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Todo lo que querían

Desde los comienzos lejanos de su relación, Francisca Ahlers y Pablo Heiremans hablaban de probar la vida campestre de Pirque. Dos años han sido suficientes para querer quedarse y trabajar para que algún día esta parcela surta de vegetales orgánicos al restaurante de Pablo, el Casaluz.

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Se conocieron en una ciudad que no era la suya. En la bullente Barcelona comenzaron a hablar de la vida que querían juntos y de cómo querían que transcurriera en la tranquilidad de un lugar como Pirque.

Pablo Heiremans pasó ocho años allá. Francisca Ahlers, tres. Volvieron hace unos cuatro y se casaron. Él armó su exitoso restaurante Casaluz, en barrio Italia. Y hace dos años, sin ningún pariente ni conocido ahí, se fueron -como habían planeado- a Pirque. “Nos vinimos a esta parcela como para probar y ahora estamos con ganas de quedarnos. Estamos pololeando a los dueños para que nos vendan”, cuenta Francisca. “Siempre hemos querido sacarle provecho al entorno en que vivimos. Como mi marido tiene este restaurante, la idea es armar un huerto que sea autosustentable, y que provea toda la verdura orgánica que se consuma en Casaluz”. Son planes para el futuro. Ahora existe un huerto -y un gallinero-, pero es pequeño y debería trasladarse a una parte más soleada de la parcela.

Francisca dice que esto es todo lo que quería: “Es una de las casas de inquilinos que están a la orilla de una arboleda, camino a una viña, que la gente fue arreglando a través de los años. Esta en particular tiene una ampliación, pero conserva ese aire, supersencillo y superrústico. Nosotros la recibimos tal cual, con la cocina incorporada al living; todo abierto. Otras personas que viven por acá nos han explicado la evolución de estas casas, cien por ciento adobe, muy espaciosas, aunque tienen pocas piezas”.

Allá en Barcelona se estilaba recoger cosas que la gente tiraba a la calle; había de todo y algunas estaban en muy buen estado. Así la pareja se volvió cachurera y de hecho se trajeron algunos de esos tesoros desechados por otros. La mamá de Pablo también ha aportado mucho al montaje de esta casa. Cosas como un condimentero y un espejo -que originalmente era el marco de una ventana- son obras suyas, especialista en patinar y dar aspecto de antigüedad a casi cualquier cosa. Ella, Gabriela Torres, también intervino en la lograda decoración del Casaluz. “Yo heredé una mesa hecha de durmientes de tren que mis papás tuvieron en su casa hasta que se achicaron y se volvió un poco ridícula para su departamento. En esta casa de campo pega perfecto. También me regalaron unas butacas que ellos recibieron de mis abuelos. La decoración es una mezcla de lo que trajimos, lo que heredamos y muchas cosas que encontramos en el Persa también”.

Mientras Pablo viaja todos los días a Santiago -en un trayecto de 40 minutos por el acceso sur- para encargarse del Casaluz, a usar todo lo que aprendió en España y ofrecer una mezcla de influencia catalana con productos locales, Francisca trabaja en un taller que comparte con la dueña de Tienda General. “Hago clases de pintura una vez a la semana en Santiago, pero Pirque me atrapa. Cada vez me cuesta más salir”, se ríe ella. Sus ilustraciones a lápiz y tinta china ocupan un lugar importante en su casa, junto a obras de amigos artistas que ha intercambiado. Además trabaja con una galería de Barcelona, la que pone sus interiores de palacios dibujados a carboncillo en varias ferias de arte allá.  casaluzrestaurant.cl

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