió cuando hizo su película?

-Nadie me insinúo nada parecido, todo el mundo decía me falta esto, no tenemos esto otro, estos impuestos son muy altos, etc. todo el mundo se quejaba concretamente en su campo, pero nadie pensó probablemente mañana salgamos todos a la calle. Eso era ciencia ficción, es una sorpresa total.

-¿Se imaginaba que el tercer capítulo de la trilogía iba a tratar sobre este Chile que hoy estalla?

-No tenía idea porque el documental no se puede prever, tú puedes planificar un aspecto de la realidad, ir a filmar, hacer un guión previo tentativo, pero nunca se sabe lo que va a surgir. El documental tiene una base de improvisación muy grande.

-¿Qué le ha parecido la reacción del gobierno en esta crisis?

-La normal, es como si se hubiera roto una cañería de agua en pleno centro y se hubieran inundado unas 30 tiendas. El gobierno responde a ese pequeño hecho pero no a una hecatombe de un millón y medio de personas, es muy grande. Entonces es muy cómico ver al Presidente con esa cara de buen transmisor que explica tamaño acto colosal con unas palabras muy de inundación o de terremoto.

-Pero sacó los militares a la calle, ¿le parece normal?

-No pues, es el primer síntoma de que empezaron mal las cosas, de que las interpretó mal desde el comienzo, él y probablemente el círculo que le apoya. Los militares fueron llamados y en cierto modo han hecho el ridículo. El que los dirige (Comandante Javier Iturriaga) hizo unas declaraciones que son cómicas desligándose de su responsabilidad, diciendo bueno yo estoy aquí, me mandaron, no tengo miedo, no estoy en guerra, contradiciendo al otro. El papel que ha hecho Piñera y su ejército es patético, vamos a ver qué pasa.

-¿Y qué piensa de la violencia y los saqueos?

-Es natural porque si hay un país, una masa descontenta, o un sector de la masa que gana poco, que no tiene educación, que no tiene posibilidad de hacer nada, llega un momento como éste y aprovecha para asaltar un negocio y llevarse el refrigerador, cualquier cosa, es totalmente justificable. Pero es una minoría.

-¿Siente que la comunidad internacional está interesada en lo que pasa en nuestro país?

-Sí, todo el mundo está atento porque es un fenómeno espectacular, es muy grande.

-Este movimiento es acéfalo, como los chalecos amarillos en Francia.

-No hay dirigentes claros, es raro, muy raro, entonces se nota que está dirigido por Internet, es la propia gente que se junta. Hay líderes quizás, pero no fueron la causa de la movilización, están ahí seguramente, y van a entrar con el tiempo, pero no hay un capitán que diga "señores, ahora vamos a tomarnos el metro", eso es nuevo.

-¿Cree que ambos movimientos se parecen?

-Es lo mismo que los chalecos amarillos, una masa de gente descontenta, que no es atendida por el Estado, que tiene problemas que se repiten sin solución y dicen salgamos a la calle. Y llegan a ser miles de personas desatendidas, que el Estado no contempla; en el Estado no figura un sector para la gente sin color, la protesta neutra, eso no existía antes, siempre eran partidos, sindicatos, organizaciones que se crearon hace 100 años. En este caso no hay eso, por eso el movimiento es tan extraño. Y eso es peligroso también.

-¿Por qué peligroso?

-Porque nadie está detrás para cuidarlo. Si la gente se desencanta y dice ya no salgamos más, se desinfla. Puede pasar de todo, se puede desinflar una parte, unos pocos pueden decir esto está llegando demasiado lejos, no es lo que quiero y se divide: unos son los bien educados y los otros son los violentos.

-¿Lo dice con preocupación?

-Es que después de ver a un país durante 50 años sin moverse o moviéndose muy poco, es bien interesante que se mueva, porque significa vivificar la democracia, tal vez con esto se puede sacar adelante eso de la Reforma Constitucional, y sacar al país de una especie de inercia en la cual estábamos completamente atrapados.

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