El joven Neruda: los años que formaron una leyenda

Desde temprano, siendo un estudiante del Liceo de Temuco, mostró interés por la poesía. Influenciado por el modernismo de Rubén Darío y los franceses del XIX, el joven Neftalí Reyes fue consolidando un material propio que recogía la métrica, en una época en que todavía tenía peso en la escritura lírica. Sería el origen de su camino al Nobel de Literatura, el que fue anunciado para el chileno hace 50 años. Esta es la historia.


Cuando se habla de Pablo Neruda, lo primero que se viene a la mente en la imaginario colectivo es que es uno de los dos chilenos ganadores del Premio Nobel (y uno de los solo seis latinoamericanos). Pero la cúspide del poeta con el galardón, en 1971, dos años antes de su muerte, tuvo un inicio lejano. Y una etapa de formación clave para moldear un talento.

Nacido en Parral, el 12 de julio de 1904, su familia se mudó a Temuco tras el fallecimiento de la madre. Al menos, lo que él señala en las memorias póstumas Confieso que he vivido (1974), fue que en su época de liceano, en el Liceo de Hombres de la ciudad del Ñielol (”un vasto caserón con salas destartaladas y subterráneos sombríos”, relata), comenzó el interés por la lectura. “Fui creciendo. Me comenzaron a interesar los libros. En las hazañas de Buffalo Bill, en los viajes de Salgari, se fue extendiendo mi espíritu por las regiones del sueño”.

Cómo no, los primeros pulsos de escritura fueron por encargo. Cuenta que un compañero, enamorado de una muchacha llamada Blanca Wilson, le pidió al mozuelo Ricardo Eliécer Neftalí Reyes que le escribiera las respectivas cartas de amor. El poeta en ciernes, de repente, vio la opción de cosechar su trabajo. “Cierta vez, al encontrarme con la colegiala, ésta me preguntó si yo era el autor de las cartas que le llevaba su enamorado. No me atreví a renegar de mis obras y muy turbado le respondí que sí. Entonces me pasó un membrillo que por supuesto no quise comer y guardé como un tesoro”.

Una fotografía de Pablo Neruda en sus años de juventud.

Solo con 13 años llegó la primera publicación. Como se estilaba en la industria literaria de entonces, en un periódico. Fue el matutino La Mañana, en su edición de 18 de julio de 1917, el que publicó Entusiasmo y perseverancia. Era en prosa. Aún no aparecía un verso publicado. Estos llegarían al año siguiente, en un poema llamado Nocturno. En su libro El joven Neruda (Lumen,2014), el investigador Hernán Loyola señala: “Es el más antiguo de los poemas copiados en los Cuadernos de Neftalí Reyes”. Nocturno, fue entonces el primer poema “oficial” de Neruda.

Parte del poema en cuestión dice:

Es de noche: medito triste y solo

a la luz de una vela titilante

y pienso en la alegría y en el dolo,

en la vejez cansada

y en juventud gallarda y arrogante.

Pienso en el mar, quizás porque en mi oído

siento el tropel bravío de las olas:

estoy muy lejos de ese mar temido

del pescador que lucha por su vida

y de su madre que lo espera sola.

Loyola dice: “Sorprende la seguridad con que el muchacho menaje el instrumental métrico ya desde ese primer poema, notable silva en quintetos irregulares de versos endecasílabos y heptasílabos”. Claro que, asegura Loyola, Nocturno no fue el primer poema publicado. Ese honor correspondió a Mis ojos, publicado en Corre-vuela nº566, del 30 de octubre de 1918.

Quisiera que mis ojos fueran duros y fríos

y que hirieran muy hondo dentro del corazón

que no expresaran nada de mis sueños vacíos

ni de esperanza, ni ilusión.

En esos versos, el joven Reyes usó tres versos alejandrinos y un eneasílabo agudo. Algo totalmente arrojado. Esto, porque si hay algo difícil de realizar en poesía es justamente el verso alejandrino. Consta de 14 sílabas, a diferencia del endecasílabo (de 11) que tradicionalmente es el más usado. Además, en ese poema, Neruda usó una acentuación similar a la del yambo.

Si se revisa la tabla de endecasílabos que dejó el mismísimo Andrés Bello, notamos que tanto en el primero como tercer verso se acentúa -con diferencias- entre las sílabas 2,4,6,8, y 10. Es algo que probablemente importará a los más puristas y a los técnicos, pero da cuenta de lo enchufado que estaba el joven parralino con la poesía.

El verso final, de 9 sílabas, para los estudiosos es considerado el verso nerudiano por excelencia. “Durante el siglo XX Neruda es el gran continuador de la tarea de revitalizar la tradición del eneasílabo, heredada del modernismo hispanoamericano (Nervo, Chocano, Lugones, Gabriela) y en particular de Rubén Darío”, señala Loyola en su libro. Esto, porque a inicios del siglo XX, la poesía con métrica aún era la tendencia en boga, muy distinto de lo que sería después, con el reinado del verso libre, herencia de la poesía estadounidense.

Rubén Darío.

Darío y los franceses

Fue el nicaragüense acaso la mayor influencia que tuvo Neruda, al menos en sus primeros años. De él, del modernismo, tomó las principales formas de trabajar el lenguaje. “Rubén Darío había establecido el imaginario poético del llamado Modernismo Hispánico...al exaltar lo blanco-luminoso (palacios de mármol, cisnes, perlas, ambrosías, blancas tórtolas, la página blanca, la blanca Helena, la carroza argentina, los claros diamantes) y también lo alto-luminoso (estrellas, el país del sol, celeste carne de mujer, tus dos alas divinas, la escala luminosa del rayo)”, explica Hernán Loyola.

Otras influencias que tuvo el joven Neftalí Reyes fueron los poetas franceses. Fundamentalmente los decimonónicos Paul Verlaine, Charles Baudelaire, Sully Proudhomme o Arthur Rimbaud. A este último, le dedicó unas palabras en su discurso de aceptación del Nobel, años después. El momento en que el joven Neftalí Reyes tomó contacto con los galos, Hernán Loyola lo sitúa en los años de liceo.

“El profesor Ernesto Torrealba pone a su alcance un volumen que deviene fundamental para su formación de poeta: La poesía francesa moderna. Antología ordenada y anotada por Enrique Díez-Canedo y Fernando Fortún (Madrid, Renacimiento, 1913)...Neftalí Reyes transcribió desde esta antología dos poemas de Sully Produhomme, tres de Baudelaire, uno de Verlaine, uno de Henri de Réginer, uno de Henri Bataille, dos de Paul Fort, uno de André Spire y uno de Jean Richepin”, detalla en su citado libro.

“Puedo escribir los versos más tristes esta noche”

En 1923 se publicó el primer libro de Pablo Neruda, Crepusculario, donde desarrolló su poesía totalmente influenciada por Darío, los franceses, y el uso de métrica. El mismo Neruda lo recordó en Confieso que he vivido: “Para pagar la impresión tuve dificultades y victorias cada día. Mis escasos muebles se vendieron”, y para terminar de costear, es sabido, recibió la ayuda del crítico literario Alone.

¿Cómo se le ocurrió su seudónimo? la tesis más aceptada es el relato que el mismo Neruda dejó en Confieso que he vivido, que lo tomó del checo Jan Neruda. Sin embargo, Hernán Loyola sostiene que hacia 1920, ya había decidido el nombre Pablo, y que el Neruda -basándose en lo planteado por Miguel Arteche- lo habría tomado de la novela Study in scarlet, de Arthur Conan Doyle, donde un personaje secundario tiene el nombre Norman Neruda. “La hipótesis de Arteche parece atendible, dado el notorio interés del poeta por la narrativa policial”, apunta Loyola. De hecho, el estudioso afirma que, en rigor, “nuestro poeta morirá en 1973 sin recordar exactamente cómo ni por qué se autobautizó ‘Pablo Neruda’”, que pasó a ser su nombre legal, en 1946.

Nombres más, o menos, en 1924 publicó su segundo libro, el inmortal Veinte poemas de amor y una canción desesperada. Ahí, se encuentra el corazón del Neruda trascendente, con versos como Puedo escribir los versos más tristes esta noche, un alejandrino (casi) sáfico pleno. De ahí, el camino a las alturas de Machu Picchu estaba listo.

Portada de 20 poemas de amor y una canción desesperada, primera edición de editorial Nascimento, 1924.

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