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Multi

Nico Multi, así es conocido Nicolás Oyarce, un veinteañero que ha hecho del arte su razón de vida y de su casa en Ñuñoa un verdadero centro de acción.

"Soy un gran artista y tengo que demostrárselo al mundo”, es una frase que Nicolás Oyarce (27) recuerda todo el tiempo. Desde que era niño su madre le decía que la repitiera, como parte de una formación artística de inspiración Waldorf. Es probable que parte de su imaginario se alimente de esta experiencia, pero sin duda también parte desde su sensibilidad, aquella que lo lleva a plantear todo, absolutamente todo, como una expresión de arte, o la posibilidad de serlo.

“Siempre me gustó la fantasía, las fábulas y las leyendas”, dice Nico. Son estos los ‘lugares’ de donde surge la inspiración para su trabajo, ya sea como director de arte y producción de cine para Shoot the Bastard Films o como creador de obras plásticas (que abundan en las paredes de su casa).

Toda su propuesta esconde un juego de ideas, de palabras, de imágenes. Como las ramas y hojas que vemos colgadas del techo y las paredes, una expresión de su admiración por la naturaleza y los bosques, haciendo que quien lo visite entre en una especie de novela de ficción. Multi, como le llaman de toda la vida sus más cercanos por las múltiples facetas creativas que lo hacen conocido, vive hace tres años en esta “factoría o laboratorio de ideas”, como llama él a su propio hogar, donde la única regla que predomina es generar arte. Así simplemente, puro arte.

Por eso, si la recorremos de punta a cabo nos encontramos con talleres de gráfica, vestuario, música, ambientación, utilería y hasta carpintería, abundando materialidades de todo tipo que instauran el sello inconfundible de esta casa de artista. Esta acumulación de color, desorden e historia es lo que más gusta a Nicolás. “Refleja que siempre estoy creando cosas, ya que soy un inventor”, dice, y para quien lo conoce es la expresión de su más honesta personalidad: coleccionista y cachurero.

Cómo no contar que cada cierto tiempo Nico organiza excursiones a los cerros de Santiago para “recolectar tesoros”, como relata, que luego instala en su mesa de escritorio. Piedras, conchitas, cuarzos y palitos han ido armando una simbólica colección junto al ventanal que da a la vereda.

Y si a esto le sumamos la música de mundo que se oye todo el tiempo, en este caso una composición infantil islámica, podemos afirmar que en esta casa lo que se vive es una oda al arte.

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