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“El León” vs “El Caballo”: la historia de la pugna entre Arturo Alessandri y Carlos Ibáñez que sacudió a Chile

En octubre de 1925 -hace 100 años- Carlos Ibáñez aceptó ser candidato presidencial, pero sin renunciar a su cargo como ministro de Guerra. Esto no fue tolerado por el Presidente Arturo Alessandri, lo cual generó un conflicto entre ambos que tomó ribetes dramáticos, con renuncias incluidas. Ésta es la historia del capítulo inicial de una de las grandes rivalidades políticas de la Historia de Chile.

“El León” vs “El Caballo”: la historia de la pugna entre Arturo Alessandri y Carlos Ibáñez que sacudió a Chile

Entró agitando un ejemplar del diario La Nación como si blandiéndolo en el aire fuese a exorcizar una especie de conjuro que les habían arrojado. “¿Leíste esto?, es inaceptable". Fue la pregunta que seguro Hernán Alessandri le hizo a su padre, Arturo, el “León de Tarapacá”, el Presidente de Chile. Venía acompañado del médico José Ducci y ambos llegaron a la residencia del mandatario muy temprano. Eran las 8 de la mañana del primaveral 1 de octubre de 1925.

El Jefe de Estado tenía la costumbre de leer los diarios muy temprano. “Principalmente los de oposición. Siempre en las criticas, por apasionadas que sean, hay algo de verdad que los gobernantes deben conocer”, recordó él mismo en sus memorias. Pero ese día, al ojear La Nación se encontró con una desagradable sorpresa. Una carta a toda página donde el ministro de Guerra, coronel Carlos Ibáñez del Campo, “El Caballo”, se dirigía a él.

Carlos Ibáñez del Campo

En la misiva, el oficial aseguraba que pese a ser candidato a las elecciones presidenciales que se acercaban (programadas para el 24 de octubre de 1925), no renunciaría a su puesto como ministro de guerra. Alessandri le había pedido que dejara su cargo en el gabinete porque a su juicio ambas empresas eran incompatibles, a pesar de que según la Constitución no estaba impedido de hacerlo. Sin embargo, en vez de responderle directamente, el militar optó por hacerlo a través de la prensa.

Debo expresar a V. E. que no abandonaré por ahora el puesto, ante la necesidad de defender el orden publico, la unidad entre las filas y la pureza de la revolución, para poder cumplir así, hasta el fin, el programa que tiene comprometido el honor de las Fuerzas Armadas”, afirmaba Ibáñez.

Se refería, por supuesto, a las sendas manifestaciones que en septiembre de 1924 había hecho el Ejército (el “Ruido de Sables”) con el fin de lograr la aprobación de una serie de reformas sociales. Alessandri partió al exilio, se conformó un gobierno de facto que a su vez fue derrocado en enero de 1925 por un nuevo movimiento militar liderado por Ibáñez, que entre otras cosas abogaba por una profunda reestructuración política que echara por tierra al agotado parlamentarismo. Alessandri pensaba que con la flamante Constitución de 1925 eso estaba hecho e Ibáñez estaría contento. Se equivocaba.

Resulta que al “León” derechamente no le gustaba la candidatura de Ibáñez. La razón principal era que no compartía el hecho de que los militares se metieran en la política, así lo comentó en sus memorias: “No desconocía su sano patriotismo, honradez y buenos propósitos de bien publico; pero era indiscutible su falta de preparación jurídica y administrativa, indispensable para desempeñar la Presidencia de la República en forma eficiente. Era, ademas, un militar subalterno que no había tenido en el Ejercito actuación descollante y, entre las aspiraciones nacionales que yo vine a realizar, descollaba la relativa a restablecer la normalidad institucional sobre la base de un gobierno civil y presidido también por un ciudadano civil”.

La sorpresa para Alessandri era mayúscula, pues a mediados de agosto de 1925 Ibáñez había manifestado que no aceptaría una eventual candidatura presidencial. “El Coronel Ibáñez, olvidando la carta dirigida a Enrique Oyarzun el 16 de agosto, en que declaraba terminantemente que no sonaba ni aspiraba a la Presidencia, declaración que reitero en circular al Ejercito en la cual prohibía enérgicamente que figurara su nombre entre los que pueden alcanzar la Presidencia, con fecha 30 de septiembre, aceptó, sin embargo, el ofrecimiento que se le hiciera el día antes”, recordó en sus memorias.

Para Alessandri, lo que debía pasar era que Ibáñez renunciara, pero lo que siguió fue algo insólito: el 30 de septiembre de 1925 todo su gabinete renunció...menos el “Caballo”. Así lo recordó el mandatario: “El 30 de septiembre tuvo lugar un Consejo de Ministros en mi sala de despacho en el cual se dio cuenta de la renuncia colectiva de todos los ministros, motivada en la aceptación de la candidatura presidencial del Coronel Ibanez. Manifesté francamente, que me extrañaba mucho que no figurara el señor Ibanez entre los renunciantes, exigencia perentoria que yo formulaba, en orden a que aquella renuncia debía presentarse sin dilaciones”.

¿Qué razones le dieron los ministros? En una carta explicaban que el tiempo “(ha) hecho nacer en nosotros una profunda simpatía y lealtad hacia el señor Coronel, que pudiera dar pábulo a que se llegara a decir que la permanencia nuestra en el ministerio, podría resentirse de parcialidad en su favor, en la próxima contienda electoral. No deseamos que en ningún momento ni con pretexto alguno llegue a formularse un cargo semejante”.

Alessandri no se contentó y exigió la renuncia de inmediato a Ibáñez, usando sus prerrogativas presidenciales. Este, presente en el Consejo de Ministros, se resistió una y otra vez. Al final, luego de tanta insistencia, se comprometió a hacerlo.

Luego, el Mandatario recibió unas visitas. “Como a las 5 de la tarde de aquel día llegaron a mi despacho los ministros Jorge Matte y Claudio Vicuña, diciéndome que, después de una larga conferencia con Ibáñez, habían obtenido la promesa de presentar la renuncia en la misma noche de ese día, siempre que yo consintiera en que lo reemplazara el Coronel Veliz, Marmaduke Grove o Bartolome Blanche”. Alessandri furioso, les respondió que nombrar al nuevo ministro de Guerra era una atribución exclusiva del Presidente. Pero tras un rato y manejando su encendido temperamento, accedió a nombrar a Véliz. Así, ambos hombres se fueron a dialogar con Ibáñez.

Al rato, esto volvieron. “Pocos momentos después Matte y Vicuña me comunicaron que Ibáñez había aceptado, que traería su renuncia a las 10 de la noche, hora en que podía nombrarse y recibir el juramento de Véliz. En el acto di orden al subsecretario del Ministerio del Interior para que viniera a mi despacho a las 10 de la noche trayendo listo el decreto que aceptaba la renuncia de Ibanez y el que nombraba a Véliz”. Hasta ahí, todo marchaba más o menos como Alessandri quería.

Pero cerca de las 21.30 de la noche del 30 de septiembre, Alessandri fue sorprendido. El ministro Jorge Matte le mandó una carta y a la vez adjuntaba otra de Ibáñez que decía: “Estimado don Jorge: le ruego decir al Presidente y aceptar Ud. perdonándome que mañana haremos en conjunto lo que íbamos a hacer esta noche. No importa todo el perjuicio que este retardo pueda acarrearme. Tengo necesidad de descansar y me voy a mi casa. Cariñosamente, hasta mañana.—Firmado: Carlos Ibáñez del Campo".

Alessandri reaccionó molesto. “Se comprenderá el profundo disgusto que tal actitud me produjo. Importaba una grave descortesía para con el Presidente que todo lo había preparado para la ejecución del acto convenido. Me asaltaron también graves dudas en orden a las intenciones que aquella demora pudiera importar”.

Luego, el “León” se marchó a su casa con un amargor profundo. Había sido un día tenso y solo deseaba descansar. A esas horas de la noche el poder Ejecutivo se encontraba reducido a Alessandri como Presidente, e Ibáñez como ministro de Guerra. Algo insólito.

Fue entonces al amanecer del día siguiente -1 de octubre- cuando se encontró con la carta de Ibáñez publicada a toda página en La Nación y terminó por comprender por qué este no había renunciado la noche anterior.

Arturo Alessandri Palma (al centro).Biblioteca del Congreso.

Pero las malas noticias no se habían terminado. Ibáñez realizó una jugada audaz. No contento con publicar una carta pública en la prensa, le hizo llegar la misiva original, y que incluía una nota al pie que no fue publicada por el diario. “En vista de la situación producida y de ser el infrascrito el único ministro en ejercicio, me permito rogar a S. E., en nombre de la patria y de la paz social que, careciendo de valor, según los preceptos de la antigua y nueva Constitución, todo comunicado sin la firma del ministro respectivo, se sirva no dirigirse a ninguna autoridad u organismo nacional o particular, sin el requisito de mi firma, como único ministro en función”.

Era una provocación. Casi un “golpe blanco”. Furioso, y a medio vestir, Alessandri tomó un lápiz, sacó un papel, y de su puño y letra comenzó a redactar el decreto con el que destituía a Ibáñez. En ese momento aparecieron su hijo Hernán y el médico José Ducci. “Llegaron muy agitados...para informarse si había tornado conocimiento de la carta de Ibáñez que ellos consideraban como una insolencia y me indicaban que esperaban de mi la inmediata destitución del autor de la carta que a ellos les había producido profunda indignación. Se fueron muy contentos al saber que pensaba como ellos y que ya tenia el decreto respectivo a medio redactar”.

Antes de finalizarlo, Alessandri decidió pasar al baño a ducharse y luego vestirse. Ya terminaría después el decreto. Mientras el agua caliente caía sobre él, reflexionaba sobre lo ocurrido y comenzó a rumiar en torno a lo que debía hacer. Ahí, con más calma y sosegando su temple, le asaltaron las dudas. “La destitución tal vez no produciría el efecto ni el objetivo perseguido. Estaba ya el país citado a elecciones que debían realizarse a un corto plazo. El electorado, en consecuencia, tenia la palabra y, examinando el panorama político, Ibáñez tenia grandes probabilidades de triunfar”.

El “León” no exageraba. La candidatura de Ibáñez ya había sido respaldada públicamente por partidos políticos como el Radical y el Conservador, dos acorazados imponentes en el panorama político chileno de inicios del siglo XX, y que le guardaban cierto ánimo de revancha al Mandatario.

“Estos dos partidos: Radical y Conservador, se habían distanciado y enconado en mi contra por no haberles dado participación en el gobierno desde mi regreso de Europa, como lo manifestaron muchas veces -recordó Alessandri en sus memorias-. Se enardeció su encono por mi campaña vigorosa para combatir el régimen parlamentario e imponer el presidencial que restaba y suprimía la influencia de aquellos dos partidos- en el gobierno del porvenir. Estos antecedentes llevaban a mi espíritu la idea que, muy posiblemente, aquellos dos partidos que juntos reunían la mayoría indiscutible del electorado, se juntarían para elegir a Ibáñez, castigándome con el trago amargo de ser yo mismo quien tuviera que investirlo con las insignias del mando a fines de año”.

Ante esa reflexión, y leyendo con habilidad el panorama político, Alessandri entendió que se encontraba en un jaque mate. Remover a Ibáñez solo le dejaría la mesa servida para ponerse la banda tricolor. Por ello, optó por otra salida: renunciar a la Presidencia. Por lo demás, solo le quedaban unas pocas semanas para concluir su ejercicio en el cargo.

“La agresión recibida me impulsaba fuertemente a tomar aquel camino. Castigar la ofensa recibida es siempre agradable; pero, el deber era otro, evitar la presidencia de un militar que no reunía, a mi juicio, las condiciones de experiencia y preparación que el cargo requería. La manera de evitarlo era abandonar yo el cargo para no provocar, como dije ya, la reunión enconada en mi contra, de radicales y conservadores. El sacrificio era grande, inmenso, la gente no lo comprendería jamás”.

Luis Barros Borgoño. Colección Biblioteca Nacional.

Así, tras vestirse y desayunar, Alessandri nombró ministro del Interior a su antiguo rival, Luis Barros Borgoño, a quien había vencido por un voto en las elecciones presidenciales de 1920. Lo llamó por teléfono para ofrecerle el cargo y el viejo Barros aceptó. Una vez hecho esto, Alessandri le entregó el mando de la nación como Vicepresidente. El 2 de octubre, el “León” ya era un simple ciudadano.

A la luz de los resultados, la jugada de Alessandri funcionó. Los partidos políticos se vieron obligados a elegir a un candidato de consenso que no fuese Ibáñez. El coronel aceptó con la condición de que este fuese alguien partidario del pliego de los militares de 1924 y 1925. Finalmente, fue ungido el señor Emiliano Figueroa Larraín, quien venció en las elecciones del sábado 24 de octubre de 1925 al candidato del movimiento obrero José Santos Salas, proclamado por la Unión Social Republicana de Asalariados de Chile además de ser apoyado por el naciente Partido Comunista de Chile. Figueroa asumió el 23 de diciembre de 1925.

Pero Figueroa cometió un error que a la postre fue el germen de su propia caída: dejó como ministro del Interior a Ibáñez, quien no tardó en ir contra el mismo Mandatario. Pero esa es otra historia.

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