4 meses intubado, 5 en recuperación: Los 291 días de Covid de José Miguel

José Miguel Torres (61), sobreviviente de Covid. Pasó más de nueve meses hospitalizado en la Clínica Vespucio, tras sufrir una falla multi orgánica mientras contrajo el virus.

Aunque no existe un récord oficial respecto de quién ha pasado más tiempo hospitalizado por coronavirus, José Miguel Torres sabe que es uno de esos casos: estuvo cuatro meses sedado, conectado a un ventilador, y otros cinco en recuperación. ¿Cómo es pausar la vida por nueve meses? La respuesta la ha ido averiguando en el camino.


A José Miguel Torres (61) se le hace difícil no quebrarse cuando relata lo que ha vivido los últimos 10 meses. Lo hace sentado en su cama, desde la pieza de su casa, ubicada en San Joaquín. Aún no logra pararse solo, todavía no ha recuperado la masa muscular suficiente para volver a caminar. No puede hablar muy fuerte: la herida en la garganta que tiene cubierta con un parche blanco es una de las consecuencias que le trajo la traqueotomía, y eso hace que su voz aún no esté 100% recuperada. Tampoco lo están sus pulmones, por lo que a ratos se toma pausas y, de a poco, empieza a hablar de nuevo.

Atrás de su cama, pegados en la pared, se ven algunos carteles y cartas que alcanzó a rescatar de su pieza en la Clínica Vespucio, que le dejó el personal médico y familiares cuando lo dieron de alta: “291 días”, dice unos de los mensajes.

Torres es maestro de terminación, experto en reparaciones y pintura. Hace casi 30 años que trabaja en la inmobiliaria Besalco. Cuenta que hace 12 meses su vida era muy distinta. Por esos días, trabajaba de lunes a sábado. Su rutina comenzaba antes de las seis de la mañana, cuando tomaba el Metro para llegar al edificio de Ñuñoa en el que estaba trabajando, y terminaba a las seis de la tarde, cuando volvía a su casa y compartía con las tres personas que componen parte de su familia: sus papás y su hermana menor.

A sus 60 años, su condición de salud era estable, salvo por su sobrepeso y una hipertensión que, dice, tenía bastante controlada. Por eso en invierno, al salir a trabajar en las mañanas, no le preocupaba tanto enfriarse. En general, eran pocas las veces que se enfermaba. “Como toda persona sana, con una vida normal, uno se siente inmortal. Yo sentía que nunca me podría pasar nada”, recuerda.

Con la llegada del Covid hubo algunas cosas de esa rutina que cambiaron: para evitar el transporte público, los primeros meses lo recogía un colega en su casa para llevarlo a la construcción. A fines de marzo, cuando Ñuñoa entró en cuarentena por primera vez, lo trasladaron a otra obra en La Florida. Y en mayo, cuando La Florida entró en cuarentena, José Miguel Torres se tomó unos días de descanso.

Durante los primeros días de mayo se contagió. Él aún no sabe cómo. Después de comerse un pote de ceviche que compró en la feria, mientras acompañaba a su mamá a hacer las compras de la semana, Torres dice que sintió dolores estomacales. Con los días ese malestar aumentó y empezó con fiebre. Lo último que recuerda es que el 10 de mayo su hermano lo llevó a un Cesfam de San Joaquín.

Ese día, Torres perdió el conocimiento. No despertó hasta cuatro meses después.

Los meses críticos

De acuerdo al presidente de la Sociedad Chilena de Medicina Intensiva (Sochimi), Darwin Acuña, los tiempos que puede pasar un paciente con Covid en la UCI dependen de muchos factores, que van desde la gravedad y el compromiso pulmonar, hasta eventos que puedan ir ocurriendo en el camino. “El promedio de ventilación es entre 10 y 14 días y de ahí se alarga hasta algunas semanas si es que la situación no se compensa. Las complicaciones fundamentales son alteraciones musculares y atrofias que disminuyen la movilidad de los pacientes, porque se mantienen mucho tiempo en cama. Pero principalmente se produce un daño pulmonar persistente”, explica.

José Miguel Torres batió todos los récords. Desde que lo internaron, no solo superó el promedio de los 14 días en ventilación, sino que, también, la falla respiratoria no fue el único diagnóstico con el que llegó el 12 de mayo a la Clínica Vespucio: venía con una falla cardíaca, un shock séptico y una falla renal que lo hizo requerir de diálisis inmediatamente. “Llegó con un 60% de probabilidades de morir, pese a todas las intervenciones médicas que le habían hecho antes de ingresar. Es uno de los pacientes más graves que hemos recibido”, cuenta Juan Carlos Melgarejo, médico internista que lo atendió ese día.

Mientras eso ocurría, a Andrea Torres (37) -su hija mayor- le costó dar con el paradero de su papá: después de llevarlo al Cesfam de San Joaquín, lo trasladaron en ambulancia al Hospital Barros Luco. Allí, lo sedaron y conectaron a ventilación mecánica, pero, debido a la saturación de camas, lo volvieron a trasladar. “Fui durante dos días al Barros Luco a preguntar por él, y no tenía noticias. Pasé mañanas completas, y siempre era lo mismo: que te quedaras tranquila porque te iban a llamar. Ya al final me informaron que a mi papá lo habían derivado a la Clínica Indisa. Cuando fui a buscarlo para allá, muy amablemente me atendieron y me dijeron ‘aquí no está su papá’”, recuerda ella. Ese mismo día, volvió a llamar al hospital, en donde le dijeron que había una equivocación y que, en realidad, Torres estaba internado en la Clínica Vespucio.

Durante esas semanas pasó algo más: el padre de José Miguel Torres falleció el 18 de mayo, a los 87 años, por complicaciones de la edad. Seis días después de que internaran a su hijo por Covid, quien seguía inconsciente.

Andrea Torres no tenía cómo contarle lo que había ocurrido, no quedaba otra opción que esperar a que despertara. El problema fue que ese tiempo duró más de lo que pensó. Lo describe así: “Fue una larga agonía en que no sabes con lo que te vas a encontrar al otro día. Un día puede estar bien, otro día mal, otro día estable. Ya no sabía qué esperar”, dice ella.

Melgarejo intenta explicar cómo fueron esos primeros meses: “José Miguel tuvo todas las complicaciones de un paciente crítico grave. Pese a que el Covid estuvo las primeras dos semanas, fue tan intenso que lo dejó con muchas secuelas. Fue desarrollando varios cuadros infecciosos y había que cambiarle los remedios y esperar a que respondiera a esos tratamientos”. Aunque hubo momentos en que no respondía: “Me llamaron en tres ocasiones para decirme que se iba a morir. Esas llamadas fueron del terror. No tenías nada que hacer. Pero al otro día volvía a estar estable de nuevo”, recuerda Andrea Torres.

Ese vaivén de incertidumbre también empezó a afectar al equipo médico. Mientras el tiempo pasaba, a la mayoría de los pacientes los iban dando de alta y quien seguía ahí era Torres, sin ninguna mejora. “Si los casos que se demoraban tres meses en recuperarse nos causaban alguna frustración, el de José Miguel era eso intensificado por 10. Era la frustración de no poder hacer que pudiera volver a retomar su vida normal”, comenta Melgarejo.

Stefany Valenzuela, una terapeuta ocupacional del equipo médico de la Clínica Vespucio, también sintió esa frustración. Lo conoció en agosto, en la UCI, cuando Torres seguía inconsciente y lo habían puesto en posición prono: una estrategia corporal de ubicar al paciente boca abajo para mejorar la oxigenación. Por esos días había hecho úlceras por presión, y Valenzuela era quien tenía que encargarse del posicionamiento para prevenir que siguieran apareciendo más de las que ya tenía. “Muchas veces pensamos que José no lo iba a lograr, porque en realidad estaba muy mal. Sus lesiones se podían infectar en cualquier momento”, dice ella.

Recién en septiembre Torres empezó a mostrar señales de mejora. Fue entonces que iniciaron el proceso de sacarlo de la sedación. Stefany Valenzuela vio cómo, de a poco, se iba despertando y lo acompañó en esa etapa.

Aunque no está clara la fecha en que despertó de manera consciente, pues hubo varios días en los que abría los ojos sin que necesariamente estuviera despierto, José Miguel Torres recuerda ese momento. No maneja exactamente la fecha, pero era mediados de septiembre: “Después de escuchar varias voces de lejos, sentí que alguien me apretaba la mano. Era la mano de mi hija, que me decía que estaba ahí conmigo. Eso, para mí, fue volver a la vida”.

Volver a empezar

Hasta ahora, no existe ninguna estadística que mida quién es el paciente que más tiempo ha pasado hospitalizado por Covid en el país. Pero si se consulta establecimiento por establecimiento, el máximo no excede los ocho meses. El récord en la Clínica Alemana, por ejemplo, son ocho semanas. En la Indisa y el Hospital Clínico de la UC, casi siete y cuatro meses, respectivamente. En el Hospital Barros Luco hubo un paciente que estuvo un mes intubado y siete meses traqueotomizado, y en el Hospital El Pino, el máximo ha sido seis meses. José Miguel Torres los superó a todos. En total, estuvo más de nueve meses hospitalizado.

Después de despertar en septiembre tuvo que quedarse cinco meses más para tratar sus secuelas y trabajar su recuperación. Aunque nunca dejó de estar intubado: pese a que lo desconectaron del ventilador, permaneció traqueotomizado hasta apenas unas semanas antes de irse. Fue un proceso lento. Stefany Valenzuela vio cómo fue dando algunos pasos: “Le hicimos videollamada con su hija y recuerdo que la primera actividad muscular que tuvo fue que le tiraba besos. Eso fue bien emocionante”.

El 28 de febrero lo dieron de alta. A partir de ese día, José Miguel Torres pudo recuperar algo de lo que había sido su vida antes. Aunque algunas cosas habían cambiado: su hija tenía que contarle que su papá ya no estaba. “Es fuerte vivir con esto, pensando que va a llegar el día en que le vas a tener que contar y no sabes qué va a pasar. Pero no siento culpa de no habérselo dicho antes”, dice Andrea Torres. No la siente, precisamente porque no fue una decisión improvisada: su hija consultó con familiares e incluso con el equipo médico, pues contarle en un mal momento podía repercutir en su recuperación. Por eso la fecha escogida fue el último día, antes de que Torres llegara a su casa. “Llegué temprano al hospital, tenía el apoyo de Stefy y Natasha, las dos terapeutas del equipo que estaban ahí en caso de que mi papá se pudiera descompensar. Le agarré la mano y le conté que mi abuelo había fallecido una semana después”.

Torres no se descompensó,”pero es lo que más me duele de haber despertado. No haber podido despedirme de mi papito”.

Cuando llegó a su casa en San Joaquín, su familia lo estaba esperando, y también algunas de sus cosas que dejó ahí ese día que partió al Cesfam. Una de esas era su celular, el cual no lo veía desde mayo. “Me encontré con muchísimas llamadas, también, más de 100 mensajes de compañeros y personas que jamás pensé que me irían a escribir. Recibí la llamada de un amigo con quien no había hablado hace 20 años, que incluso contactó a mi hija”, cuenta Torres.

Su recuperación total está pronosticada para un año más. Para agilizar el proceso hay seis profesionales que lo van a ver en la semana. Le hacen trabajo de kinesiología, ayudándolo a recuperar acciones tan básicas como volver a caminar. Stefany Valenzuela es una de ellas. Junto a otra colega de la Clínica Vespucio, se ofrecieron voluntariamente para ir a hacerle las terapias.

Con todo, Melgarejo explica que en cuanto a su estado de salud, Torres no volverá a ser el mismo: “Hay una patología que es la polineuropatía del paciente crítico, que finalmente es una debilidad crónica que puede demorar meses, e incluso años, en recuperarse. Esto lo convierte en un paciente crónico”, explica el médico.

Quizás por eso hoy Torres no se siente tan inmortal como antes. “Mis defensas no son las mismas, mi condición física tampoco. Hoy me siento más vulnerable, porque si me vuelvo a enfermar, no la cuento dos veces”. Por eso está consciente de que este invierno será difícil.

Ahora, salir de madrugada, por el frío, implica un riesgo real. Y eso sí le preocupa.

Comenta

Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.