¿Quién es Don Sergio, el verdadero Agente Topo?

Descendiente de sirios, Sergio Chamy Rodríguez, se trasformó, a sus 87 años, en una estrella de cine. Con una vida dedicada al comercio, siempre demostró inquietud y hambre de hacer cosas. Lo suyo no es quedarse sentado. Ese espíritu fue el que lo llevó a marcar un aviso en el diario para encontrar un trabajo, el que terminó catapultándolo a la pantalla grande. Pasó por el Pojh, quedó viudo, tuvo negocios que quebraron. En Culto te contamos quién es el hombre del momento, protagonista de la cinta hoy nominada a los premios Oscar en Mejor documental.


Odia usar corbata, pero en varias de las escenas del largometraje que lo puso en los ojos del mundo la lleva puesta. Es acaso un símbolo que su octogenaria generación usa para denotar seriedad. Pero más allá del detalle, Sergio Chamy Rodríguez, el protagonista de El agente topo, es alguien que odia quedarse sentado mirando pasar las ruedas. A sus 87 años, no dudó en tomar el diario y, lápiz en mano, buscar un trabajo.

“Dije, qué diablos, ya no puedo seguir de vagoneta, qué voy a hacer, porque ando puro bartoleando”, contó hace un tiempo a la revista Ya.

Ese espíritu de acción le viene desde sus días en el comercio, actividad que desempeñó durante gran parte de su vida. Entre cajas de mercadería, bodegas, timbres, recibos y el cara a cara con los clientes y proveedores, Chamy tuvo una vida ajetreada. Algo de sangre hay en el asunto, pues es hijo de un inmigrante sirio, quien, cómo no, puso una tienda apenas llegó a Chile, en Monjitas con Plaza de Armas.

“Como todos los paisanos, mi papá era tendero. Tenía una tienda de ropa de dama en el centro y una pequeña fábrica de carteras, guantes, cinturones y accesorios femeninos en Recoleta”, contó en la citada entrevista.

Como solía ser en aquellos tiempos, Chamy comenzó a trabajar en la tienda de su padre con apenas 17 años, sin terminar el colegio. Era un Chile provinciano donde se pasaba de la inocencia de la niñez a la vorágine de la adultez sin mayor trámite.

Así estuvo un buen tiempo. Juntó plata, se casó, se compró un auto. Pero la vida le puso un duro golpe: la muerte de su padre. Ello le puso una responsabilidad no menor por delante, que era la de hacerse cargo del negocio. Sin embargo, no fue fácil. La presión lo abrumó y comenzó a sentirse mal.

“Mi señora me llevó a un doctor, le explicó lo que me pasaba y le preguntó si era necesario que me llevara al psiquiatra. Y el doctor le dijo, no, señora, él está en perfectas condiciones. Lo que tiene es inseguridad y nervios de afrontar la situación. Piensa mucho, y eso lo tiene agotado. Recuerdo que me dio un jarabe recuperador cerebral, pero malo, del verbo malo, ¿y sabe?, me estabilizó. Antes de una semana era yo de nuevo, me dieron ganas de trabajar. Desde allí partí solo”.

Desde ahí que no paró. Claro que entre medio tuvo que enfrentar baches propios del oficio, como la fuerte crisis económica que vivió Chile en 1982. La competencia de las importaciones chinas, más el descalabro económico lo obligaron a vender la tienda.

Pero, inquieto, se reinventó en La Reina y como no pudo con su genio, colocó una tienda de abarrotes. “Se me ocurrió que lo que no falla nunca es la comida. Me vine para La Reina y en el sector de Arrieta, que en esa época estaba lleno de poblaciones, con calles aún sin pavimentar, arrendé un almacén de abarrotes al lado de una plaza. Vendía pan, leche, dulces, galletas y cigarros sueltos, que dejaban mucha plata. Me iba fabuloso. Abría a las siete de la mañana y a las 10 de la mañana ya tenía el día hecho, porque circulaba mucha gente de trabajo por el sector. Las demás horas eran un regalo”.

El negocio quebró, no por mala administración, ni por una estafa, ni un incendio. Fue una arraigada costumbre criolla, la del pedir fiado en el negocio de la esquina la que lo mató. “En ese tiempo, en sectores así, se usaba mucho la libreta para pedir fiado. Al principio funcionaba, pero después la gente comienza a abusar, ¿ve? Se demoraban en pagar y de repente se perdían mucho tiempo. Quebré. Me mandaron a la lona”.

Luego, como varios jefes de hogar ochenteros, pasó por el Pojh, donde literalmente hacía y deshacía plazas. Después vinieron otros trabajos ajenos al comercio: una Isapre, una bencinera, manejó un restorán de comida italiana y fue vendedor en una viña. Ahí ya pasó directo a la jubilación. “Los años dorados”.

Sin embargo, para Sergio esos años no tenían nada de dorados. El tedio pareció ser mucho para él, ahí fue cuando vio el aviso en el diario, mientras su esposa, Elena, estaba enferma. Ella no supo nada, pues falleció antes de que Chamy fuese seleccionado para la cinta.

Ya con el rol, Sergio siguió demostrando ese carácter inquieto y encendido, escondido tras la amabilidad de sus maneras. Tanto así que puso en riesgo el rodaje de la cinta.

“Yo creo que el secreto mejor guardado de El agente topo es que el día que él (Sergio Chamy) entró al hogar se quería ir. Como que dijo, ‘yo no me quiero convertir en una de estas personas y no quiero ser como un anciano más’. Entonces le dio pánico como que le diera demencia”, comentó la directora Maite Alberdi en entrevista con Market Chile.

La cineasta recuerda sobre todo, un hecho puntual. “Siempre dice que odió… como que él va a una clase de gimnasia de la municipalidad, pero no va a la clase de gimnasia para mayores, sino que a una clase de gimnasia normal. Entonces entró a ver la clase de gimnasia (del hogar) y vio que la clase de gimnasia era bajar el dedo y dijo ‘ah, no, me muero’”.

Tras la cinta, el pasado 4 de febrero se colocó la primera de las dos dosis de la vacuna contra el coronavirus. Las ganas de vivir están intactas y el ánimo inquiebrantable. Así, podrá contarles a sus tres hijos, cinco nietos y una bisnieta, que alguna vez fue parte de una película inolvidable.

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