Culto

Emiliano Zecca, escritor: “Las tabacaleras crearon una estrategia para sostener la negación a escala planetaria”

El periodista y escritor uruguayo conversa sobre El humo, la patria o la tumba (Random House), su nueva novela que reconstruye el juicio de Philip Morris contra Uruguay. En esta entrevista, Zecca analiza la capacidad de las multinacionales para desafiar la soberanía de los estados y la urgencia de rescatar la memoria frente a la inmediatez digital.

Era David contra Goliat. De un lado, una pequeña república sudamericana, Uruguay, ubicada al costado del río de la Plata. Del otro, un gigante, la multinacional tabacalera Philip Morris. ¿El cara a cara? 2010. Resulta que la compañía demandó al país del cono sur en tribunales internacionales debido a sus fuertes políticas antitabaco. Usando todo su poderoso arsenal de abogados, la firma generó el mayor juicio de la historia en torno a la industria de los cigarrillos.

Y, aunque parecía increíble, Uruguay le ganó a Philip Morris. Uruguay nomás. La historia de ese juicio le disparó la idea de una novela al periodista y escritor charrúa Emiliano Zecca (40). Así, acaba de publicar su tercer libro El humo, la patria o la tumba (Random House), ya disponible en librerías chilenas.

“Creo que surge de una necesidad de ponderar. Me refiero con esto a poner atención en un tema, permanecer en él, que no es otra cosa que leer, conversar, pensar y después escribir. Trabajar sobre el sentido de eso que sucedió y hacer que suceda de nuevo en el papel, quizás de otra manera”, explica Zecca sobre el origen de la obra.

— ¿En qué momento supo que esta historia debía escribirse como novela y no de otra forma?

— Era algo que iba a hacer: mirar la historia con ojos de literatura. Eso supone para mí trabajar sin algunas convenciones del periodismo. Lo que quiero decir es que desde el comienzo reconozco que hay un espacio para la arbitrariedad y la creación, para la imaginación —que no es lo mismo que inventar algo—, para establecer conexiones y jugar muy en serio con todos los elementos de los que dispongo. Pero no puedo atravesar el cerco de la confidencialidad del expediente con un invento. Igualmente, uso herramientas del periodismo, como la entrevista y el rigor en la lectura de documentos o el trabajo de archivo. Pienso que, al final, la escritura de no ficción supone un intento de ser creativos dentro de ese marco. Escribir es elegir las palabras que establecen un orden, que hacen viajes en el tiempo y que hacen surgir emociones.

— La novela navega entre la ficción y el contexto histórico. ¿Qué tan libre fue en la investigación para la creación de personajes?

— Este no es un trabajo académico ni el artículo de un historiador. Por eso tiene todas las licencias y la impunidad que eso permite. Sin embargo, existe un compromiso con el lector: lo que aparece allí viene de eso que hemos convenido en llamar realidad. Lo que está en el libro fue dicho en alguna parte, fue publicado, filmado o fue ocultado. Cuando existe un relato coral como este, el trabajo de organizar ese coro y darle un sentido se mueve en ese margen que existe entre rigor y libertad, entre persona y personaje.

— ¿Cree que lo de Uruguay versus Philip Morris fue realmente un “David contra Goliat”?

— Esa expresión es un atajo como otros tantos que usamos para mirar el mundo. Funciona bien como encuadre porque implica una historia de asimetrías, un ganador inesperado y una épica. Pero escribir es no quedarse en el enunciado; lo que vino después fue profanar el enunciado. Mirar las caras, las alianzas, las peleas y las representaciones que estaban en juego. Si damos por válida la expresión, empecemos por preguntarnos: ¿de qué estaba hecho ese David?, ¿cómo es Goliat?, ¿pelearon solos o se aliaron con otros para reducir esa asimetría?, ¿qué tan limpia fue la pelea? Y, sobre todo, ¿qué temas subyacen a la batalla?

— ¿Cómo dialoga la novela con la historia política reciente de la región?

— Hablamos de las regulaciones al tabaco, que fueron las primeras en ser denunciadas por Philip Morris ante un tribunal internacional. Pero si dejamos de lado lo específico, lo que vemos es a una empresa que acusa a un Estado de provocarle un menoscabo en el uso de sus inversiones, alegando una “expropiación indirecta” de su marca. Esto dialoga con un fenómeno creciente: el de las empresas que exigen a los Estados abstenerse de aplicar regulaciones bajo amenaza de indemnizaciones millonarias. Hoy el fenómeno se expande; por ejemplo, los conductores de aplicaciones como Uber tienen cláusulas que los obligan a resolver sus diferencias en tribunales de arbitraje en Ámsterdam, lo que vuelve imposible el acceso a los sistemas de justicia nacionales.

— ¿Qué debates espera que se generen en torno a la lectura?

— Me interesan temas como la soberanía de los Estados y sus límites, o la astucia para moverse dentro de ellos. También las obsesiones de aquellos que miran una sola cosa: los que ven la salud sin pensar en el placer, o los que ven la economía y el lucro olvidando que la política es la posibilidad de imaginar sin pensar solo en los balances. En este libro los protagonistas debaten sobre la vida, la libertad y los límites de la ciencia. Yo, que soy parte de este tiempo, quiero dejar aparecer esas manchas sobre lo blanco, sobre aquello que parece no tener fisuras.

— ¿Ha sido la industria del tabaco la más eficiente en normalizar un hábito dañino?

— Ha sido apasionante recorrer el camino del tabaco: desde la relación con los indígenas americanos hasta el surgimiento del cigarrillo como objeto industrial de consumo masivo. Luego, el descubrimiento de las enfermedades producidas por el humo generó un corte. Las tabacaleras crearon una estrategia para sostener la negación basada en institutos científicos y estructuras de lobby a escala planetaria, con trucos publicitarios que siempre los ponían un paso adelante. Recorrer este camino, con la revelación de documentos internos que ocultaron durante medio siglo, ha sido un buen ejercicio para volver a mirar el presente.

— La palabra “humo” en el título sugiere algo que confunde. ¿Qué simboliza en la novela?

— El humo funciona como sinécdoque y le quita solemnidad a lo que sigue después: “la patria o la tumba”, que refiere al himno nacional uruguayo. Es un juego contra el chovinismo de una victoria épica. En el Río de la Plata, el humo representa la ambigüedad, el ocultamiento y la mentira; el humo “se vende”, nos quita nitidez y nos hace creer en cosas. Eso tiene un rol central en esta historia.

— Como periodista de radio, ¿cómo conviven en usted el escritor y el comunicador?

— No escribo ficción pura ni soy un periodista meramente informativo; tengo un problema con las categorías. Pero en la radio sigo los temas sin prisa, sin buscar primicias, y eso se lleva bien con la escritura. Todo lo que implique procesos más lentos y menos ansiosos favorece la convivencia. La escritura representa para mí ese proceso solitario y libre, porque no tiene demandas externas.

— En otro ámbito, ¿Cómo ha visto el inicio del gobierno de Yamandú Orsi en Uruguay?

— Durante la campaña, Orsi dijo que si ganaba no habría cambios sustanciales en el país. Debo decir que, por ahora, lo está cumpliendo. Pero es importante aclarar que su gestión recién comienza y la política necesita paciencia. Los tiempos de la política no son ansiosos como los de las redes sociales. El discurso “outsider” y la destrucción de todo como argumento comienzan a verse ridículos e inaplicables. El desafío hoy está en volver a imaginar cosas que no se midan solo en números o en opiniones del mercado.

— ¿Qué expectativas tiene para el ámbito de la cultura?

— Empezaría por pedir que no se la mida exclusivamente por visualizaciones, seguidores o venta de entradas. Y luego, que sea amplia y diversa, para que logre encontrar sus propios caminos.

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