Culto

Stewart Copeland en Chile: la audacia de reescribir a The Police

En días en que la reunión de muchas bandas ya resulta imposible, una suerte de quimera, Copeland ha encontrado el manual para traer el presente los sonidos de una agrupación que parece destinada a nunca más verse las caras: sentarse en la batería, hacer lo que mejor sabe y engalanar con el atuendo preciso canciones que efectivamente no necesitan cambios. Pero el baterista asume la osadía y las altera con clase y respeto. Como quien se atreve a reivindicar su propia historia.

Stewart Copeland en Chile: la audacia de reescribir a The Police FOTO: Pedro Rodríguez

El abrazo entre el rock y las orquestas suele ser un camino sembrado de buenas intenciones, pero con resultados irregulares: la majestuosidad sinfónica muchas veces fagocita la energía eléctrica hasta convertirla en una cría pomposa y anémica de vigor.

Pero el baterista Stewart Copeland, fundador precisamente de esa institución iniciada en el punk como The Police y que se presentó este lunes 15 de diciembre ante un agotado Teatro Municipal de Santiago, corre con una ventaja: se ha dedicado a vestir el pop con ropajes más solemnes incluso desde sus días de mayor gloria.

En rigor, cuando The Police ofrecía su último aliento hacia principios de los 80, el percusionista incursionaba en la banda sonora de películas como La ley de la calle, de Francis Ford Coppola, donde aprendió todos los lenguajes que confluyen en una orquesta, para después inaugurar un trayecto que lo tuvo como autor de la música de otros filmes, como Wall street o El justiciero, además de facturar trabajos para óperas y videojuegos.

O sea, ha invertido más tiempo componiendo con partituras que ensamblando la fiereza de un trío alguna vez también integrado por Sting y Andy Summers.

Por lo mismo, y tal como lo demostró en Santiago, Copeland parece aplicar un truco cuando convierte los éxitos de su ex conjunto en piezas orquestales: la cirugía no es mayor ni profunda ni desconcertante. Hay algo del acento reggae, new wave y de ornamentaciones jazzísticas que sigue latiendo en composiciones esta vez alzadas junto a una orquesta de cuerdas y metales -la Orquesta de Cámara de Santiago-, encabezadas por el director argentino Nicolás Sorín, quien sobre el principio de la velada toma el micrófono y advierte que el hombre que presentará no necesita mayor introducción.

Claro, ahí aparece Copeland, con su facha de científico chiflado en trance constante, casi escapado del elenco de Volver al futuro; uno de los percusionistas más influyentes, inventivos y dotados de todos los tiempos, la razón por la que que una generación entera quiso ponerse tras los tambores entre los años 70 y los 80.

“A mi me gusta The Police por él”, suelta alguien desde los sectores de platea del recinto capitalino y la devoción también se conjuga en presente: el respingado lugar adquiere por minutos el bramido de una caldera para recibir al músico, mientras él regala generosos parlamentos donde también pide que aplaudan a Sting y Andy Summers, además de ensayar un singular “¡chi-chi-chi-le-le-le!” o decir que por lejos Santiago es el público que mejor canta en el mundo.

No era necesario exagerar. Las herramientas de Copeland indudablemente son otras.

Secundando también en guitarra y bajo por el grupo argentino Eruca Sativa -lo han acompañado en todo su tour latino-, además del portentoso trío vocal que integran las cantantes Sarah-Jane, Alta Gracia y Rachel Melanie, el instrumentista coge desde un principio el repertorio más probado del desaparecido trío y lo transfigura en una suerte de soul cadencioso, donde las interpretaciones fluyen y brillan a la par de la orquesta, como sucede en Demolition man, King of pain o Roxanne, el primer gran momento de la jornada. Un hit como ese, inmortal en el repertorio del pop anglo, también puede enfilar hacia otros rumbos, ganando en cuerpo y ritmo.

Una pieza algo más recóndita como Murder by numbers obsequia una arquitectura orquestal mucho más pesada y exuberante, mientras Spirits in the material world podría ser perfectamente una obra góspel, con la destreza de las cantantes intercambiando voces y matices.

En One world is enough llega el instante del propio Copeland con su pulso atronador, duro, como si se replegara por unos segundos para contraatacar sin piedad y desatar toda su ímpetu sobre la batería. Ya lo ha dicho en entrevistas: cuando antaño Sting llegaba con las canciones al estudio, se aprendía las partes en el momento, con la urgencia de quien tiene sólo apenas unos minutos para inmortalizar un pasaje que quedara para el resto de su existencia.

Ese ánimo se nota también en Walking on the moon, con un solo inclemente, una verdadera delicia instrumental. Pero sus dotes no se quedan ahí: en Equalizer salta a dirigir la propia orquesta, mientras que en The bed’s too big without you se cruza la guitarra para dejar el sillín y situarse frente al escenario, antes dedicando ese himno a la obsesión llamado Every breathe you take a todas las mujeres presentes. Un verdadero festín de cuerdas y vientos que realzan un track que parece intocable.

Copeland no solamente ha tomado el riesgo y es un atrevido con su propio legado, lo que en términos creativos siempre se agradece. “También es un tipazo”, dicen las integrantes de Eruca Sativa, quienes sobre el final interpretan uno de sus propios temas.

Don’t stand so close to me, Message in a bottle o Every little thing she does is magic extienden la tónica de la velada de arreglos bien cuidados y meticulosos, sin nunca alterar hasta la descomposición la médula de las canciones.

En días en que la reunión de muchas bandas ya resulta imposible, una suerte de quimera -los tres integrantes de The Police están hoy enfrentados en un complejo entramado judicial-, Copeland ha encontrado el manual para traer el presente los sonidos de una agrupación que parece destinada a nunca más verse las caras: sentarse en la batería, hacer lo que mejor sabe y engalanar con el atuendo preciso canciones que efectivamente no necesitan cambios. Pero el baterista asume la osadía y las altera con clase y respeto. Como quien se atreve a reivindicar su propia historia.

Más sobre:Stewart CopelandThe PoliceStingAndy SummersTeatro Municipal de SantiagoEruca SativaMúsicaMúsica culto

COMENTARIOS

Para comentar este artículo debes ser suscriptor.

Plan digital + LT Beneficios por 3 meses

Cobertura completa, análisis y beneficios para todo el año 🔍🎁$3.990/mes SUSCRÍBETE