De lo bueno, todo
Empezaron a vivir juntos con el pie derecho, en un buen edificio en Providencia, de calidad arquitectónica notable. Ahora lo disfrutan al máximo y del mejor modo. Mal que mal, el talento decidió casarse con el buen gusto.

Por un tema personal, este edificio es parte de mis días y llevo años fijándome en un departamento que se luce. Mi curiosidad terminó cuando supe que era el lugar donde vivía la diseñadora Catalina Sabbagh junto a su marido, el arquitecto Pablo Riquelme. La llamé y coordinamos la entrevista.
Con una lata de bebida en mano y sentada sobre un sillón negro de Enrique Concha, la Cata me cuenta cómo fue llegar al departamento que comenzó siendo de Pablo durante su soltería. “La verdad es que fue necesario transformarlo, no por nuevas necesidades, sino por hacerlo mío. En ese sentido los primeros cambios siempre tienen que ver con adecuar los regalos de matrimonio al departamento, nunca caben y me gusta la idea de ir llenando el espacio con el tiempo, que este sea vivido más que decorado”, cuenta.
Al poner un pie adentro quiso sacarle el máximo de provecho a los espacios de un edificio sólido, testigo de las construcciones del siglo pasado. “Resolvimos transformar el living en un gran escritorio y el comedor en una gran cocina, dos recintos amplios, iluminados y con un uso intenso. Básicamente, los cambios han sido demoliciones”, nos dice la diseñadora.
Al sentarse en alguno de los espacios, se percibe claramente que se respetaron los gustos de cada uno, con un encanto tal que hace que la cámara no pare de sacar fotos. Punto aparte es la cocina, aquí realmente se conjugó el talento del arquitecto con el buen gusto de la diseñadora: “Me encanta mi cocina, porque independiente al diseño y los materiales que escogí, se dan -de manera informal- todas las actividades que imaginé como los partidos de póker, las preparaciones de comidas que se mezclan con los aperitivos, las series de televisión, etc. Siempre me ha fascinado cocinar y por lo mismo no soportaba la idea de estar metida sola cocinando mientras los invitados estaban sentados en otro lugar”, afirma y toca un punto que es destacable, “es interesante proponerle a cualquiera que calcule la cantidad de horas que pasan en cada recinto de la casa y se van a dar cuenta de que terminan viviendo en la mitad de la superficie que tienen, y esto finalmente se resume en un problema de estereotipos”, concluye.
Mejor todavía si la cocina mira en pleno a la Municipalidad de Providencia, “es la única manera de asegurar una vista, igual que estar en primera línea frente al mar, sin querer sonar cursi, y como dice una propaganda: hay cosas que no tienen precio”. En realidad eso es.
- El matrimonio se tomó la libertad de modificar los 140 m2 que tiene el departamento para ajustarlo a su propia medida.
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