Columna de Alberto Fuguet: Un lenguaje nuevo, una épica poética

Don Draper lee a Frank O'Hara en Mad Men.

En tiempos de crisis, deseas —necesitas— conectar con los que están alineados con aquello que te parece importante. No hay otro modo. Capaz que Frank O’Hara tenga razón: lo que uno anda buscando son aliados. Todos andamos buscando socios para enfrentarse al comienzo de un mundo nuevo.


A veces uno necesita aferrarse a un poeta, un músico, un artista. Alguien que te ayude con el lenguaje, que te ayude a articular, que te guíe a descifrar tiempos tensos, complejos y, no por eso, menos fascinantes. De un tiempo a esta parte, Frank O’Hara se ha vuelto mi poeta favorito. Llegué a él a través de esa espléndida serie acerca de la primera parte de los sesenta (antes que los sesenta fueran los sesenta) que es Mad Men. Ahí, el conflictuado creativo publicitario Don Draper lee Meditaciones en una emergencia, y se fija en aquellos que, durante su hora de almuerzo, leen los Lunch Poems. Aquellos que se fascinan con Richard Yates o John Cheever encontrarán acaso la misma sensibilidad, pero destilada, liberada y por cierto condensada.

A cada rato amigos me decían: debes leer a O’Hara. Ahí está todo. ¿De verdad no lo conoces? No ayuda que sus libros traducidos no circulan en español, aunque, en cualquier idioma, sus poemas han florecido en la red, incluso en Instagram. O’Hara creía en el cine, en la publicidad, en el arte nuevo, en Pollock y De Kooning, en los medios y las revistas, en una sensibilidad nueva. O’Hara murió en 1967, durante el verano del amor, a los 40 años, en la playa gay nudista de Fire Island, una isla cerca de la costa de Long Island, en Nueva York, mitificada desde la literatura al teatro, desde las polaroids de Tom Bianchi a películas porno de vanguardia. Murió atropellado por un jeep que corría por las dunas de noche manejado por un chico borracho como si todo fuera un poema veraniego suyo.

En tiempos de crisis, todos debemos decidir una y otra vez a quién amamos.

Esto lo escribió Frank O’Hara. Como parte de un poema acerca de la caída de Hollywood y cómo, durante una crisis, sea la que sea, es importante tener artistas a quien abrazar como propios. Es curioso: en momentos de crisis, hay almas que aprueban, que se vuelven más optimistas, que se potencian, que creen en el futuro. O’Hara entendía que a veces hay momentos históricos donde lo personal se intersecta con lo colectivo. Para enfrentar cualquier crisis, se necesita de héroes y aliados y amigos y referencias. No se enfrenta una crisis a solas. O si se hace, costará más. Es una mala idea quedar a la deriva, sin contar con salvavidas artísticos, pop. O’Hara celebra confundir a los astros lejanos con tus más cercanos. Puede estar en lo cierto. Desde Lana Turner o Marilyn Monroe, el poeta pop entendía lo que implicaba ser fan y lo importante de abrazar una causa y unos ídolos que son superiores a ti, o que capten como nadie tu sensibilidad. Es decir: héroes o artistas de cine o escritores o cineastas que te entienden. O que tú sientes que reflejan tu forma de ver el mundo.

Sus poemas a veces parecían cuentos largos, canciones, trozos de una biografía en progreso que no omitía detalle. Frank O’Hara creía en la epifanía de beber una Coca Cola con el chico o chica que uno quiere y que el arte más impactante a veces palidece frente el torbellino de lo que está sucediendo afuera o incluso dentro de ti. No le tenía miedo al pop; por el contrario, veía en la calle, en los avisos, en la cultura mediática, aquello que podía ser íntimo, aquello que se podía hacer personal. Quizás por eso es el poeta pop por antonomasia. Claramente es de la misma época que Warhol. O’Hara era mucho más transparente, celebratorio, romántico y no tenía miedo de poner por escrito lo que sentía, deseaba, soñaba, creía.

En tiempos de crisis, deseas —necesitas— conectar con los que están alineados con aquello que te parece importante. No hay otro modo. Capaz que O’Hara tenga razón: lo que uno anda buscando son aliados. Reconectar con los imbatibles. Todos andamos buscando socios para enfrentarse al comienzo de un mundo nuevo.

O’Hara rompió con la idea de lo que se suponía que era un poema. Recorría la ciudad con John Ashbery, con Joe Brainard que hizo de su memoria (“yo recuerdo”) el disco duro del mundo, y con los pintores abstractos del que aprendió y sampleó tanto. Le tocó vivir gran parte de los sesenta y contribuyó en mitificar a Nueva York como centro del mundo (eso fue antes, esto es ahora). Con sus amigos poetas, críticos de arte y pintores hizo la verdadera revolución: le dio un nuevo lenguaje a los tiempos.

¿Acaso eso es lo que hoy está en juego?

Un nuevo lenguaje, una nueva épica, otros autores, otra narrativa, otro cuento.

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