Dos padres de la patria frente a frente: la olvidada batalla entre O’Higgins y Carrera

La batalla de Tres Acequias, en agosto de 1814, marcó el quiebre entre ambos próceres. Carrera había derrocado al gobierno del Director Supremo Francisco de la Lastra, y O'Higgins se alzó para defenderlo. El combate dejó un ganador claro, sin embargo, una noticia hizo que debieran reconciliarse rápidamente.


Los mandó de vuelta. Al menos los había recibido, a su pesar, porque su idea original era ni siquiera hablar con ellos, pues no los reconocía como representantes populares. Solo unos meros emisarios. Sin embargo, algunos de sus oficiales de confianza le insistieron que reconsiderara su postura, y el tozudo Bernardo O’Higgins accedió.

Sin embargo, lo que le dijeron Antonio de Hermida y Ambrosio Rodríguez, no le gustó nada. Le traían una oferta del gobierno de Santiago para que frenara su marcha hacia la capital, a la que conducía a su ejército. Los emisarios encontraron a O’Higgins recién llegado a Rancagua y le hicieron conocer los puntos: que se dejara subsistir al nuevo gobierno, liderado por José Miguel Carrera, que ambos caudillos mantuvieran sus ejércitos, pero que reconocerían como jefe a quien la nueva Junta de Gobierno designase. O’Higgins no aceptó nada y concluyó el parlamento.

Corría el invernal agosto de 1814. Junto con las heladas temperaturas que se presentaban en la zona central del país, el ambiente político entre el bando patriota se había congelado mucho más. Ocurre que poco tiempo antes, el 3 de mayo de 1814, españoles y patriotas habían firmado el Tratado de Lircay. Por España, rubricó el brigadier Gabino Gaínza, por Chile, el entonces Director Supremo, Francisco de la Lastra, y los brigadieres Bernardo O’Higgins y Juan Mackenna.

En términos simples, el tratado era una tregua. La guerra ya llevaba tres años asolando los campos y el grueso de quienes combatían eran los huasos y peones de fundos según el partido que tomara el patrón. La mayoría de los que pelearon en la guerra de la Independencia, salvo los oficiales realistas y alguna que otra tropa, eran nacidos en este territorio.

Francisco de la Lastra.

En el Tratado de Lircay, el gobierno de De la Lastra reconocía al rey de España, Fernando VII. El texto decía: “se compromete a obedecer lo que entonces se determinase, reconociendo como ha reconocido por su monarca al Sr. D. Fernando VII y la autoridad de la Rejencia, por quien se aprobó la Junta de Chile; manteniéndose entre tanto el Gobierno interior con todo su poder y facultades, el libre comercio con las naciones aliadas y neutrales, y especialmente con la Gran Bretaña, a la que debe la España, después del favor de Dios y su valor y constancia, su existencia política”.

Además, se establecía el canje de prisioneros, el envío de diputados a las Cortes de Cádiz, y que el Ejército patriota se mantendría tras el norte del río Lontué (en la comuna de Molina, Curicó). Una medida similar se disponía para los realistas, ya que los obligaba a retirarse de la provincia de Concepción, y no pasar el río Maule ni entrar en la ciudad de Talca.

Así, se lograba una anhelada paz, aunque no duraría mucho tiempo. En ninguno de los bandos el tratado gustó de todo. Recriminado por sus oficiales, Gaínza aseguró que no cumpliría la disposición de dejar Concepción. Entretanto, los realistas decidieron soltar a 300 prisioneros patriotas que mantenían en Chillán “cuya manutención les originaba un gasto un gasto que consideraban gravoso”, señala Diego Barros Arana en el tomo IX de su Historia General de Chile.

José Miguel Carrera, retrato de Francisco Mandiola

Entre los liberados, estaban los hermanos Carrera. Esto no fue casualidad. “No es difícil comprender el plan que tenían en mira los oficiales realistas al preparar...la fuga de los hermanos Carrera. Resueltos a no cumplir el tratado que acababa de celebrar Gaínza y a esperar los refuerzos que podían llegar del Perú, les interesaba sobremanera producir la perturbación y la revuelta entre los patriotas”, explica Barros. En el fondo, tenían muy claro que los Carrera revolverían el gallinero.

Partidarios totales de la independencia, y viendo que el Tratado de Lircay significaba un retroceso en la gestión que José Miguel había desarrollado, los Carrera no perdieron el tiempo. De hecho, tras la firma del tratado una ordenanza de De la Lastra “mandaba recoger la bandera y la cucarda que habían servido de enseña al ejército de la patria”. Sí, la bandera amarillo-blanco-azul, la llamada Bandera de la Patria Vieja que había sido diseñada por el gobierno de José Miguel. Un absoluto paso hacia atrás.

Al amanecer del sábado 23 de julio, en Santiago, Carrera realizó un nuevo golpe de Estado (ya había hecho dos, en 1811), derrocó a De la Lastra, y se hizo del poder. No estaba dispuesto a respetar un tratado que no lo representaba, y del que, por lo demás, había sido excluido.

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O’Higgins, entonces comandante en jefe del Ejército patriota, se encontraba en Talca. Enterado del golpe que derrocó a De la Lastra, su primera reacción fue tratar de salvar el conflicto de manera pacífica, así que decidió enviar una carta expresando su descontento.

Ahí se generó una tirante correspondencia. Carrera le contestó pidiéndole que no hiciera uso de la fuerza, y en términos vagos le pidió que trataran de arreglar las cosas en algún momento. La poca claridad de Carrera impulsó a O’higgins a lanzarse contra él, con el fin de restaurar del defenestrado Director Supremo. Por su lado, Gaínza se mantenía al otro lado del Maule, sin intenciones de cumplir el tratado, en espera de refuerzos desde el Perú.

Con 1.500 hombres, y dejando 600 en Talca a cargo de Joaquín Prieto, O’Higgins enfiló hacia Santiago. En el camino, en Rancagua, fue cuando se encontró con los emisarios carrerinos a quienes despachó con viento fresco. Pero había un problema: O’Higgins no tenía reunidos a todos sus efectivos al mismo tiempo, sino que iban llegando de a poco al Cachapoal. Sin embargo, una avanzada ohigginsta emboscó a un grupo de avanzada de Carrera y los hizo huir sin combate. Eso hizo pensar a O’Higgins que las tropas de la capital “no tenían medios ni voluntad de empeñar un verdadero combate”, señala Barros Arana.

Impetuoso, creyendo que la victoria estaba cerca y sin esperar agrupar a todos sus hombres, O’Higgins decidió simplemente seguir adelante. Avanzó a Santiago solo con 400 hombres y dos cañones, el resto, quedaron desperdigados entre Rengo, Rancagua y Mostazal.

En Santiago, el coronel Luis Carrera tomó el mando del ejército y lo ubicó en la zona de Tres Acequias, hoy, a 6 kms al sur de San Bernardo. Ahí colocó a la totalidad de los 1.200 efectivos que contaba y que José Miguel había logrado reunir y equipar. El resto fue simplemente esperar a O’Higgins parapetado tras el canal de Ochagavía.

Luis Carrera.

Al amanecer del 26 de agosto de 1814, O’Higgins atravesó el río Maipo, confiado en que no hallaría mayor resistencia y acabaría rápido con Carrera. Al llegar a Tres Acequias, y luego de un cañoneo previo de parte de los carrerinos, a las 4 de la tarde se inició el combate. Los hombres de O’Higgins intentaban avanzar pero se encontraron con la sólida defensa parapetada tras el canal de Ochagavía.

El resultado fue un desastre para O’Higgins, quien perdió su caballo, y encontrándose en inferioridad numérica decidió emprender el retiro. Sus hombres se desbandaron y fueron perseguidos por los carrerinos, hasta que cayó la noche cerrada y puso fin al combate. Carrera había ganado.

En su diario de campaña, Carrera recordó el combate, y por supuesto, culpó a O’Higgins. “La acción duró tres horas si contamos el fuego de la artillería durante la retirada de las dos primeras divisiones hasta las Tres Acequias (tres leguas de Santiago) en cuyo campo, que presen­ta unas hermosas llanuras, se destrozaron las únicas fuerzas de Chile, porque así lo quisieron O’Higgins y sus secuaces. El cuerpo de Granaderos, el de la Guardia Nacional y parte de la artillería del ejército de O’Higgins, quedaron en Rancagua, porque a pesar que se les había puesto jefes de su confianza era constan­te que ningún estímulo les obligaría a pelear contra nosotros y sí a nuestro favor. La infantería de la tercera división del ejército de la capital, no alcanzó a hacer fuego y la noche puso fin a la carnicería”.

O’Higgins se replegó al sur del Maipo y pensó que si lograba reunir a toda su fuerza, podría reemprender la lucha dos días después, señala Barros. Sin embargo, no tuvo tiempo para pensar en nada. Le llegaron noticias urgentes y aterradoras: a Chile habían llegado los refuerzos para los españoles desde Perú, al mando de Mariano Osorio. Lo peor era que el ibérico ya estaba en el país, puesto que había arribado el 13 de agosto, en Talcahuano. Hasta ese momento iba avanzando hacia Santiago sin ser molestado. Y consciente de su misión, relevó a Gaínza del mando y envió un emisario a ultimarle rendición al gobierno chileno.

Los hechos hicieron que el 27 de agosto, un día después de la batalla, O’Higgins solicitara a Carrera que llegaran a un entendimiento. Firmaron la paz el 4 de septiembre y se puso bajo las órdenes de José Miguel. A contrarreloj comenzaron a organizar al ejército para detener a Osorio. Se enfrentarían en Rancagua, el 1 y 2 de octubre y resultó un desastre.

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