Los listos

Los jugadores de La Calera, durante la tabla de penales ante Junior.

"Y así, como si se tratara de un asunto más de la pelota, provocar un penal o forzar un fuera de juego, el fútbol empezó a manchar de descuido o astucia mal entendida los protocolos".



El fútbol decidió mirar por encima del hombro al Covid. Interpretó que sus deportistas son más fuertes que las amenazas y pasó a considerar el combate o la vigilancia del virus como un trámite engorroso que cumplir más que como un mecanismo necesario para protegerse. Y así, como si se tratara de un asunto cualquiera de la pelota, provocar un penal o forzar un fuera de juego, empezó a manchar de picaresca o trampa los protocolos, a encararlos con descuido o astucia mal entendida. La excepción contaminante e irresponsable de los que, como dijo ayer la ministra Pérez, tratan de pasarse de listos. La sensación al menos es esa. Y la piedra no la lanza cualquiera.

Pero el Covid sigue sin ser de fiar. Y por eso tiene de nuevo al balompié chileno contra la pared. Con casos de contagios que se acumulan de norte a sur, una apariencia preocupante de descontrol y partidos suspendidos que atentan contra un calendario al que no le quedan ventanas por donde dejar entrar el aire. Con acusaciones gruesas contra el comportamiento intencional de algunos clubes y con la aparente y peligrosa despreocupación de otros. Ya se habla de la posibilidad de que el Ministerio de Salud diga hasta aquí hemos llegado, aunque ese extremo a estas horas se ve lejano.

Lo que peor suena llega desde La Calera. Con 15 contagios, uno probable más y 32 contactos estrechos justo en la entidad que soporta la imputación más grave, la de suplantación de identidad de uno de sus jugadores en un control, aún por demostrar, para sacar no se sabe muy bien qué ventaja. Cuesta atribuir su situación actual a algo diferente que no sea la peligrosidad propia del dichoso coronavirus, tan difícil de sujetar, pero no favorece a la convalecencia las sospechas que lo señalan con el dedo.

De unos casos a otros lo que aumenta es la desconfianza en la propia actividad, por más que su timonel y su jefe médico trataran ayer incluso de presumir de la actitud general del gremio y de los números que luce. El miedo reaparece, crecen los descreídos incluso desde dentro y las sombras vuelven a hacer más daño que los aciertos y las buenas conductas. El balón, con sus burbujas y sus resguardos, se convenció en su día de estar a salvo. Pero ahora se siente en peligro. O así se lo percibe.

Para quitarse de encima las suspicacias, no le ayuda al torneo esa absurda propensión a la clandestinidad con la que trata de navegar por sus casos. Es verdad que la confidencialidad es un derecho del paciente, pero en un escenario tan público como el del fútbol profesional, en el que las ausencias por lesión o enfermedad se propagan y tarde o temprano se saben, no tiene sentido que los clubes jueguen al escondite. Porque finalmente contribuyen a agrandar la confusión, expanden indiscriminadamente los temores y fomentan que sus silencios se lean como algo siniestro. Lo peor suele ser siempre la información a medias.

El fútbol debe ponerse serio. Porque el coronavirus nunca se fue, aunque sí había dejado de ser noticia cosida a la pelota. Y ataca de nuevo a la salud y también a la industria. Algo ante lo que resignarse, no sin pelear, si es fruto de lo inevitable, de la propia voracidad del bicho. Pero ante lo que desesperarse (y no dejar pasar sin sanción) si, como apuntó ayer la ministra, procede de la imprudencia gratuita y maliciosa de algunos actores.

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