Como caja

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Como las ruedas, las cajas son piezas elementales de toda sociedad, pero acá encajan y desencajan nuestro ser de manera muy marcada.


Podría contarse la historia de Chile según sus cajas. Como las ruedas, las cajas son piezas elementales de toda sociedad, pero acá encajan y desencajan nuestro ser de manera muy marcada.

Ahora, con la jubilación de las bolsas, están de vuelta las de cartón corrugado, tantas veces techo y abrigo del indigente (aunque hoy remplazadas por carpas) o insumo de recicladores y editoriales cartoneras.

Descontadas las de la Virgen y Arturo Prat –esos intocables–, una de las portadas más bulladas del The Clinic fue esa en que, tras su triunfo en 2009, salía la cara de Piñera en una caja de cartón junto al titular LE VAMOS A DAR COMO CAJA.

Declarar tan de entrada eso, saltándose la luna de miel presidencial, tuvo un efecto cómico, profiláctico: se le daría como caja a quien tanta caja había hecho.

Dar como caja es una expresión chilena fuerte. Alude igualmente a gozar o agredir, se le puede dar como caja a un disco, un rival, unas zapatillas o a alguien en la cama. Viene de la música, donde a la caja, se trate de Ravel o Chubby Checker, se le da un uso intenso y sostenido. Como intenso y sostenido le daban a sus cajas los marinos en Viña cada vez que, recuerdo, ensayaban para el 21 de mayo. Un monótono tamborileo interrumpía las clases cuando pasaban por afuera los cadetes, más conocidos como "cabezas de aspirina" por esa gorra blanca y plana que tanto llamaba a risa en las fiestas de colegio.

En Chile hay mucho a lo que darle como caja, no con violencia, siempre desdeñable, pero sí desde la crítica, la argumentación, la Fiscalía y, cómo no, el humor. Habría que partir dándole como caja al sentido tan prepotentemente achilenado que hay tras expresiones como "dar como caja" o "pasar por caja", que es pagar un favor o gestión espuria y que fue el modus operandi que corrompió a la política local, con SQM como gran caja pagadora y cagadora.

Pero no sólo de cartón y de cohecho son las cajas que nos han marcado. Podría escribirse un largo capítulo de la historia social del país a partir de las cajas de compensación, o escudriñarse el impacto cultural de la Caja Vecina del Banco Estado, o de la caja de fondos en la familia chilena, o de la caja fuerte en el imaginario del hampa, o de la cajita feliz en la infancia mórbida nacional. Y hay más y más cajas clave en Chile, desde las de fósforos (que tanto le han dado a nuestro arte) hasta las cajas impúdicas del súper (¿boleta o factura?). Y eso sin mencionar las cajas ominosas que, cómo no, también ostenta la historia patria, como esas cajas de encierro infrahumano que eran las cruelmente llamadas Casas Corvi de Villa Grimaldi o la caja-infierno en la que por más de cien días el FPMR tuvo encerrado a Cristián Edwards.

Todo este rodeo es para encajar el relato de una suerte enorme: Elvira Hernández me regaló Cartas al azar, el ya mítico objeto que, con Verónica Zondek, publicó el 29 de diciembre de 1989 y que es una pequeñísima caja de cartón con naipes, ilustraciones y poemas de 54 chilenos, incluido un grafiti del Santiago del 88: EL MIEDO ES LA MADRE DE TODOS LOS SUMISOS.

Cartas al azar es una maravilla del diseño y la poesía que se inscribe soberbiamente en la pequeña gran tradición de las cajas de la literatura chilena. Hace familia o encaja, digamos, con los Artefactos de Parra (caja de cientos de postales con dibujos y frases), la Poesía Chilena de Juan Luis Martínez (caja con banderas nacionales, certificados de defunción de los grandes poetas chilenos y tierra del Valle Central) y Bello Barrio de Mauricio Redolés (versión popular y encantadora de la caja de Martínez que incluye flyers, un anillado con sendos poemas, un CD, un espejo y tierra del barrio). Si en la caja de Martínez todos callan, en la de Elvira y Zondek todos hablan: un gesto de grandeza y lucidez de dos mujeres que no ha sido bien atendido, creo.

Así, las cajas podrían conformar, en el futuro, una verdadera caja negra para un historiador de las ruinas chilenas. Nuestra seguridad social, nuestra poesía y nuestra ignominia nos muestran tanto o más que cualquier historia general, íntima, secreta o freak de Chile.

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