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Historia de una restauración

En el cerro Cordillera de Valparaíso se ubica la Población Obrera de la Unión. Un antiguo edificio de viviendas sociales sometido a un proyecto de rehabilitación por los profesionales Raúl Araya, María José Castillo y Francisco Prado.

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Las visitas que el constructor civil Francisco Prado hizo a la Población Obrera de la Unión -ubicada en el cerro Cordillera de Valparaíso- fueron muchísimas, tal como lo requiere un proyecto de reconstrucción de más de dos años. Sin embargo una de esas ocasiones, la guardó en su memoria de manera especial. Sucedió tras el terremoto del pasado 27 de febrero. A pocos días de ocurrido, se trasladó a este lugar para ver cómo había soportado el movimiento. Ahí, recién Francisco sintió la satisfacción de la labor cumplida. Así nos lo cuenta en su oficina del Campus San Joaquín de la Universidad Católica, en la que se desempeña como jefe del Programa de Magíster en Construcción, y donde recibió la noticia que este año el proyecto obtuvo una mención especial en la sexta versión del Premio Iberoamericano a la Mejor Intervención en Obras que involucran patrimonio edificado.

Claro que el proceso no fue fácil ni para él ni para los arquitectos -María José Castillo y Raúl Araya- que durante alrededor de seis meses establecieron en la población su oficina con el fin de tener feedback con los usuarios e investigar in situ su forma de vida. Se trató de un equipo multidisciplinario que no sólo se enfrentó a un edificio de fines del siglo XIX, sino también a un inmueble de conservación histórica y, finalmente, a las familias que habitaban el entonces deteriorado edificio, de quienes había nacido la idea de la restauración. Ellos querían ser radicados en su lugar de origen.

Todo comenzó el 2006. Ese año Francisco recibió un llamado de la Seremi de Valparaíso invitándolo a participar de esta iniciativa. Entonces eran 40 las familias dueñas del terreno, quienes a partir de este plan de reconstrucción pudieron postular a un subsidio habitacional. La idea era reacondicionar integralmente el edificio en base a tres premisas: consolidación estructural, restauración y construcción de un sector nuevo.

Su historia

Fue en 1898 cuando Juana Ross de Edwards donó esta construcción a la Unión Social de Orden y Trabajo, que estableció allí la Unión Obrera de Valparaíso. Con esto, una serie de familias obreras tuvo la posibilidad de arrendar espacios y, con el tiempo, convertirse en propietarios. Desde siempre la construcción ha ocupado media manzana frente al camino de cintura en el cerro Cordillera, con una estructura consistente en un único volumen de tres pisos organizado en torno a un vacío central, alrededor del cual aparecen corredores perimetrales con acceso a las viviendas. La diferencia es que en ese entonces, al centro de este patio, existía un único baño común, que recién en los sesenta fue demolido y trasladado al área norte del terreno. Allí estuvo hasta 1971, año en que debió derrumbarse por la humedad que lo afectaba. Daños que, por lo demás, no eran los únicos, ya que a esas alturas gran parte del edificio estaba en muy malas condiciones.

La intervención

Los profesionales mantuvieron el volumen con sus tres niveles, pero la techumbre, por ejemplo, debió reconstruirse, situación que se aprovechó para diseñar viviendas dúplex a partir del levantamiento del cielo existente y el aprovechamiento del entretecho para construir altillos. También se mejoraron las circulaciones horizontales y verticales, además de las condiciones de habitabilidad, por lo que el conjunto quedó con electricidad, gas y servicios sanitarios completamente nuevos.

Por otro lado se rehabilitaron las fachadas exteriores; mientras que los departamentos -que tienen entre 45 y 95 m²- fueron reacondicionados con suelos de estructuras de terciado sobre el piso original, uno de los pocos elementos que no logró rescatarse por el mal estado en el que se encontraba. Como extensión del patio central se construyó un nuevo espacio destinado a ser una sala multiuso y en el tercer nivel se generó una terraza mirador.

Francisco Prado destaca que utilizó el criterio de la mínima intervención. Reutilizó la mayor cantidad de elementos y los que se agregaron son compatibles con la estructura inicial: como las cornisas, los guardapolvos, las puertas y ventanas de pino oregón. Es que, como aclara, la idea era que el edificio no perdiera sus características originales, y agrega: "Aunque el tema no era levantar un sitio a la usanza de 1900, sino hacer una buena reinterpretación de lo que fue este inmueble porteño", finaliza.

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